La segunda película del realizador guayaquileño Iván Mora Manzano ya tuvo su estreno mundial en el Festival Internacional de Cine de Vancouver (VIFF), y pronto estará dando vueltas en su país de origen. Esto es más que un tráiler o un adelanto, es un primer plano de lo que se viene.

En la adultez o la primera adultez, los sueños que nos motivan en la también primera juventud comienzan a parecer inalcanzables y lejanos, mientras las responsabilidades de una vida centrada acaparan nuestro tiempo y la rutina nos fatiga con el sinsabor del fracaso. Es el caso de Julia, una joven filóloga que vuelve a Quito tras completar sus estudios en el extranjero e intenta encontrar el camino para convertirse en escritora, pero la herida de una ruptura amorosa y un bloqueo creativo la conducen, entre tropiezos, a otra historia.
Gafas amarillas, la segunda película de ficción del director guayaquileño Iván Mora Manzano, habla de aquellos sucesos que cambian nuestros planes a la fuerza. Habla, además, de la necesidad humana de buscar validación en el otro y del largo aprendizaje que implica el autovalidarse.
Luego de Sin otoño sin primavera, oda a la juventud errática con la que debutó en el cine hace ya ocho años, Mora regresa en su nueva cinta a un personaje que se pierde, se desencanta, se siente incomprendido y guarda un profundo anhelo por pertenecer, y lo hace desde una historia que refleja la madurez no solo del personaje, sino también de sus creadores. El guion, escrito en conjunto con la productora Isabel Carrasco, encierra sus cuestionamientos íntimos acerca de la crisis de la primera adultez, lo que significa crecer y la disyuntiva entre abandonar los sueños o luchar por ellos.
Entre las calles empinadas y angostas de la Tola colonial, la vida nocturna de un Quito diferente al que acostumbramos reconocer en el cine local se presenta como escenario para los desaciertos de Julia (Paloma Pierini). Consciente de que su formación e inteligencia dan para más, ella se resigna con un trabajo mediocre, mientras aplica sin mucho entusiasmo a una beca para estudiar Escritura Creativa en España, como un intento de huida de la frustración y la soledad que la confinan en su nuevo apartamento: oscuro, helado y repleto de cajas sin desempacar.
Dándose una sacudida, se interna en la noche dispuesta a entregarse al amor y conoce a Darío (Enzo Machiavello) un joven mesero que asegura ser un gran poeta y dirige un taller de escritura que es, más bien, una reunión de “panas” para alabarse entre sí. A través de su relación con Darío, Julia conoce a Ignacio (Alejandro Fajardo), su roommate, también aficionado a la literatura y dedicado al teatro. Algunos años mayor que Julia, Ignacio es feliz dando clases de actuación a niños, aunque tenga que redondear el mes trabajando como dependiente en una papelería, pero ella cree que su potencial se ha desperdiciado sin alcanzar el éxito.
Así, Gafas amarillas pasa de una historia sobre el fin de la juventud a ser, además, una reflexión sobre la creación artística, la contraposición entre el ideal de “vivir del arte” y su realidad, y la construcción de las relaciones de pareja, hoy tan atravesadas por la lógica del amor libre. Es también un homenaje a los universos literarios latinoamericanos, y un retrato de la belleza perenne quiteña capturada desde sus ángulos marginales.
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—¿Quién es Julia, cómo nació?
—Isabel: Cuando hicimos Sin otoño sin primavera éramos mucho más jóvenes. Ahora estábamos en una crisis de la adultez, viviendo esa nota de qué es ser adulto, qué significa, por qué tenemos que serlo. A partir de eso empezamos a dar pinceladas a estos personajes. Al principio Julia no era la protagonista y luego fue teniendo más peso, porque teníamos más cosas que decir desde el punto de vista de ella.
—Julia tiene tres maestras literarias, entre ellas la autora ficticia Clara Lunares. ¿Qué hay detrás de ese personaje?
—Iván: Clara Lunares es un juego. Mi abuela, Carmen Vela de Manzano, fue una de las pocas escritoras del realismo social en el Ecuador, y fue marginada. Crear este personaje era como llevar a la película la misma idea de la marginación a las autoras en el país y Latinoamérica. Julia siempre trata de escribir como sus ídolas latinoamericanas, Clarice Lispector y Alejandra Pizarnik. Me parece interesante que ella quiere ser escritora y está atravesando el sufrimiento que es tener ese sueño, que puede ser muy frustrante. Tiene muy claras quienes son sus maestras, que nos parecía esencial, y allí quisimos construir un personaje mítico, que tuviera todo el reconocimiento que debieron recibir y que, seguro, todavía está pendiente que reciban muchas mujeres escritoras.
—Isabel: Sabiendo, además, que los Cinco de Guayaquil son un referente literario importante, y entre ellos no hay ninguna mujer, lo cual es raro, porque sí había mujeres que escribían en esa época. Es como un chiste que podría tener esta capa de lectura más profunda, si te pones a reflexionar al respecto.
—En su mundo Julia está rodeada de libros. ¿Qué presencia tiene la literatura en su oficio creativo?
—Isabel: Un montón, he tenido la suerte de haber crecido con libros en la casa, y ha sido superimportante en la educación sentimental, en lo que soy yo ahora. En la película hay una especie de guiños a cosas que nos importan; por ejemplo, el bar se llama Los perros románticos, por el libro de Roberto Bolaño. Cuando leí Los detectives salvajes finalmente encontré a alguien con quien conectaba, aunque hablaba desde una generación mayor a la mía. Creo que la literatura es la base para crear nuevos mundos.
—Sus compañeros de taller le dicen a Julia que su escritura es muy “masculina”. ¿Por qué surgió esta exploración de lo femenino y lo masculino como parte de la trama?
—Iván: Son mis preguntas y las de Isabel puestas en la película sobre un tema del que no tenemos respuesta. Qué tan diferentes y qué tan parecidos somos. El género, para mí, es un tema increíble y tiene que ver con los autores que leíamos mientras hacíamos el guion. Yo leía un libro de Virginie Despentes que se llama Teoría King Kong, de feminismo punk. Ella es muy radical con sus ideas, y habla de cómo en ciertos aspectos de la vida podemos ser muy parecidos, o cómo un hombre puede ser mucho más diferente a otro hombre que a una mujer.
Me parecía interesante que la película se haga esas preguntas desde adentro, qué es lo masculino, qué es lo femenino. Julia es una mujer que quiere escribir; en esa escena, Darío la ataca y le quita valor a lo que ella escribe, diciéndole que es masculino. Nos parecía interesante, porque en la cultura en que vivimos está asumido que se menosprecie la escritura femenina, y aquí él hace lo contrario. Es el tipo de sentido del humor de la película.
—Isabel: Cuando se leyó el guion, un amigo cineasta nos dijo: “No entiendo a Julia, a ratos parece hombre”. Y creímos que ahí estaba una clave interesante. Qué es ser mujer y qué es ser hombre. Son dos conceptos definidos por normas sociales y culturales. Como ella que tiene sus referentes literarios tan claros, es una ofensa que le digan que es masculina.

—Darío e Ignacio tienen dos tipos de personalidades artísticas distintas, que seducen y repelen a Julia a la vez. ¿Qué representan estos personajes?
—Isabel: Por un lado, está este mesero con ínfulas de poeta, y tiene este grupo literario que en realidad son malos, ingenuos y, sin embargo, se publican y se citan, se toman en serio. Por otro lado, está Julia, que quiere ser escritora pero le da miedo, porque lanzarte a escribir es mostrarte, y para mostrarte tienes que tener valentía porque te van a criticar. Ignacio está más allá, está cumpliendo su sueño, va a tener su obra y vive del teatro. Lo que pasa es que ese sueño no entra en lo que en nuestras cabezas significa ser exitoso. Nos interesaba retratar de alguna forma estos tres estados de lanzarte a hacer lo que quieres hacer.
—Iván: Julia está en búsqueda de independencia y amor, pero en el camino tiene que aprender a enfrentarse a dos tipos de relaciones posibles: la una como un one night stand, muy sexual; la otra, un tipo de relación más madura con la que ella quisiera construir y, por lo tanto, con la que se siente con derecho a cuestionar.
—En la trama sobresale una serie de elementos simbólicos que la sacan, por momentos, del realismo. ¿Por qué se decidió incluir este lenguaje de lo no evidente en la historia?
—Iván: Hay ya una corriente de la literatura que me interesa, que es el realismo simbólico. A ella pertenecen escritores como Bret Easton Ellis, y tiene que ver con contar una historia realista, y también hacer un hilo narrativo con pequeños motivos narrativos simbólicos. En la película hay una serie de subtramas simbólicas que sí fueron parte deliberada en la construcción del guion.
—Isabel: Tiene que ver con cómo construyes el mundo subjetivo de una persona. Esa subjetividad se va revelando en señales que vemos, cosas a las que nos enfrentamos. No todo se puede resolver en diálogos y vestuario, debe haber otras cosas que te lleven a sentir. Intentamos revelar ese mundo interior de Julia con esa simbología, que tiene un significado. Esperamos que la gente le dé otros significados, que es lo bacán de ver una película con esas notas simbólicas.
Como bien dicen los autores, las Gafas amarillas guardan diversos significados que tocan a cada espectador de forma diferente. La historia particular de Julia es similar a la de todo aquel que, al encarar la adultez, se siente incompleto. Con una sinceridad que conmueve y convence, en su primera incursión en el cine, Paloma Pierini nos sumerge con ella en el conflicto de la protagonista y nos enfrenta con la amarga revelación de que, a veces, más que una motivación, el deseo de ser mejores se torna una obsesión angustiante.
La cinta fue coproducida por La República Invisible (Ecuador) y Persona Non Grata Pictures (Brasil), y tuvo su estreno internacional en el Festival Internacional de Cine de Vancouver (VIFF), en Canadá, donde compitió por el Premio del Jurado en la sección Panorama del Mundo. La fecha de su estreno en los cines nacionales está por confirmar.