El día que fui a una fiesta centennial

fiesta centennial
Ilustración: Luis Eduardo Toapanta.

¿Cómo es una fiesta del futuro? El viernes pasado “volví al futuro” y me infiltré en el cumpleaños veinte de una chica alternativa. No sé si viajé en el tiempo o viajé a otro planeta, porque lo que allí pasaba no se parecía a nada que yo conociera. Pero no, no estaba rodeada de extraterrestres, solo eran centennials

La fiesta estaba ubicada cerca del centro. En un edificio antiguo y rarísimo.

Cuando el ascensor más antiguo de Quito se abrió, llegamos a un piso que parecía una especie de antro futurista, a lo Matrix. Habían puesto una pantalla en la pared donde proyectaban videoarte. Las chicas llevaban atuendos tipo corsé sobre mallas, y los hombres, de igual manera. Al verlos descubrí, como quien descubre en un sueño que está desnuda en un tumulto, que no estaba nada preparada para el evento. Llevaba una chompa con capucha y un canguro que uso en rodajes, un jean cualquiera y cero maquillaje. Por suerte mi amiga, mujer precavida, llevaba algo en su cartera.

Entramos al baño juntas e hice pipí mientras ella empezaba a maquillarse. Hay un voto de confianza cuando orinas frente a tu amiga. Orinar frente a tu amiga es un pacto secreto y eterno. Luego me puse pintalabios y sombras, pero tenía la sensación de que, en lugar de arreglar las cosas, las empeoraba. Mi amiga me prestó una camisa muy cool, pero que seguramente no hacía juego con mi pantalón ni mi canguro.

Cuando salimos del baño nos topamos con centennials “deconstruides” bailando reguetón, a secas. En mis fiestas de los veinte ponían rock y la gente bebía. Pensando en eso, salió de mis labios la pregunta más quiteña y anticuada: ¿No habrá un traguito? Pues no. Resulta que estas nuevas generaciones no beben. Tampoco fuman. Ni comen. ¿Qué hacen? No puedo afirmar nada pero, al menos, estos chiques alternatives que tuve el honor de conocer bailaban Rosalía, mientras tomaban agua (quizá para apaciguar el efecto de algún psicotrópico, pero de verdad no lo creo, en serio parecían muy sobrios).

A veces parecían “vacilar” no entre dos personas, sino por grupos. Todo en ellos era ambiguo. Tan sobrios y con sus cutis tan puros, rompiendo las barreras de los roles de género y de las relaciones convencionales. Y yo me sentía una espía. Una agente secreta, infiltrada entre las nuevas generaciones. Bueno, no “me sentía”, de hecho, lo era. En lugar de unirme a la celebración tomaba apuntes de lo que veía en mi teléfono como quien hace un estudio etnográfico.

Pero no digan que no lo intenté. Lo hice al menos por un minuto. Mis amigos y yo bailamos en un pequeño círculo, dando pasitos tímidos, haciendo chistes de lo anticuados que podríamos resultar ante estos niñes. Seguro tenían vergüenza de nosotros, o, mejor dicho, cringe, o @cringe #cringe… Los centennials no nos miraban bien, pero tampoco nos miraban mal. Ellos simplemente no nos miraban. Y si lo hacían, estaban lejos, muy lejos, de juzgarnos. Estas personas nacidas después del año 2000 simplemente existían y eran cool. Sin un “traguito” en mano, mi esposo y yo empezábamos a sentir hambre. Así que, con el mismo impulso que llegamos, nos despedimos. En el ascensor le devolví la camisa a mi amiga y me puse otra vez mi chompa. No había sido un farrón para mí, es cierto, pero tenía una historia…

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