Texto y fotografías Miguel Ángel Vicente de Vera.
Edición 455 – abril 2020.

Existen muchas Fiyis: la de resorts de lujo, la tierra de caníbales, la de playas cristalinas o la de intrépidos aventureros en busca de emociones. Invitamos a acompañar al autor en este remoto viaje.
En el aeropuerto internacional de la ciudad de Nadi soy el único al que no le espera un cartel con el nombre escrito o una lujosa furgoneta negra. Mi trasnochada mochila a la espalda me delata, el resto empuja maletas de diseño. Al principio me siento un tanto desubicado, como si fuera un sibarita aristócrata durmiendo en un polvoriento hostal en Bangkok, pero al revés. Creo que es de sobra conocidos por todos: Fiyi es un destino caro y exclusivo al alcance de pocos. Tan solo el precio del billete desde el Ecuador puede igualar al presupuesto de unas vacaciones familiares. Además, el turismo de Fiyi ofrece fundamentalmente resorts de lujo en el modo “todo incluido”. En mi caso, fiel a mi naturaleza —y presupuesto— mochilera, voy a abordar el país desde una perspectiva más terrenal, en el sentido más literal de la palabra.
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