Gabriela Wiener. “Incomodar se ha convertido en uno de mis rasgos”.

Por Óscar Molina V.

Edición 426 – noviembre 2017.

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“Eres sumamente egoísta”. “Temo por ti porque te pones al borde de todo”. “Tu terquedad siempre ha sido tu mayor fuerza”. “El que nunca hubieras tenido una relación como la nuestra con otra mujer no te hace menos lesbiana”. Quienes le dicen eso de frente a la escritora, poeta y periodista peruana Gabriela Wiener (Lima, 1975) son su esposo, su madre, su primer jefe y la madre de Amaru, su segundo hijo. En Dicen de mí (Estruendomudo, 2017), su libro más reciente, la autora radicada en España recoge esquirlas de este tipo a lo largo de dieciséis entrevistas en las que les pregunta a sus familiares, amigos, exparejas y colegas aquello que por paz mental y tranquilidad emocional no se debe preguntar nunca: ¿qué opinas realmente de mí?, ¿qué lugar ocupo en tu vida?

Esta vez, la misma mujer que se atrevió a contar en primerísima primera persona sus exploraciones sexuales en Sexografías (2008), aquella que también desendulzó la épica melosa del embarazo y la maternidad en Nueve lunas (2009), vuelve a poner el cuerpo y la voz para narrar, a través de sus experiencias individuales, la experiencia colectiva de los otros. En eso, justamente, consiste el periodismo gonzo que ella ejerce: en dinamitar la supuesta objetividad del oficio para que la mirada subjetiva de quien escribe relumbre. Desde sus inicios como cronista en la prestigiosa revista peruana Etiqueta Negra, Wiener —una de las invitadas a la reciente Feria del Libro de Guayaquil— ha sabido estirar las posibilidades de esa narrativa kamizake y la ha transformado, a lo largo de estos años, en su método íntimo y político para desnudar la existencia.

Pero nadie, como podrá suponerse, puede salir ileso de esa exposición impúdica.

—En un texto sobre Dicen de mí, la dramaturga Mariana de Althaus, tu compatriota, dice que todos tus libros tienen un costo alto. ¿Es así?

—Es una manera de decir, aunque suena un poco exagerada si se compara con los costos que pueden tener algunas cosas más arriesgadas como hacer periodismo en México, por ejemplo. Siempre que me ponen en un lugar de periodista osada, intento mantener los pies en la tierra. Respecto a las verdaderas osadías de hoy en día, mi literatura podría ser directamente conversadora, casi. Lo que sí es innegable es que se trata de un tipo de escritura muy de exposición personal y, en ese sentido, arriesgo mucho porque me muestro mucho. Cuando uno se expone así, queda también muy vulnerable. Entonces sí, el costo siempre es alto. Mis libros han supuesto abrirme en canal y engullir, en esos agujeros que voy abriendo, a la gente cercana de mi entorno.

—Esa exposición tan descarnada de la que hablas empezó desde tu primer libro, Sexografías (2008), en el que recopilas, entre otros temas, crónicas sobre intercambios swingers, pornografía en 3D, do-nación de óvulos…

—Sí. Sexografías es un libro de sexualidades nuevas, distintas, de otras maneras de vivirlas fuera de la normatividad. Hace nueve años, para una sociedad conservadora como la de Lima, la mayor representación de la mujer era ‘la tapada’ (término que se usaba antiguamente para referirse a aquellas señoritas que se cubrían de pies a cabeza). Por eso mi destape terminó siendo una cuestión política, cuestionadora. Esa vez me arriesgué a insultos, fui señalada. Me hicieron bullying, me dejaban mensajes terroríficos en esos tiempos en los que todavía me dolía leer cosas así. Un libro como Nueve lunas, en el que hablo sobre mi embarazo y la maternidad en primera persona, también supuso una exposición porque no es un tema que haya sido considerado literario nunca. Ahora mismo, gracias a la efervescencia feminista, hay toda una tendencia de escritura de la maternidad y de la no maternidad.

—Hace poco dijiste que haber lanzado un libro como Dicen de mí supuso una especie de sismo del que siempre habrá réplicas y que, de hecho, estás conviviendo ahora con eso. ¿Cuáles han sido esas consecuencias?

—Tampoco es que ha habido consecuencias devastadoras (risas). Y es complicado hablar de esto, porque al final de lo que se trata un libro es de escribir y no de leerlo desde el análisis psicológico o directamente desde la autoayuda. Pero sí es verdad que un ejercicio así: de mirarse a través de los otros, como que abre nuevos caminos para mirarse a uno mismo para encontrarse con el otro. Y en mi caso es cierto que había senderos que no había andado y que me ha tocado atravesar ahora. Pero no importa tanto el efecto que ha generado en mí. Importaría en la medida en que eso generara algo: otra escritura, otro libro, otro mensaje u otro comentario. No creo que los libros tengan un efecto terapéutico. De hecho, incluso pueden volverte más demente.

—En tus lectores, sin embargo, sí ha tenido un efecto de identificación, ¿no?

—Sí, lo más importante que me ha pasado con este libro es que, a pesar de que son historias mías, con mi gente, muchas personas al leerlo han evocado inmediatamente sus propias relaciones.

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¿Quién es Gabriela Wiener? ¿Cuál es el peligro de una mujer mirándose en un espejo roto? Puede que las rajaduras de este espejo estén todavía prendidas del marco o, por el contrario, sean ya esquirlas desperdigadas en el piso. Lo cierto es que cada pedazo ofrece una versión distinta de quien se mira. El enrostramiento que Gabriela Wiener pretende en Dicen de mí tiene mucho de venganza. Un ejercicio de memoria que podría resultar nocivo para sí misma: la deconstrucción de su propio yo a partir de miradas ajenas que, al mismo tiempo, configuran los abismos de su propia identidad. El ingreso a un tren fantasma personal donde los traumas fraternales, el egoísmo sentimental, los devaneos juveniles y la convivencia son contados a partir, ya no de ella, sino de quienes gozan y padecen al mismo tiempo de una Gabriela Wiener o de todas.

Fuente: buscalibre.cl

—Y eso confirma que en el ensayo personal, como tú has dicho, siempre se termina hablando del otro a partir de uno mismo.

—La literatura personal tiene un lugar, un valor y trasciende la cosa narcisista justamente porque puede hablar del ‘nosotros’, de esa cosa compartida. Es curioso que en Dicen mí, por ejemplo, uno de mis entrevis-tados me diga que no está muy seguro de si yo he sido quien ha escrito sus respuestas. No hay nada inocente en todo esto. Además, yo soy periodista, sé cómo llevar a alguien hacia donde quiero. Cada entrevista, en este caso, empezaba con algunas sospechas sobre mí y sobre la relación que tenía con esa persona. Son pocas las que me cambiaron de tema, casi todas se dejaron llevar por mí. Todo es bastante sinuoso y ambiguo, pero ellos desde su punto de vista también intentan dibujarme de una manera o muy elogiosa o descaradamente atacante.

—¿Cuál crees que es el reto al evocar ese ‘yo plural’ en este tiempo en el que estamos exponiendo constantemente nuestro ‘yo singular’ en las redes sociales? ¿Hay alguna precaución que tomar?

—Las redes son justamente eso: redes. No existen sin el otro. Aunque parezca que simplemente estamos hablando para nosotros mismos, siempre estamos hablando para un interlocutor, para un otro, ya sea imaginario o real. Ahora, además, podemos contabilizar todo: cuánta gente nos está viendo en Periscope, en Facebook, o a cuánta le gustó lo que estamos posteando. Eso es estar en red. Pero la cuestión es que sí, que muchas veces son reacciones, efectivamente, banales. Son clics que uno va haciendo y luego se olvida. A la gente le encanta hablar y a veces ni siquiera lee al otro. Por eso me interesa el formato del libro, como en Dicen de mí, porque no se queda en el intercambio feroz o a veces acrítico de las redes. Como en todos mis libros, además, utilizo las herramientas que tengo como periodista y me someto a autoinvestigaciones. Es mi manera, de paso, de darle vuelta al propio oficio y a sus recursos.

—En tus libros también hay, de cierta manera, un empoderamiento de las inseguridades. ¿Qué ventajas has sentido al escribir desde ahí?

—(Hace una pausa breve). Siempre he escrito no tanto desde la inseguridad sino desde cosas que nos avergüenzan muchísimo a todos. A nivel literario, me interesa lo que se consigue al mirar esas cosas inena-rrables de uno mismo. Siempre he buscado ponerme en situaciones incómodas a la hora de escribir. Incomodar se ha convertido en uno de mis rasgos estilísticos. Lo impúdico se volvió un rasgo de mi escritura. Y el tema de la vergüenza y de las sensibilidades son cosas que han formado parte de mí siempre. Todos somos muchas personas, y precisamente porque tengo un yo tímido, inseguro y diminuto, hay momentos en que me crezco completamente, y lo hago en el desafío de salir y a atreverme a decir, a hablar. Jugar con mis límites se ha vuelto una diversión para mí.

—En el prólogo de la reedición anotada de Sexografías (2015), te preguntas qué hubieran despertado en ti todas esas experiencias ahora que eres “más vieja y más madre y más libre”. ¿Has encontrado respuesta a eso?

—Al revisar mis crónicas para esa edición me di cuenta de que había dejado cosas afuera del libro anterior. Para este, entonces, quería sumar un montón de otras experiencias que habían quedado ninguneadas porque en ese tiempo yo tenía miedo a no ser ética, a no ser una buena esposa, a no ser una buena chica. En el primer libro aparentaba ser una persona completamente libre, capaz de todo, desinhibida. Y, sin embargo, estaba guardándome cosas para mí, por miedo. Por eso la reedición fue como un nuevo desnudamiento. Ahora que me he radicalizado en el feminismo, veo que había ciertas cosas en las que era demasiado tibia. Pero también he tenido que reconocer que, al no tener tanto discurso y tanta doctrina ahí metida, y tampoco tanta necesidad de justificarme, la mía era una voz como muy honesta, como muy expuesta. Eso me daba cierta inocencia.

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Gabriela Wiener dice (en su libro Sexografías): “bebo, fumo, salgo de noche, me emborracho una vez a la semana y una vez a la semana muero de resaca, a veces me drogo, como comida basura, soy madre, no estoy bautizada, odio a la raza humana, soy esposa de alguien, veo series de tv en streaming hasta las tres de la mañana […], soy una periodista especializada en meterse en sitios y escribir en primera persona sobre experiencias extremas. Ah, y casi olvido lo más importante: adoro la sal”.

Fuente: publico.es

—¿Harías una segunda parte de Sexografías, quizá explorando más la sexualidad conectada a las nuevas tecnologías? ¿Cómo ves esa relación entre ambas cosas?

—No lo sé. No son preguntas que me hago, la verdad. Ojalá fuera como hacer El Padrino 4, que de repente te van a ofrecer un platal por hacerlo. Pero en la literatura, salvo que seas Pérez Reverte, no te pasan esas cosas. No sé, prefiero no repetir. Tendría que hacer algo así por dinero. Hace poco, de hecho, tuve una serie en El País de textos relacionados, en su mayoría, con las redes y las aplicaciones sexuales. Eran vivencias pequeñitas, también muy gonzo. Era muy divertido escribirlas.

—Dado que tu cuerpo atraviesa tu literatura, ¿te ves en algún punto escribiendo sobre tu vejez en primera persona?

—Todo el mundo me dice que ahora, ya mismo, me va a tocar eso (se ríe con gusto). O sea, vamos, si sigo con la literatura del cuerpo y el ensayo personal, es lo que toca, ¿no? Y Dios sabe que es perturbador el asunto de envejecer para una mujer. Todavía sigue siendo un dolor porque, maldita sea, estamos completamente programadas para eso: para sentirnos incómodas en nuestro propio cuerpo, y más aún si este empieza a deteriorarse. Entonces seguramente haré historias de mi cuerpo destrozándose con el tiempo (se ríe).

—Tu madre en Dicen de mí se pregunta a dónde más llegará tu radicalismo con el feminismo y otras luchas. ¿Qué le responderías?

—(Ríe). Yo no le contesto a mi madre este tipo de preguntas porque, si no, luego me tiene en su mano. No sé, supongo que a hacer un libro que la incomode mucho (se carcajea). Tengo cosas entre manos que le joderían la vida a ella y a mi familia. Son cosas que no sé si haré, pero que serían definitivamente feministas, eso es seguro. Eso va a seguir siendo así, porque espero no hacer nada que no sea feminista jamás. Pero siempre debo tener cuidado porque el tipo de material que manejo es inflamable e incluye a otra gente, entonces no soy la única que puede perder.

—De hecho, has dicho en otras entrevistas que estás trabajando en un libro sobre tus raíces alemanas y la exploración de Machu Picchu…

—Bueno, eso suena a que estoy haciendo una novela histórica y nada que ver. Es una cosa que siempre digo en todas las entrevistas: que ese es el libro que voy a escribir y nunca escribo. Siempre queda bien decir que estás trabajando en una saga familiar, histórica, de gran literatura. Y mejor ya de una vez lo voy anunciando: ese momento quizá nunca va a llegar. Y si llega, pues llegará convertido, como siempre, en otra cosa.

 

 

 

 

 

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