Formas de caer

Por Ana Cristina Franco

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La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer“, dice una parte de un poema del chileno Vicente Huidobro. Desde que nacemos nos vamos yendo hacia abajo, hasta que terminamos enterrados. Queremos volar, pero el peso nos devuelve a nuestro único sitio seguro: el piso. No hay nada que hacer: todo cae. No solo las manzanas de Newton, sino las esperanzas, las monedas, la red, Lucio Gutiérrez, los pantalones, los Gobiernos, las carnes, el sistema (el del el SRI, por supuesto), la ilusión, hasta la nariz se cae. Se puede correr, hacer aeróbicos, meditar a las cinco de la mañana, lanzar el reloj contra la pared, escribir un libro, rezar, despertar al niño que se lleva adentro, comprar cremas carísimas, dejar de chupar, que no servirá de nada. Mejor disfrutar del rapel y relajarse hasta llegar al fondo, rebotar y seguir cayendo.

El buen paraca sabe que no hay fondo ni origen, que siempre se puede caer mucho más bajo. “Cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada”, dice Charly. Si te aferras a la superficie, más dura es la caída. Si vas para arriba, más duro caes después. Tal vez haya una diferencia entre caer solo o caer acompañado. “Mi vida, fuimos a volar en un solo paracaídas”, dice Calamaro. Es más fácil compartir paracaídas. Pero da igual, si al final del precipicio la muerte es individual. Chendo, como dirían aquí los cuencanos. No seamos pesimistas, que los veinte ya pasaron. Mejor hablemos de la parte buena, las maneras de engañar a la gravedad: aviones, cerveza, sexo, palabras, y si se tiene un poco más de suerte, amor. Pero sobre todo arte.

La danza desafía la gravedad en sus movimientos. La música hace que el tiempo sea distinto, que la caída sea más suave, en cámara lenta. Existen placebos que hacen más fresca la caída: comer un chocolate mientras se ve detenidamente el recorrido que traza en la ventana una gota de lluvia; escuchar canciones con audífonos compartidos mientras el sol quema tu espalda; saltar en la cama saltarina con tu hermana de once años. Es por ese tipo de cosas que unos caen más rápido y otros más lento. Cada uno decide cómo caer. Se puede caer como costal de papas o como Alicia por el agujero negro, lento, en éxtasis, mirando las maravillas que hay alrededor. ¿Cómo hacer para caer como Alicia? Tal vez soltando. Liberándonos de cosas. Aligerándonos. Es extraño que viviendo bajo el dominio de la gravedad insistamos en llenarnos de cosas que nos hacen más pesados y aceleran nuestra caída.

Hace un tiempo Pepe Mujica dijo en un discurso: “Pobre no es el que no tiene, sino el que tiene, y quiere más, y desea y desea…”. La verdadera pobreza es la condena de necesitar cosas inútiles, el vacío que provoca la chatarra, llenar con basura el supuesto vacío, volvernos pesados y caer más rápido. ¿Por qué no pensar que la solución está en quitar y no en poner? “La vida es imprecisa, déjate caer”, dice el man de Café Tacvba. Quitar. Sacar. Vaciar la cartera, el clóset, los pensamientos. Deshacerse de las cosas viejas, de los traumas, de los papeles que ya no sirven, de los miedos. Limpiar. Tal vez si nos liberamos lo suficiente, hasta podamos salir volando, como Remedios La Bella. No, mentira. Pero sí hay algo seguro: el más pesado cae. Es cuestión de física básica. El que se llena de marañas, de teorías académicas, de dinero, de papeles archivados, de creencias fijas, de prejuicios, de deudas, de miedos, de gestos, de mañas, de palabras, de ropa, de mentiras, de comida, de reuniones, de medallas. Mejor sacarse todo, hasta la ropa.

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