Grageas para uso doméstico

Por Huilo Ruales

Ilustración: Miguel Andrade.

1

Por dentro, el TGV es un callejón metálico inerte y por fuera una bala rompiendo la inercia a 350 kilómetros por hora. Y en la noche es un cuchillo hundiéndose en el vientre de la oscuridad. Los pasajeros, untados de la nimia luz, duermen o se ovillan al fondo de su soledad. El verdor del campo, durante la noche, es un abismo viajando a un costado. Sobre todo es tu reflejo impregnado de un desasosiego atávico que no te has visto nunca. No hace mucho, frente a mí y el Nuti, que es mi hijo, viajaba un italiano nervioso bisbiseando al teléfono. Mil veces se metía un mechón de barba entre sus labios y cada vez el mechón como un animal se encogía, se escapaba de su boca. El Nuti estaba fascinado por la tensión que emanaba el italiano y cuando este clavó sus ojos desesperados en sus ojos, una de sus manecitas clavaron las uñas en mi muslo. Con tanta tensión, el Nuti comió la punta de su sánduche y al instante se quedó profundamente dormido. Cuál hubiese sido su reacción si se enteraba que, más tarde, en la honda noche, el tren se enquistó varias horas porque en el baño de nuestro vagón encontraron degollado al italiano.

Así se llamará mi perra que cerca de la vejez cambiará el basurero y la pedrada pública por la cuna de bambalina que para ella resultará de oro. Antes de nada, mereces un buen baño, Patria Sagrada”.

2

Casi desnuda y sollozando la Lolita del sexto G viene de salir del noveno H (el apartamento del piloto, que es mi vecino). Detengo el ascensor hasta que ella llegue. Le saludo impersonalmente y ella me responde sin levantar la cabeza con un monosílabo sin voz, un maullido. Mientras el ascensor desciende la contemplo a través del enorme espejo. Su cuerpo delgado de piel lechosa, casi azulina, sus dedos largos que tiritan. Está descalza. Su abundante melena pelirroja le cubre casi todo el rostro. Sus adolescentes glúteos palpitan bajo la falda de seda amarilla. No logro saber desde dónde le chorrea sangre. Al llegar al sexto piso se escabulle del ascensor y yo continúo solo mi descenso contando las gotas rojas en el piso.

Ilustración; Miguel Andrade.

3

Se trata de una esquelética perra forrada de cuero sarnoso y diez ajadas tetillas. Algo de perra salchicha tiene su alargado cuerpo, su calavera algo de lobo y su legañosa mirada la desolación de los sanbernardo. Sus patas son un tanto largas como si en su enredado matorral genealógico hubiera un afgano, y en su rabo muñido y melenudo algo de pastor inglés. En cuanto a las orejas sin discusión son de murciélago. Perra con excesos de padres desconocidos, hijos abandonados y sin una pizca de dueño. Y para colmo, parecería que se ladra a sí misma, como si no se reconociera. Tal cual la patria. De allí que ese será su nombre a lo largo de la novela: Patria. Patria tricolora o incolora. Así se llamará mi perra que cerca de la vejez cambiará el basurero y la pedrada pública por la cuna de bambalina que para ella resultará de oro. Antes de nada, mereces un buen baño, Patria Sagrada.

Ilustración; Miguel Andrade.

4

Estoy bebiendo jerez glacial, el de don Pepe. Hasta hace un momento el sol ardía en el jardín. Son las diez de la noche. Llueve sin pretensiones. Casi sin agua y con buen ritmo. Algo de simetría melancólica tiene con el inicio de mi nuevo diario. Diciembre. 2020. Hoy se cumplen dos años de mi separación de Leticia. Todavía siento, a veces del costado derecho, a veces del izquierdo, que me falta un brazo. En ciertas noches, aún oigo su ir y venir de insomne por la casa, y debajo del camastro circulando para siempre un tren de juguete. Pero no todo es malo en esta vida. Por ejemplo, me siento satisfecho de hablar solo y sin altercados. Y de no rasurarme. Y de comer grasiento o no comer nada. Y de masturbarme leyendo a Eliot. Y encarar sin miedo ni pena la inutilidad del futuro. Y el cuasi gusto de respirar la soledad del fracaso. Aunque también es cierto que hubiese querido, parafraseando a Becket, fracasar mejor.

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