Fernando Savater: “El entusiasmo por la lectura no se exige, se contagia”

Por Gabriela Wiener

Figuraciones mías (Ariel) es la nueva recopilación de artículos y reflexiones de Fernando Savater. El pensador español retoma en él algunos de sus intereses habituales —la educación, la lectura— con Internet como marco de fondo y, quizás, con algo más de pesimismo en el cuerpo. El autor de Ética para Amador no deja, sin embargo, que lo amilanen sus demonios, y continúa con su apostolado: “ahora tengo que ir a un colegio de niños —nos cuenta desde Barcelona— que es una de mis vocaciones: hablar con niños y adolescentes de filosofía, de los problemas de la vida”. Savater el filósofo, el maestro.

La educación en la lectura y el amor a los libros parecen estar perdiendo la batalla ante posiciones resultadistas y “prácticas”. ¿Hace falta convencer a las autoridades de la urgencia de un cambio o hace falta convencernos a nosotros mismos?

—Lo que yo creo es que la lectura no se impone, por algo Daniel Pennac decía que el verbo “leer” no tolera la voz imperativa. Además, creo que en nuestros países de leer se lee: se lee en blogs, en Twitter, en chats, los jóvenes leen en estos formatos. Los que quizás está en una cierta decadencia son el libro y los periódicos impresos. Entonces, es importante conservar y mantener el amor a la lectura pero sin convertirlo en un decreto, no se puede leer por decreto ley.

Todos recordamos con cariño su Ética para Amador. ¿La paternidad le reveló a usted su vocación de maestro?

—En realidad fue un poco antes. Cuando empecé a dar clases, sobre todo a los más jóvenes, me di cuenta de que sintonizaba bastante bien con ellos. Quizás porque soy bastante ignorante y siempre he pensado que los buenos maestros son siempre algo ignorantes, entienden la ignorancia y por eso son buenos profesores. Es cierto que la paternidad reforzó esa vocación, aunque es más difícil ejercer de maestro con un hijo que con una persona que te es encargada en una escuela.

Usted no solo es un consumidor sino un defensor de la cultura popular, ¿cree que el paso de Harry Potter o cómics de superhéroes y libros más exigentes se da de manera natural?

—Yo creo que sí, y que incluso esas lecturas se dan de manera simultánea. Leer no es una escalera que tengas que ir subiendo desde un cómic hasta Thomas Mann. Hay horas en las que te apetece Thomas Mann, hay horas en que te apetecen los Simpson y hay horas en que te apetecen las dos cosas. Lógicamente los que empiezan deben hacerlo por las cosas que les producen más placer…

¿Y cómo enseñamos a los niños el amor por los libros?

            —La mejor manera de invitar a leer es que el niño te vea leer a ti. En una casa donde hay libros, donde hay lectores apasionados, antes o después el niño siempre caerá en la tentación de leer. Mi madre, por ejemplo, era una gran fan de Agatha Christie, prácticamente desaparecía con sus libros durante días. Ese entusiasmo no se exige, se contagia.

¿Cree usted que los lenguajes audiovisuales: las películas, los videojuegos, por un lado, y la lectura online y la multitarea por el otro, están apuntalando nuestra falta de concentración en discursos más pausados y sostenidos como el de los libros?

            —Sí, como educador me doy cuenta de esa falta de atención, de ese zapping permanente, de que los chicos muchas veces son incapaces de ver algo relativamente largo y sostenido. Incluso las películas las ven por trozos, la música la escuchan en fragmentos. Estoy de acuerdo en que ese es el peligro mayor que tienen Internet y los medios audiovisuales. Porque nada importante se hace ni se comprende sin atención.

¿Está usted de acuerdo con el Vargas Llosa de La civilización del espectáculo cuando se pregunta si “con el libro electrónico no corremos el riesgo de que este se convierta en mero entretenimiento”?

—No, no. Para empezar no tengo nada en contra de los entretenimientos. Yo creo que todo en la vida es entretenimiento hasta que llega la muerte. Además, el libro electrónico puede ser todo. Puedes tener allí La montaña mágica o Cincuenta sombras de Grey. Yo prefiero los libros impresos, pero eso es por mi edad, porque estoy acostumbrado; pero estoy seguro de que dentro de 50 años los libros —los “serios” y los de entretenimiento— se leerán todos en pantalla. En ese libro de Vargas Llosa, hay algunas cosas con las que estoy de acuerdo, sobre todo en lo que se refiere a los falsos gurús de Internet, pero en otros casos él es más pesimista que yo. Yo soy pesimista en otros aspectos.

Precisamente en un entrañable artículo sobre Ciorán (incluido en Figuraciones mías), usted admira el pesimismo del rumano, que no le restaba un ápice de su capacidad de asombro. Y el propio Ciorán le dedicó un libro agradeciéndole sus esfuerzos por volverse pesimista. ¿Lo ha logrado después de tantos años?

            —Sí, pero casi sin querer, en realidad. Cuando era joven el pesimismo me parecía más romántico, quería ser como Ciorán. Paradójicamente ahora preferiría no serlo.

En Latinoamérica hay mercados enteros dedicados a comercializar películas piratas. Esos sitios han sido la filmoteca, el alma máter de muchos cinéfilos que no tenían a su disposición otras maneras de acceder a esas películas. ¿Qué hacemos con eso?

—Eso es algo que puede acabar realmente con la cultura. Y no es pesimismo en este caso, es una realidad. La piratería, el robo, en algún caso determinado, puede ayudar a las personas, pero aun si fuera así, es una gran amenaza, un falso populismo que ha logrado consolidar negocios que, por otro lado, no son gratuitos o altruistas, ya que los que ofrecen esas mercancías robadas siempre sacan beneficios.

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