Médico familiar o médico de cabecera —hay que explicarlo pues está casi extinto— es aquel que vela por la atención médica integral de una persona. Ernesto Sabato decía que el médico familiar era “aquel hombre que conocía al enfermo por su nombre y apellido, que estaba al tanto de sus problemas familiares y de sus angustias económicas, de sus manías y amistades, de sus pasiones y esperanzas, de sus ideas políticas y religiosas”. La descripción le calza perfectamente a Franklin Tello Mercado, quien ejerció su profesión durante varias décadas del siglo XX, en Quito y en su natal Esmeraldas.

Tello era un médico popular y sus opiniones eran solicitadas por muchas familias quiteñas de todas las proveniencias sociales. En su consultorio o —como era muy común entonces— en visitas a domicilio, Tello adquirió una conciencia muy aguda de cómo era la salud y, por tanto, de la vida de los quiteños. Muchas de esas experiencias se plasmaron en su libro, publicado originalmente en 1973, llamado Más allá de la simple receta, y que se reedita este mes en el país. Allí, en ese “anecdotario médico”, el galeno se revela como un gran humanista y un hábil científico; y con buen talante, devela episodios peculiares de la forma de vida de los quiteños durante varios momentos del siglo.
A la sombra del conchismo
Franklin Tello Mercado nació en 1902, en Esmeraldas. Era hijo de Luis Tello Ripalda, uno de los hombres más poderosos de Esmeraldas a principios del siglo XX; fue montonero con Alfaro y alcalde y gobernador de la ciudad por muchos años. Franklin era su “hijo natural”, es decir, fuera de matrimonio. En un ambiente humilde, madre y abuela criaron al joven que, desde niño, pensaba en la medicina y, claro, en salir de la pequeña ciudad. Tenía once años cuando la guerra de Esmeraldas estalló delante de sus ojos.
Un grupo grande de campesinos, muchos de ellos afroesmeraldeños, liderados por el terrateniente alfarista Carlos Concha Torres, se alzaron en armas en 1913, supuestamente para vengar, de alguna forma, el reciente asesinato de Eloy Alfaro. Durante más de cuatro años se enfrentaron por el control de la provincia, con las fuerzas del Gobierno de Leonidas Plaza Gutiérrez. Hubo miles de muertos, sobre todo del bando oficial, y la provincia se paralizó totalmente.

Tello y su familia escaparon de la ciudad enardecida y, junto a muchas familias, vivieron como refugiados en una hacienda cercana, que en algún momento sirvió como prisión para los soldados del ejército capturados. Durante esos cuatro años, el adolescente Tello supo de primera mano sobre las batallas de El Guayabo y Camarones, donde a machetazo limpio la tropa de Concha exterminaba a los soldados de Plaza. Ahí vio llegar a los prisioneros de guerra, desnudos y pelados a mate, pulverizados por las picaduras de zancudos y la derrota militar.
Ya en los años de su vejez, Franklin Tello contó, en forma dramática y con lujo de detalles, esas experiencias de guerra, en una grabación que su nieto Franklin realizó y conservó, y que ahora se puede escuchar íntegra, en formato pódcast. Allí, Tello alega que las verdaderas razones del levantamiento conchista pasaban, antes que vengar la muerte de Alfaro, por el brutal maltrato a los negros por parte de las autoridades.
El incorruptible
Al terminar la guerra, Franklin Tello salió de Esmeraldas con rumbo al colegio Mejía de Quito y luego, becas de por medio, al Instituto Nacional de Panamá, donde se graduó de bachiller en tiempo récord. Inició sus estudios de Medicina en Chile, pero una grave tuberculosis lo mandó de regreso al Ecuador, donde finalmente obtuvo su grado de médico en la Universidad Central.
Abrió un modesto consultorio en el centro de Quito, y para completar su modus vivendi daba clases de botánica en el colegio Mejía. Allí ocurrió un hecho que cambiaría su vida. Un alumno de la clase “privilegiada” de la ciudad reprobó el examen final. Franklin Tello sufrió todas las presiones imaginables. Primero vino el dinero. Le ofrecieron la fortuna de veinte mil sucres por el pase de año. Tello refutó el soborno. Luego vino la presión del arzobispo de Quito, Manuel María Pólit, al exigir el pase de año so pena de excomunión. Tello se mantuvo en su posición.
Después el propio ministro de Educación, Manuel María Sánchez, convocó al docente al despacho. “Usted está queriendo, por su tozudez, que cierren el colegio, o que me boten de este ministerio; usted sabe que estos señores son tan poderosos que pueden encumbrarlo a usted o aplastarlo como a una cucaracha”, gritaba el ministro. Franklin Tello no varió su decisión. Por último, mandaron al mentor de Tello, José Vicente Trujillo, que viajó desde Guayaquil. Nada pudo torcer la integridad de Tello.
El episodio llegó a oídos del recientemente electo presidente de la República, Velasco Ibarra. Era 1934. Velasco, impresionado con el carácter del profesor, lo posesionó como ministro de Educación. Así empezó Tello una vida política larga. Fue cercano a Velasco, pero nunca velasquista. Por muchos años fue su médico de cabecera. “Soy uno de los ecuatorianos que más conoció a Velasco”, le confesó a Francisco Febres Cordero en una entrevista. “Con él estuve mientras vestía frac y condecoraciones y también mientras estaba en paños menores. Fui su médico, y una vez cumplida la misión profesional, sentado en una silla al borde de la cama, me ponía a conversar con él, ambos ya alejados del ritual protocolario”.
Pionero de la salud
Más cercano era a su compañero de clase en el Mejía y amigo personal, Galo Plaza. Fue ministro de Previsión Social de Plaza en 1948, y luego ministro de la misma cartera de la dictadura de Castro Jijón a mediados de los sesenta. Dirigió por muchos años el hospital Eugenio Espejo y colaboró también con el Gobierno de Ponce. En su paso por la cosa pública, Tello dejó huellas: organizó la enorme campaña de vacunación contra la tuberculosis a fines de los años cuarenta, decretó el control de los precios de las medicinas y estimuló la distribución de los medicamentos genéricos en la década de los sesenta, entre muchas cosas.

Pero la vida política no era de su especial predilección. Era la práctica de la medicina familiar su verdadera pasión. En 1946 instaló el primer banco de sangre, y fue el pionero de la transfusión sanguínea en el país. El escritor Miguel Albornoz, en el obituario de Tello, publicado en diario El Comercio en 1991, anotaba: “en su profesión médica era buscado, querido y respetado, sabía ser amigo y guía de sus pacientes. No solamente prodigaba tratamientos y recetas sino también consejos con reflexiones y a veces, con gestiones de consolidación familiar. Distraía a sus enfermos con anécdotas de un inagotable repertorio”. Tello estaba, por lo que cuentan sus pacientes y colegas, interesado en una práctica humana, social y solidaria de la medicina.
Cierta vez declaró: “Me decían con frecuencia que yo era un médico pesetero y me aconsejaban que elevara mis honorarios. No lo hice. Yo podía haber hecho una fortuna en mi profesión, mas he llegado a viejo poco menos que en la pobreza, pero sumamente satisfecho, casi orgulloso de la modestia material de mi vida”.
Los últimos años los pasó en Tacuza, un caserío al norte de Esmeraldas. Allí construyó una casa, al frente del mar, donde vivió en soledad por un largo tiempo, aunque siempre acompañado por familiares y amigos que iban de visita, y campesinos y pescadores de la zona con quienes trabó gran amistad. Instaló un consultorio donde atendía sin costo a la gente del pueblo y de los pueblos cercanos. Murió en 1991 en la misma ciudad que lo vio nacer.
Gran vida tuvo Franklin Tello. Diferente a la del prócer promedio. Eso de considerar a sus pacientes como de su familia, eso de pensar en políticas públicas de salud que beneficien a muchos. Son cosas que todavía siguen haciendo falta… son personas que nos siguen haciendo falta.