El futbolista italiano de madre peruana no era precisamente un ídolo en Europa. Al aceptar la oferta del entrenador del seleccionado sudamericano, su carrera y su vida dieron un giro que nunca sospechó.

Una jugadora de fútbol de Lima llamó la atención en redes por un anuncio extravagante, por decir lo menos. Marisela Joya, integrante del equipo de la Universidad César Vallejo, escribió: “Lapadula, por favor, podemos hacer muchos hijos. ¿Qué dices? Tenemos que pensar en las próximas generaciones. ¡Qué asistencia magistral a Carillo!”.
Transcurría la segunda mitad de junio de este año y la afición futbolera del Perú, tan apasionada como exagerada —al igual que tantas otras en Latinoamérica—, celebraba un empate con la selección ecuatoriana, en la primera fase de la Copa América que se jugó en Brasil. El seleccionado del país vecino caía 2-0 y reaccionó con un gol y una asistencia de un futbolista nacido en Italia que hasta hace un puñado de años ni siquiera soñaba con continuar su carrera al otro lado del océano Atlántico.
Joya se ratificó en su propuesta días después, entre la hilaridad y las ganas de llamar la atención de los medios amarillistas de Lima. Gianluca Lapadula, el aludido, casado y con hijas pequeñas, apenas sonrió con la proposición porque fue una de las numerosas reacciones de la fanaticada. El equipo del Rímac, de la mano del italiano, sorprendió en el torneo de selecciones más antiguo del mundo y se coló en las semifinales.
¿Cómo llegó a ese grado de popularidad? Tanto fervor alcanzó, que fue comparado con el máximo ídolo local, Paolo Guerrero, quien en la Copa de Brasil se encontraba lesionado.
Hiperinflación y huida
La economía peruana se vino al piso a mediados de los ochenta. Los cambios de moneda y las sucesivas devaluaciones castigaron, sobre todo, a las masas trabajadoras. Miles empezaron a salir del país. Blanca Vargas decidió partir a Italia, donde tenía conocidos y familia.
En Europa se radicó en Turín, donde conoció y posteriormente se unió con Gianfranco Lapadula, natural del norte de Italia. En 1990 nació el primer hijo de la pareja, Gianluca, quien desde pequeño se decantó por la pelota, al igual que su hermano Davide. Los padres inscribieron al niño en la escuela de fútbol del afamado Juventus de la industrial que lo formó. Curiosamente, empezó como arquero, pero a los catorce años los entrenadores lo reorientaron en la delantera y no se equivocaron. Evidenciaba un carácter indómito dentro de la cancha, el cual hacía que no le temiera enfrentar a defensores contrarios, sean del tamaño y el peso que fueren.
Empezó en el modesto Treviso de la sexta división, cedido por la Juventus. Luego recaló en el Pro Vercelli, de tercera categoría, antes de dar el gran salto, a los diecinueve años, al Parma, equipo reconocido a escala nacional y con pasado en competencias europeas. Sin embargo, debido a la cantidad y calidad de jugadores que tenía el equipo, fue cedido a una serie de colectivos de la Serie B e incluso tuvo un productivo paso por el Gorica de Eslovenia.
El destape de Lapadula se dio en 2015 en el Pescara, club al que llegó como jugador libre después de la quiebra del Parma. Se convirtió en el goleador y en la principal razón para un sonado ascenso a la primera división. Con treinta goles llamó la atención de los principales clubes europeos, pero, sobre todo, del entrenador Ricardo Gareca, entonces —y hoy— a cargo de la Selección peruana. El viaje al país que apenas conocía de la boca de su madre se gestaba.
Llamado andino
Gareca hizo noticia al buscar personalmente a Gianluca en Pescara. Le ofrecía un lugar fijo en el equipo sureño, necesitado entonces de talentos para clasificar al Mundial de Rusia. Lapadula lo recibió cordialmente, pero fue honesto: creía que podía aspirar a la Selección de Italia; era su prioridad. Pasó al Milán al año siguiente, 2016. Fue capaz de jugar un puñado de partidos con el combinado nacional del país en el que nació, pero no lo volvieron a tomar en cuenta.

En el Milán hizo ocho tantos, mas la competencia era un delantero colombiano, Carlos Bacca, en plena forma. Tuvo que quedarse en la banca en muchas ocasiones. Su carrera siguió en la élite futbolera italiana en los clubes Genoa, Lecce y Benevento. En su cabeza, sin embargo, resonaba el eco del llamado peruano.
El 30 de octubre de 2020 Gareca lo convocó para los partidos del equipo peruano frente a sus similares de Argentina y de Chile en la carrera hacia el mundial. Semanas atrás había gestionado la obtención de la cédula de identidad peruana. El goleador histórico Claudio Pizarro, el entrenador Juan Carlos Oblitas, entre otros, hicieron públicos sus reparos. El “giocatore” andino debutó con la albirroja el 13 de noviembre en la caída frente a Chile en Santiago. Ingresó en el minuto sesenta.
Perú siguió perdiendo con el atacante italiano en cancha. Él no se guardaba nada y hacía guiños a la afición cantando a viva voz el himno nacional, pero su juego no daba frutos. Fue Quito la ciudad donde Lapagol explotó, en la victoria sobre el equipo ecuatoriano con dos asistencias suyas, en junio pasado, en partido por el premundial. Se acercaba la Copa América y estaba listo.
Su romance con el hincha del país vecino empezó en el torneo de selecciones sudamericano de este año. Tres goles, una clasificación a semifinales —basada por mucho en su juego— y una entrega que implicó que jugara con el tabique fracturado fueron suficientes. Perú ya tenía a su bambino.
Empatía y delirio
Una máscara y un protector bucal fueron parte de los implementos de Lapadula antes del partido contra Brasil, este último septiembre. La primera para proteger su nariz, lastimada hace poco; el segundo en razón de salvaguardar dos dientes flojos que le dejó una descomedida patada de un rudo defensor venezolano en un partido anterior. Parecía que iba a subir a un cuadrilátero. Al final, Perú volvió a perder, pero el gesto del atacante, quien viralizó en redes sociales la manera en cómo, a pesar de estar golpeado, saltaba a la cancha, enamoró aún más a la fanaticada.
Comunicador eficiente en el mundo digital, carismático y abierto a compartir de todo con sus compañeros, Gianluca ha llegado a imponer entre sus seguidores su corte de pelo, su estilo casual de vestir y hasta el bigote que usó durante un tiempo. Ni él mismo lo dimensionaba. Una vez que volvió de la Copa América, decidió hacer una visita a un centro comercial en Lima con la ingenua intención de comprarle un presente a su esposa italiana, Alessia. El mall colapsó en cuestión de minutos, una vez que quienes estaban en su interior se dieron cuenta de la presencia del futbolista. Él tuvo que huir por una salida de emergencia.

Es que el italoperuano no estaba acostumbrado a la fama. A diferencia de muchos de sus pares sudamericanos, lleva una vida discreta, sin poses. Recuerda permanentemente a sus tres hijas y cónyuge en redes. Procuraba el perfil bajo antes de aceptar la oferta peruana.
A los 31 años, el delantero turinés ha alcanzado un grado de notoriedad alto en un país extraño, basado, sobre todo, en la forma en cómo hace su trabajo. “Es un guerrero. Lo ha sido desde siempre, desde niño. Perú va a ver más de él en los próximos partidos. Claro que al lado tendrá a otro Guerrero (Paolo, el histórico del equipo). Estamos muy orgullosos”, decía a la TV peruana su padre, Gianfranco, quien fue a visitarlo en Lima.
El equipo peruano tiene comprometido su boleto al Mundial de Fútbol que se realizará en Qatar en 2022. La idea de Gareca, el entrenador que ideó la llegada de Lapadula, es protagonizar una remontada como la que hizo cuatro años atrás, en la que ganó una seguidilla de partidos, se recuperó y alcanzó una histórica clasificación. Tendrá entre sus filas a un jugador de talante espartano, que aceptó la generosidad de una masa deseosa de reivindicaciones.