La extrema derecha gana terreno en Europa, otra vez

En Europa la extrema derecha suma nombres en parlamentos y colectividades territoriales, desde la cuenca mediterránea hasta el área nórdica. Y también acecha o se acomoda en las primeras magistraturas con una misma estrategia en todos los países: infiltrar ideas ultranacionalistas en la sociedad.

Europa gira hacia la derecha, en una curva ascendente hacia puntos extremos. En varios países, políticos recientemente elegidos son la cara de una ultraderecha que se expresa maquillando sus propósitos, para normalizar su presencia en la tarima. Y en medio de todo, la polémica de turno —por el burkini o por el islamo-izquierdismo—, la instrumentalización política de sucesos violentos, los naufragios en el Mediterráneo y en La Mancha, la amenaza a alcaldes que acogen a migrantes, reformas antipopulares, el euroescepticismo.

Desperdigados en varios países, reproduciendo una actitud que se creía proscrita tras las lecciones del siglo XX, están los grupúsculos de bandera negra, cruz céltica y camisetas Fred Perry (a pesar de las declaraciones de la marca). El 9 de mayo, 550 000 radicales de derecha manifestaron en París, primero en silencio y luego con el grito “Europa, juventud, revolución”, proclama heredada del Groupe Union Défense (GUD).

Los términos se cruzan para calificar la extrema derecha: fascismo, populismo, radicalismo. Lo que se impone es una visión ultranacionalista aplicada a la política: una división de la sociedad entre quienes tendrían su lugar en ella —por religión, orientación sexual u origen— y quienes no. Sus partisanos se levantan contra el pluralismo y proponen la nación contra los derechos humanos como principio fundamental.

La retórica de la extrema derecha es contra. Contra los partidos históricos, contra la Unión Europea, contra los migrantes, contra la sociedad abierta, contra las políticas liberales, contra… El enemigo común es cualquiera que no comparta los valores de Europa, sean los de un espacio cultural fundado sobre el cristianismo, sean los del Occidente iluminado por el universalismo republicano. Ambos son reacios a reconocer las diferencias culturales, ven en ellas un ataque a la continuidad histórica y a la esencia nacional.

Si el islam es el objetivo más señalado, detrás de la religión son todas las personas salidas de la migración que están en la mira. Igualmente, los ultranacionalistas apuntan contra la Unión Europea, que tiene al Estado-nación bajo tutela y defiende una política multicultural y liberal.

La extrema derecha en el mapa europeo

A cada victoria de la ultraderecha, le sigue un momento de sorpresa que, de tanto repetirse, deja de serlo. En Italia, Giorgia Meloni ocupa la primera magistratura desde octubre de 2022. Su lema “Dios, patria y familia” resume las posiciones que defiende en el ejercicio del poder y que argumenta en su autobiografía Io sono Giorgia. Admiradora de Mussolini y exministra de Silvio Berlusconi, Meloni es cabeza de Fratelli d’Italia. Su partido y Lega Nord, de Matteo Salvini, eran antes considerados parias y ahora resultan inevitables.

En Francia la extrema derecha rima con Le Pen, Jean-Marie y Marine, padre e hija. Desde los años setenta, esta familia ha promocionado la ultraderecha entre escándalos y avances electorales, con el Front National (ahora, Rassamblement National, RN), al punto de disputar la silla presidencial en tres ocasiones. Hoy, bajo la dirección de Jordan Bardella, tienen presencia en los consejos municipales, departamentales, regionales, en la asamblea y el parlamento europeo. Aunque para los otros partidos, una coalición con Le Pen sea todavía un tabú, los sondeos indican que un francés sobre cuatro votaría RN en las elecciones europeas de junio de 2024.

La ultraderecha de VOX es elemento activo en la política española. El partido encabezado por Santiago Abascal pasó de dirigir tres municipalidades a 33, luego de las elecciones seccionales realizadas en mayo. Aunque eso encendió algunas alertas, las generales de julio solo le reportaron 12 % de los votos.

En Grecia, por primera vez desde el retorno a la democracia, hace casi cincuenta años, tres partidos nacionalistas tienen escaños en el parlamento. Entre ellos se encuentra Los Espartanos, un grupo respaldado por Ilias Kasidiaris, antiguo miembro del partido neonazi Alba Dorada, quien purga una pena de trece años por su pertenencia a una “organización criminal”.

extrema derecha.
Marine Le Pen, la mujer de ultraderecha que ha sacudido la política de Francia, junto a su padre, Jean-Marie Le Pen. Fotografía: Alamy Photo Stock.

En el área germana, Alternative für Deutschland ha radicalizado su discurso y se confirma en los sondeos; desde junio y por vez primera en la historia de Alemania federal, la extrema derecha dirige una colectividad territorial, Sonneberg. En Austria, Herbert Kickl, jefe del Partido de la Libertad (FPO), clama en contra del “comunismo climático”, “la locura del género” y por un “alto al asilo”. FPO suma 30 % en los sondeos, un rebote espectacular para quienes fueron expulsados del poder en 2019, por escándalos de corrupción.

En los países nórdicos, la subida de la extrema derecha se muestra con la xenofobia de Jimmie Åkesson, del partido antiinmigración paradójicamente llamado Los Demócratas de Suecia, que sumó más del 20 % de votos en las legislativas de 2022. Un porcentaje similar fue el récord conseguido en las legislativas de abril pasado por los Verdaderos Finlandeses, de cuyas filas sale Vilhelm Junnila, quien desde junio es ministro de Economía. Mientras en Dinamarca, el Gobierno socialdemócrata aplica una política migratoria restrictiva, presionado por la ultraderecha.

En esa geografía política, forzoso es recordar que Hungría sigue bajo la presidencia de Viktor Orbán, reconocido eurófobo y antiinmigración, quien desde 1998 suma cinco mandatos.

La estrategia de desdiabolización

Como los partidos no tienen soluciones ciertas, todo se juega en una operación de desdiabolización (banalización o normalización). Se trata de decir que la extrema derecha no es la extrema derecha, sino otro jugador en la cancha, que todo vínculo con el nazismo o el fascismo es cosa del pasado, que las declaraciones negacionistas y antisemitas han sido enterradas y olvidadas. Desdiabolizar es mostrar a las actuales cabezas de partido sin los cuernos de los viejos líderes; la sonrisa carismática reemplaza al gesto severo en la mascarada.

Marine Le Pen es la careta más popular de la desdiabolización de la extrema derecha en Francia. Su padre, Jean-Marie, fundó el Frente Nacional y en 2002 pasó a la segunda vuelta de las presidenciales para sorpresa general. Tal hazaña fue repetida por su hija, en dos ocasiones: 2017 y 2022, ambas frente a Emmanuel Macron. La desdiabolización se concreta desde 2011, cuando Marine tomó la cabeza del partido. El movimiento permitía esconder a los viejos líderes y bajar el volumen de declaraciones políticamente desastrosas. Por ejemplo, Jean-Marie consideraba que las cámaras de gas eran apenas “un detalle” de la Segunda Guerra Mundial. En 2018 el partido se rebautizó Reagrupamiento Nacional, como una estrategia para “librarse de una inmadurez política”.

Giorgia Meloni, Italia - extrema derecha.
Giorgia Meloni, Italia. Fotografía: Shutterstock.

Sin embargo, el maquillaje del RN se diluye entre los deslices y las implicaciones de sus miembros en manifestaciones abiertamente pronazis, sus alianzas internacionales (desde Putin y Trump, hasta Erdogan y Bolsonaro), sus asuntos de desviación de fondos y los préstamos de bancos en el extranjero —rusos y árabes— que comprometerían la soberanía tan defendida por la extrema derecha.

La desdiabolización también se opera en la Italia de Meloni. “Soy Giorgia, soy mujer, soy madre, soy cristiana”, repetía en campaña. Intentaba mostrar un lado humano, como madre de la nación. Entre otra de sus jugadas, se cuenta su cambio de hinchada entre dos equipos de fútbol romanos, dejando la camiseta del Lazio —cuyos seguidores se identifican con cánticos y gestos neofascistas— por los colores del AC Roma.

En temas económicos, aunque euroescéptica, Meloni aparenta estar de acuerdo con la Unión Europea para acceder a la ayuda de relance de 200 millones de euros. Puertas adentro, a fines de julio, 169 000 familias italianas fueron informadas por SMS de la supresión del salario de ciudadanía destinado a los hogares con bajos ingresos.

Filtración de las ideas de ultraderecha

Otra imagen de la extrema derecha en Europa es la de una perfusión. Una inyección larga y progresiva de sus ideas en el cuerpo social, las venas y los músculos del viejo mundo. La complacencia con ideas ultraderechistas no para de infiltrarse, incluso en los gobiernos que no declaran tal filiación. Así, los partidos no siempre tienen la necesidad de ganar en las urnas para imponer su agenda.

Por ejemplo, Gérald Darmanin, ministro del Interior y ala derecha del Gobierno macronista, puede declarar que “hay que detener el ensalvajamiento de una parte de la sociedad” y encontrar a Marine Le Pen “un poco tambaleante, un poco blanda” sobre temas como el islam, mientras apoya ciegamente las represiones policiales y disuelve organizaciones contrarias.

Que la extrema derecha importe sus ideas a la arena política puede derivar en coaliciones con partidos diferentes, lo cual ofusca aún más al elector. Pero la perfusión de posturas antiinmigración, antiderechos civiles, homófobas y euroescépticas no se da solo en los círculos de poder. Las amenazas de un “gran reemplazo”, de una “colonización a la inversa”, de una invisibilización de los nativos frente a los migrantes confluyen en las reivindicaciones de grupos sociales permeados por la ultraderecha.

“En Francia, todos nuestros problemas son agravados por la inmigración. Y todos nuestros problemas agravados por la inmigración son agravados por el islam” o “Francia vive una guerra de civilización sobre su suelo”, declaraba Éric Zemmour, polemista que aupado por sus tribunas mediáticas concurrió en las presidenciales de 2022. Intervenciones con este tinte son frecuentes en medios propensos: Valeurs actuelles, Boulevard Voltaire, CNews o Europe1.

Si grupos abiertamente de ultraderecha, como Pegida, GUD, Alba Dorada o Action Française, siguen removiendo la escena, la tendencia ahora va hacia la infiltración de sus idearios en la sociedad y hacia una legitimación cada vez más consecuente en los procesos electorales. Así, las elecciones europeas, en junio de 2024, se proyectan como el umbral a cruzar para la instalación de las ideas de extrema derecha en Europa, otra vez.

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