María Fernanda Ampuero

Cuando ustedes lean esto ya será el futuro. Ustedes sabrán mucho mejor que yo ahora qué pasó con este planeta, ¿pudimos parar la plaga? ¿Murieron millones de personas? ¿Billones? ¿Me morí yo? ¿Se murió mi madre? Díganme que no se murió mi madre. Pienso en ustedes, lectores del futuro (porque un mes, dos meses, ya parecen un futuro lejanísimo), que saben cosas que yo no sé y los envidio. La sensación de incertidumbre, tan hermana del terror, mata poquito a poquito: el virus del espíritu. Mientras ustedes leen en el futuro, yo les escribo del presente. Hay toque de queda, así que abajo, en la calle, pasan nada más un policía motorizado, dos. El resto es silencio. La ciudad de Quito al otro lado de mi ventana parece una foto fija a la que le borraron con Photoshop las personas y los carros. Parece, digo, el fotograma de una película apocalíptica. Parece también algo que algún loco inventó. Díganme, por favor, que se acabó. Díganme, por favor, que en el futuro nos hemos vuelto a mover como cuando se quita la pausa a un video. Díganme, de verdad se los pido, que vencimos. Hoy, en el pasado de todos ustedes, donde yo estoy, lo que teníamos se transparentó hasta desaparecer. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, tituló Berman a su libro, y así vimos nuestras cotidianidades convertirse en deseos, en imposibles, en pasado. Es impensable hoy y ahora hacer algún plan de futuro. Nada más salir al supermercado se ha convertido en una aventura y, para algunos, en una fatalidad.
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