Farhana, con el mundo en los ojos

La obra de Farhana Khan-Matthies estuvo expuesta más de tres meses en el Centro Cultural de la PUCE, y ella estuvo ahí casi permanentemente para explicar su obra a los visitantes-estudiantes, colegas artistas, empresarios y amantes del arte. Sin falsas modestias, es evidente cómo la artista disfruta de su obra; cuenta cuál es su preferida, el proceso, la razón o la explosión de sentidos que le llevaron a pintar cada una o a armar sus instalaciones. Por Maricruz González.

“No se puede cambiar la naturaleza humana, pero es parte de la naturaleza humana seguir intentándolo”.

Isaiah Berlin

  Un recorrido con la artista por alrededor de cien obras de una muestra, que pareciera pertenecer a más de un autor, es una experiencia que cambia la comprensión de una obra, esta en especial. La obra de Farhana Khan-Matthies estuvo expuesta más de tres meses en el Centro Cultural de la PUCE, y ella estuvo ahí casi permanentemente para explicar su obra a los visitantes —estudiantes, colegas artistas, empresarios y amantes del arte. Sin falsas modestias, es evidente cómo la artista disfruta de su obra; cuenta cuál es su preferida, el proceso, la razón o la explosión de sentidos que le llevaron a pintar cada una o a armar sus instalaciones.

Puntos a favor de la coherencia entre lo que la obra nos expresa y lo que la artista dice respecto a que el crédito de una muestra es integral; una experiencia total y no individual, compuesta por tres elementos: artista↔trabajo↔público. No cree en el “dios artista”, especialmente si no se respeta al público, que es el que termina la obra. Cuando se apagan las luces de un museo o de una galería, dice Farhana, la obra deja de ser arte, y renace cuando la mirada de alguien se posa de nuevo en ella. Su obra responde a varios motivos: razonamiento, sentimiento, explosión emocional y racional, a su sinestesia y, claro, a sus orígenes. Empecemos por estos últimos.

Ciudadana del mundo

Farhana Khan-Matthies nació en Chittagong, Bangladesh, país de origen de su madre, que procede de una familia nawab (real), terrateniente cuya lengua es el bengalí. La familia de su padre, diplomático, proviene de la alta clase terrateniente paquistaní. Desde que Farhana tuvo dos años, empezó a viajar por el mundo y pudo conocer y adentrarse en diversas culturas y países: Canadá, Estados Unidos, India, Gran Bretaña, Italia, España, Alemania y México. Finalmente, se asentó en Berlín cuando contrajo matrimonio con Stephan Matthies. Allí vivieron hasta que él fue designado director de la sección primaria del Colegio Alemán de Quito y eso les trajo al Ecuador, hace tres años. El apelativo de “ciudadana del mundo”, como Farhana se denomina a sí misma, en este caso es literal. Porque, a pesar de que su patrimonio familiar incluye algunos palacios —ahora alquilados para un museo, un hotel, un colegio—, ella lo dejó todo por su amor a la libertad, al arte y al mundo.

Luego de terminar la secundaria en Roma, Farhana regresó por tres años a Karachi para estudiar Bellas Artes. Después tomó la decisión de despegarse de su familia, quebrando los sueños que tenían para ella como mujer; se inscribió en el Croydon College of Art, de Londres, y se graduó en Diseño. Allí montó una empresa de diseño que mantuvo, entre Londres y Nueva York, durante una década. Retornó a la pintura a tiempo completo en 1987.

Sinestesia

Desde niña, Farhana se sintió diferente. Le pasaban cosas que no sabía explicar ni se atrevía a expresar. Solo en una ocasión, a los 19 años, se atrevió a preguntarle a su hermana si ella también veía colores al oír música, pero su reacción le contuvo de volver a exponerse al ridículo. Solo años después, en Berlín, cuando una vez más osó contárselo a un primo neurolingüista, este le abrió los ojos y le informó que lo que ella tenía era sinestesia. Es entonces cuando comenzó a explotar a conciencia el espectro de colores que siempre había vivido con ella.

El diccionario define la sinestesia como “una condición en la que un tipo de estimulación evoca la sensación de otra; como cuando se escucha un sonido que produce la visualización de un color”. Farhana la define como una condición que amplía su percepción de la realidad como un espectro de colores. Hay muchas personas que viven y vivieron con esta condición —entre algunas conocidas están Liszt, Nabokov, Rimsky Korsakov, Sibelius, Leonard Bernstein e incluso el arquitecto Frank Lloyd Wright. Se dice que cuando Liszt dirigía una orquesta, con frecuencia se le oía decir: “Señores, ¡este tono necesita un poco más azul! ¡Ese es un violeta oscuro! ¡No tan rosado, por favor!”

El conocimiento

Al preguntarle por qué su obra pareciera hecha por diferentes manos, Farhana explica su concepción del conocimiento como un todo y no un círculo dividido en partes, como nos enseñan desde la escuela. La educación, dice, es como una bola que empieza pequeña y va creciendo a medida que uno aprende, porque la forma perfecta es el círculo sin divisiones. Es así cómo se desarrollan los cinco sentidos —estando abiertos a todo, sin los límites que pone nuestra propia mente y nuestra sociedad que, generalmente, rechaza lo desconocido o lo diferente.

Su descripción del sexto sentido impresiona: “La intuición —dice con profundidad— no es más ni menos que un conocimiento ancestral; información antigua que se nos ha venido transmitiendo por siglos, de generación en generación”. Ese sentido, el menos común, en la actualidad se lo deja de lado cuando se desprecia el concepto de lo viejo, que todas las culturas ancestrales suelen venerar. ¿Estamos a punto de perderlo? Es el peligro que corre nuestro mundo actual al apostar todo a lo nuevo: dejar de escuchar ese conocimiento antiguo y, por lo tanto, construir un muro que está bloqueando la intuición para… ¿partir de cero?

Un sueño calcinado

Farhana y su esposo, Stephan, caminaban un día con sus cámaras por un bosque cerca de Archidona, cuando se tropezaron con el cuadro: una casa había cogido fuego no hacía mucho, sin ninguna víctima humana que lamentar. “Todo había sido reducido al caos… Sin embargo, los objetos se habían convertido en poder por sí mismos. Al inicio, han sido los humanos los que han destruido la naturaleza, pero al final, será la naturaleza la que nos destruya a nosotros”. El impacto resultó en la instalación llamada Un sueño calcinado, que el ojo de la artista presenta tal cual lo encontró, destacando el poder de cada objeto transformado y tomado por la naturaleza. Detrás de la instalación colgaban decenas de fotografías del caos, tomadas en la selva por Farhana y por Stephan. La intensa serie de pintura Tapices selváticos también es resultado de esa caminata en el bosque.

Serie Musical

En estas obras Farhana se expresa con implosiones de colorUna de las formas más frágiles de resolver problemas, dice, es el lenguaje. El lenguaje estructura eventos y objetos. Al sobrepasarlo, ella logra “blanquear” el lenguaje por medio de su uso privilegiado de la música y de los colores para mirar al mundo en formas alternativas y buscar soluciones a los problemas. “En mí no hubo la separación de sentidos. Mi percepción del lenguaje, escrito y oral, la música, sentimientos, pensamientos, lugares y gente, despiertan un espectro de color en mi conciencia. El color sigue ahí mucho después de que la simulación desaparece”. En esta esplendorosa Serie Musical, se encuentran dos de sus obras predilectas: Rapsodia en azul, de Gershwin y El rito de la primavera, de Stravinsky.

El legado del siglo XX

Esta serie estremece apenas uno se topa con ella. Made in Serbia comenzó cuando ella vivía en Berlín y estallaron ante el mundo las atrocidades en Bosnia. Farhana, su marido y un grupo de amigos habían ido a una zona cercana al lugar del conflicto, a esquiar, y fue allí que escuchó por primera vez los horrores que tenían lugar no muy lejos. Recuerda claramente los momentos en que subía la montaña en telesilla y, luego, la bajaba esquiando: su mente se llenó de imágenes de las barbaries que había visto en los noticieros. Dos semanas después, ya en Berlín, comenzó su proceso de creación en protesta contra el magnicidio y la destrucción de Yugoslavia. Pensó en estampillas, en una imagen repetida donde lo que cambia son los nombres de los lugares donde se cometen los crímenes. Aunque sintió en el estómago el dolor de las madres por sus hijos, pensó que, mientras más bella fuera la imagen de lo que quería expresar, más impacto comunicativo tendría su mensaje. Esta serie contiene imágenes igual de potentes con denuncias de otros eventos humanos macabros, como Circuncisión femenina, ¡NO!, Resoluciones fracasadas de NNUU, La bomba de tiempo ecológica, Quememos los ismos y muchas más.

Evolución vs. revolución

Otra serie que llama la atención no solo por el color, el contenido y el detalle, sino por los razonamientos de la artista ante cada obra. La revolución genética comenzó con el estudio de la estructura molecular de doble hélice del ADN; el interés de Farhana en esta revolución creció cuando se completó el mapa genético, en 2001, y el código genético se completó con los tres colores primarios y el negro; cada gen recibió un código de color según su estructura química. Su visión sobre el tema es principalmente artística, pero también filosófica, y eso lo entendemos al pensar en los nombres de las obras de esta serie: Pandora, La última tentación, Los ojos de medusa, Peones clonados, Dios hizo al hombre hizo a Dios.

La explosión estética, emocional e intelectual que genera esta muestra es una experiencia única. La obra incluso se superpuso al constante ruido ambiental de martilleos y taladros que nunca cesó en esos tres meses dentro del Centro Cultural y que nadie, casa adentro, consideró un enorme irrespeto a la obra y al público. Pero no bien terminaba de desmontar esta exposición, la artista empezaba ya a organizar su siguiente muestra, que tendrá lugar en la Alianza Francesa, el 9 de noviembre.

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