Por Milagros Aguirre.
Ilustración: Adn Montalvo E.
Edición 446 – julio 2019.
El agua se escapa entre los dedos, no hay manera de atraparla. Tampoco hay manera de atrapar las estrellas y menos el pasado. El patrimonio inmaterial del país se volvió agua, humo, aire, estrella fugaz. Poco o nada queda de los hombres pájaro, esos cucuruchos blancos con alas enormes que danzaban camino a la plaza. Nada queda de las máscaras de hombres monstruosos salidos de las pesadillas coloniales y de las campanas de bronce colocadas en la espalda de los danzantes indígenas en las fiestas de san Pedro y san Pablo.
¿Qué pasó con toda esa gente que bajaba de los cerros por esos chaquiñanes de tierra, vestidos con poncho rojo y sombrero, bailando alegres al ritmo de la flauta y el tambor? ¿Dónde están el payaso, el equilibrista, la mama negra, el hombre-árbol? ¿Cuándo dejaron los cofanes y los secoyas de usar sus cushmas de colores fucsias, violetas, amarillos y naranjas; sus narigueras con plumas? ¿Dónde están esos señores de la selva, tan elegantes, que surcaban el río Aguarico con sus espectaculares coronas y con sus collares de colmillos blancos y de mullos de mil vueltas? ¿Cuándo fue que cambió el paisaje hermoso de la Sierra, las casas blancas de adobe, de tejas rojas y los cercos con fantásticos pencos verdes y carnosos de donde se saca el chawarmishki? ¿Y cuándo la selva se empezó a teñir de brea negra y las aguas de sus ríos se volvieron viscosas? ¿Qué pasó con los waorani, dónde quedó su libertad, la sonrisa de sus viejos, su inocencia y el asombro? Bastaron 40 años para que eso se acabara, se destruyera, se perdiera, y solo quedaran como destellos de la memoria.
El viejo Karl Gartelmann tenía guardadas algunas cintas con imágenes fantásticas del multicolor y diverso Ecuador de los años setenta. Tenía esas imágenes en el recuerdo y las compartió con Pocho Álvarez. Pocho, a su vez, decidió compartirlas con el público, en el documental sobre un viaje (varios) de un viajero alemán en busca de lo que él llama “la memoria perdida”.
Lo confieso: soy de las que llora en las películas y en esta también se me fueron las lágrimas. No por simple nostalgia, sino por la arremetida
feroz que ha terminado con el riquísimo patrimonio —material e inmaterial— del país, ese mal llamado desarrollo que ha acabado con todo, como cuando pasa un huracán, un terremoto, la erupción de un volcán. ¿Cuándo pasó todo eso y no nos dimos cuenta?
Gracias, Pocho, por recoger algo de la historia del país que estaba en la memoria de Karl Gartelmann y en la Cinemateca Nacional, que es donde celosamente se guardaba algo de la memoria audiovisual del Ecuador. ¡Qué generosidad devolver escenas de ese patrimonio perdido!, en el que se puede ver algo de esas formas de vida magníficas de las que solo quedan unos pocos resplandores.