Grageas para despertar sin ayuda de nadie

Despertar sin ayuda de nadie
Ilustración: Miguel Andrade

1

Un hombre se mira en el espejo tanto tiempo que, cuando decide dar media vuelta e irse, no lo consigue. Al verlo angustiarse y casi suplicarle que lo deje ir, el tipo del espejo lo mira sardónico, por no decir con maldad. Por supuesto, no le permite marcharse. Es más, lo toma del cabello y lo estrella varias veces contra el azogue hasta que este se triza y el rostro de los dos se mancha con la misma sangre.

2

15 de julio. Hace veinte años Bolaño salió de la vida. Pocos meses antes lo vi al fondo de un callejón sin salida, en el CCC de Barcelona. El humo del tabaco se mezclaba con su melena de querubín ya adulto, sin cielo, sin una sola pluma. Estaba prodigiosamente solo, desamparado, apenas protegido por las solapas de su perpetua chaqueta de cuero. Era la oportunidad del siglo, pues bastaba con dar unos diez o quince pasos, pero me fui, sollozando, calle abajo.

3

Era imposible cerrar la puerta a causa del viento y la Pancha ladraba con miedo, como si supiera lo que nos sucedería. Ya, duerme, pese a todo duerme, me imploraba Josefina. Durmiendo, las cosas suelen solucionarse. Ah, si el mundo se echara a dormir, ni guerras ni hambre habría. Dormir, todos, uno al lado de otro, como hermanos, sin mezquinarse el tiempo ni la tierra ni la carencia de luz.

Claro que nadie le hacía caso, pero ella seguía sacando de su chistera mental el inagotable pañuelo de su palabrería, aquel manual del absurdo y la congoja.

Buenos eran esos tiempos baldíos, casi propios, sin salida.

4

Una vez que las enfermeras entregan el recién nacido a la madre salen de la habitación, pero al instante vuelven con la orden de recuperar el niño ya que se ha producido un error. Apretando contra su pecho al bebé, hasta casi asfixiarlo, la mujer se niega a devolverlo. Solamente un sedante intravenoso permite doblegarla. Al despertar tiene a su lado otro bebé, quien lo mira sonreído como si ya la conociera. Fue necesario un electroshock para calmarla.

5

Metro matutino. Un anciano empijamado lucha con sus temblorosos dedos por desanudar una bolsa maltrecha. En su entorno los pasajeros sonríen con ternura compasiva o como si espectaran la graciosa travesura de un simio. Al fin, un muchacho lo ayuda en su empeño. El anciano le agradece con una sonrisa de encías desdentadas. Entonces, sumerge en la bolsa una de sus manos y la vuelve a sacar empuñando un flamante revólver Magnum.

6

Me ha llegado por fin el dinero. El problema es que debo ir a retirarlo y eso significa vestirse, empaparse el cráneo y los párpados, desenmarañar la barba, perderme en el abrigo, abrir la puerta (¿seguiré teniendo las llaves?), bajar las escaleras incompletas evitando ver en los muros las nuevas manchas de sangre, abrir la puerta hacia la calle, y correr, correr, correr.

7

Llueve de manera primitiva. La calle está llena de paraguas. Todos de ese modelo insoportable que tiene el logotipo del Gobierno y que encierra los cuerpos hasta casi la cintura y nos convierte en una misma persona repetida por miles. Parecemos lámparas con zapatos uniformes. En qué año estamos, pregunto y nadie lo sabe o de puro miedo no quieren responderme.

Te podría interesar:

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual