
Hace poco, Enrique Vásconez (Quito, 1960), escultor, diseñador y ceramista, expuso su más reciente trabajo en la galería N24. Con el título de Teratología, una serie de personajes de su particular mundo interior ha emergido de la cerámica de alta y baja temperatura.
Una especie de bestiario donde el mundo animal y vegetal hacen simbiosis, se entrelazan, se alimentan unos a otros: animales-ciudad, animales-planta, animales bicéfalos; edificios-carros conducidos por seres traídos de un mundo remoto, edificios tricéfalos, superficies agujereadas, son parte de sus más recientes piezas cerámicas.
“Teratología es un trabajo que sale de la reflexión de cómo se están interfiriendo las diferentes especies y espacios del planeta, en donde todos los fenómenos que conocemos de la cultura humana —sobrepoblación, sobreproducción, desarrollo vertiginoso— empiezan a llegar a todos los espacios del planeta; su huella se deja ver en los océanos, los animales se empiezan a adaptar a las ciudades”, dice el escultor.
Lo de Vásconez es complejo, un trabajo solitario y de paciencia que exige silencio y concentración. Sus figuras nacen del barro, arcilla y agua. Algunas requieren un cuidadoso proceso de ensamblaje por su gran tamaño. Con sus manos va dando forma a cada elemento cerámico. Unas piezas necesitan trabajarse por partes y luego las ensambla. Trabaja las texturas; agujeros y protuberancias van al horno a altas temperaturas; otras, no.
Para acercarnos más a esos seres que parecen de otro mundo, pero que son, a decir del artista, de este mundo en el que se ha trastocado la naturaleza, conversamos sobre algunas de sus esculturas. Un recorrido en el que el propio Vásconez describe su propuesta y las razones de ser de sus personajes.
Velocidad y precolombina (2017)

Esta pieza es para Enrique Vásconez uno de sus mayores logros, una de sus piezas preferidas, en donde emerge el precolombino. Es un carro deportivo, moderno, conducido por una figura precolombina, en un encuentro entre dos tiempos. “Es un juego, una manera de irrumpir, de molestar, una ruptura, una licencia. No es un irrespeto a lo precolombino; al contrario, es mi respeto para con los ceramistas del pasado”.
Barrio Largo (2022)

Esta escultura retrata el problema ambiental, uno de los temas a los que el escultor da mucha importancia: el mundo se ahoga, no hay espacio en el que no haya contaminación visual, auditiva, electromagnética, de crecimiento y desarrollo. Es una penetración completa de nuestra cultura sobre la naturaleza.
Esta pieza es la metáfora de lo que está pasando con nuestra humanidad y con nuestro poroso planeta. “Creo que, además de ser una pieza espejo del desarrollo sobre la naturaleza, es hermosa, decorativa, un adorno, una mercancía”.
Quemadora (2022)
En el mismo espíritu de reflexión acerca del desarrollo, Vásconez describe esta pieza como ese monstruo retorcido, casi un dragón, que deja ver las llamas de la industria, los mecheros petroleros, las chimeneas de fuego. Es la humanidad herida, la metamorfosis, la pérdida irreversible de la naturaleza.
Cooperativa Quimbaya (2021)

Esta pieza guarda relación con “Veloz y precolombino”, pero a Vásconez le remite a su época de estudiante. Se inspiró, dice, en el autobús que lo llevaba al colegio. Pero este carrito tiene más elementos: chimeneas de barco, nube de gases, basura…
“Una versión edulcorada, romántica, de mi preocupación constante por el medioambiente”. Además, “el carrito está conducido por un chofer Quimbaya, una representación dulce e ingenua, sencilla y elemental, de la cultura Quimbaya de Colombia”.
Fondos de reserva (2016)
Un edificio. Una figura en llamas, acaso una mujer, que parece saltar por una de las ventanas. Esta obra tiene historia, según cuenta el artista. Resulta que, durante una exposición, un cliente quería comprarle una escultura para su oficina —porque, claro, las esculturas deben venderse— pero le propuso un trato: que le lleve piezas de una de sus exposiciones para tenerlas unos días en la oficina y ver cómo lucen.
Cada semana le llevaba dos piezas que el cliente ubicaba en su oficina unos días. “Me las devolvía, no le convencían”. A la final no le gustó ninguna y más bien le encargó una hecha especialmente para el espacio que le había asignado.
Por fin, luego de varios intentos del escultor por complacer al cliente, la escultura del edificio le encantó y lo compró. Pero un par de días después de cerrado el negocio le llamó. Resulta que a la esposa del cliente no le había gustado para nada eso de que una persona en llamas esté por saltar de la escultura. “Cómo vas a tener una escultura con un edificio quemándose!” —le había dicho—. Así que la devolvió.
Vásconez hizo otra, de un edificio igual, pero sin llamas y sin mujer y esa sí, finalmente, fue a un rincón de la oficina del cliente y, la original, a la colección de Ileana Viteri, galerista y conocedora de las artes. La pieza, dice, es la ciudad fría, la indiferencia, la falta de afecto o de empatía.
Perros jugando (2020)

Esta pieza es una de las más representativas de la obra del escultor. El perro es, además, protagonista de un buen número de sus obras. Perros con colmillos, perros bicéfalos, perros hambrientos, perros que se buscan y olfatean, perros fieles, perros abandonados.
“Siempre me han llamado la atención, por la amistad con el ser humano… en cada casa hay un perro que se convierte en amigo fiel, en parte de la familia, pero, además, son animales de cacería”. Los perros, con distintas texturas, y, sobre todo, “con dientes puntiagudos, colmillos agresivos, han estado muy presentes en mi trabajo”.
Trofeo de caza
Esta es, digamos, una serie que quedó trunca. El escultor quería hacer una serie de animales trofeo, como se ve en las paredes de las casas de los cazadores: cabezas de toro, cabezas de venados y siervos con enormes y protuberantes cuernos. Una galería de animales de su mundo fantástico: culebra-rinoceronte, pez-culebra, perro-oso, pero el proyecto no se pudo concretar.
“Creo que era muy ambicioso porque quería piezas grandes de animales con un carácter más humano, piezas zoomorfas, pero no prosperó”. La del retrato de Christoph Hirtz fue una de las primeras piezas que hizo con esa idea. “No lo logré, pero aún tengo esa idea rondando mi cabeza”.
Gato mágico (2021)

Una amiga artista, Ana Fernández, pidió que le hiciera un gato de cerámica. Aceptó el encargo y, en su búsqueda, surgió este gato que es parte felino, parte vegetal y parte reptil. Es un “gato mágico”, dice Vásconez, quien se enteró luego que el gato-culebra es un animal mítico en muchos pueblos.
A su amiga artista no le hizo mucha gracia: quería “un gato miau”, que Vásconez hizo después. Este se lo llevó un coleccionista que vio en él un ser mitológico.
Teratología (2022)

Esta pieza es la que dio nombre a su reciente muestra de esculturas. El animal que se está quemando, sufriendo, el que respira las nubes de humo y contaminación, del que se escucha un grito silencioso mientras se retuerce. La pieza, además de movimiento y textura porosa, tiene una particularidad: las patas del animal son más bien arquitectónicas, es decir, hacen referencia a un objeto, no a un ser vivo.
Sobre el artista
Enrique Vásconez estudió Diseño Industrial en la Universidad Javeriana de Bogotá en 1986. Ha trabajado en diseño de escenografía y vestuario para teatro y danza. Como escultor y ceramista ha participado en dos ocasiones en la Bienal Barro de América llevada a cabo en Venezuela, en las ediciones de 1995 y 2003.
Es parte del colectivo Casa de Artista y ha participado en varias exposiciones colectivas e individuales. También fue docente en las carreras de Diseño Industrial y de Artes de la PUCE.
Conclusiones
Dice Trinidad Pérez que su obra “nos presenta una especie de bestiario, en donde lo humano se une a lo animal, a lo vegetal, a la ciudad, que no es más que otro monstruo, en un mundo que se acerca al ocaso”.
Sí. La cerámica de Enrique Vásconez no deja al espectador indiferente. Sus personajes gritan, se retuercen, sonríen, muerden, guiñan los ojos. Sus obras están llenas de detalles y también de humor. Lobos, perros, flores disgustadas, dragones, edificios vivientes y sonrientes, carritos salidos del baúl de los recuerdos infantiles, gatos mágicos, pétalos de flores, zapatitos de un ciempiés, figuras que parecen estar vivas, hacen parte de un mundo, a veces de pesadilla, otras onírico, y siempre, siempre, intenso.