Extrañó sus brazos solo cuando quiso apapachar a su hijo

Por Cristóbal Peñafiel.

Fotografía: Johnny Guambaña y cortesía.

Edición 464 – enero 2021.

El artista cuencano despierta admiración y es un referente de amor y lucha cotidiana. Su discapacidad está en brazos y piernas, pero su cabeza, sus pies, su boca y su corazón están llenos de talento.
Santiago Guillermo lleva una vida muy disciplinada, goza de un gran dote artístico y una capacidad especial de pintar con su boca. Su trabajo es una cadena de ardua labor, experiencia y en especial amor por lo que hace; él empezó a pintar con los pies y ahora lo hace con la boca.

La vida le ha planteado retos desde que vino al mundo, hace 33 años, pero ahí está Santiago Guillermo Llivisaca dando la cara a las dificultades y sencillez a sus triunfos. Es de los que aprovechan sus vir­tudes y dejan de lado sus debilidades. Su objetivo no es solo vivir, sino sacarle pro­vecho a la vida. Desea pintar el destino, los paisajes, las bondades y crueldades de la sociedad, el mar, la luna, la Tierra y el universo, desentrañando sus secretos.

Es un artista del pincel y de la vida. Su virtuosismo va más allá de haber comenza­do a pintar con los pies y luego con la boca, exigido ante su discapacidad congénita que le impide movilizar adecuadamente sus brazos y sus piernas.

Es un pintor hiperrealista. Su talento fue descubierto a temprana edad y desde allí ha evolucionado hasta ser reconocido: en Francia logró una medalla a la excelen­cia en las Olimpiadas Especiales de 2016. Y en mayo de 2021 irá a Rusia, a las Olimpia­das de Habilidades Especiales.

Autodidacta, tiene también su propio centro educativo.

Artistas de la talla de Oswaldo Viteri y Ricardo Montesinos expresaron su admi­ración por la obra de Santiago, recuerda María Eulalia Crespo. Los dos fueron, en distintos momentos, a mirar cómo traba­jaba. Viteri se quedó impresionado. Siga haciendo lo que está haciendo, le dijo. Montesinos miraba cómo Santiago ma­nejaba con su boca el pincel. “Usted no es discapacitado, el discapacitado soy yo porque no puedo hacer lo que usted hace”, le dijo.

Santiago nació en un humilde hogar cuencano. Sus padres, Felipe Guillermo y Mariana de Jesús Llivisaca, y sus herma­nos Boris, Gustavo, Priscila, Isabel, María Augusta, Sonia y Mayra le dieron su apoyo espiritual y económico. Santiago era muy querido tanto por su discapacidad cuanto porque era el último retoño de la familia.

Para María Eulalia, Santiago es un ser humano extraordinario y un copista ge­nial. Y Mariana no solamente es la madre abnegada de Santiago, sino un ejemplo de sacrificio, de cariño, de lucha, una auténti­ca heroína. Todo el tiempo y ante muchos médicos buscó una cura para su hijo. Unos extranjeros atendieron a Santiago y por ellos pudo lograr movilidad en sus piernas y caminar de puntillas.

El ángel de Santiago fue doña Eulalia Vintimilla de Crespo, quien descubrió su talento y le brindó un impulso formida­ble. Eulalia, una mujer apasionada por la cultura, vio un día que el pequeño hijo de Mariana, su querida y legendaria em­pleada doméstica, manejaba el lápiz con los dedos de los pies. Entonces, lo llenó de lápices. Luego, al ver que pintaba le dio cra­yones, cartulina… Y no solo eso, también le compró su primer cuadro, una montaña nevada con un bosque en sus faldas. Este chico es un genio, dijo. Y siempre estuvo pendiente de él hasta cuando ella falleció en 2009.

En la escuela Santiago no quería dife­rencias con sus compañeros, pero no podía correr, saltar ni jugar con libertad por di­ficultades en sus rodillas. Su 84 % de dis­capacidad, por el síndrome de la artrogri­posis congénita múltiple, le pasaba factura y su experiencia se tornó agridulce. Unos niños lo apoyaban, pero de otros recibía burlas. Las cosas en el colegio mejoraron y sentía un compañerismo fuerte, tanto que lo eligieron presidente del curso.

De jovencito Santiago fue enamoradi­zo, pero tímido. Y su amor con quien ahora es su esposa, Magda Morán, comenzó me­diante una plataforma online. Tenían una conversación fluida; pronto se conocieron y se casaron. Desde allí Magda ha estado a su lado en todo momento. Y más toda­vía cuando nació Thiago Andrés, hace tres años. El único momento en el que sintió que le hacían falta sus brazos fue cuando quiso apapacharlo. Ahora Thiago es un niño amoroso y muy pegado a su padre: lo abraza y está junto a él durante su trabajo.

Santiago procura valerse por sus pro­pios medios. En el colegio escribía varias de sus tareas. En su casa y en ciertos res­taurantes se sirve sus alimentos llevando la boca al plato; utiliza sus pies para pintar, para recoger cosas del piso y recibe asis­tencia para ducharse, vestirse… Y para ello está su esposa, Magda, de 39 años, nacida en Jujan, límite entre Los Ríos y Guayas.

Ser organizado y metódico son tam­bién fortalezas de Santiago. En la mañana su primera actividad es orar para agradecer a Dios por un día más con su familia. Lue­go, toma el pincel y da forma a sus obras; en la tarde, trabaja con sus estudiantes, a quienes enseña y de quienes aprende. En la noche se concentra en su familia.

Sí, es un creyente. Su mayor inspi­ración es Dios porque no hay nada más perfecto que su obra, dice. Santiago inten­ta mostrar esa perfección porque “lo que para muchos puede ser defectuoso, Dios es capaz de transformar en algo extraor­dinario”.

Es muy sensible. Siente impotencia cuando ve escenas de dolor y angustia en las calles. Y una forma de rebelarse es re­flejar en sus pinturas el dolor de la gente y la inoperancia de las autoridades y de la sociedad. Hace un año hizo una serie con temas de la pobreza, el femicidio, el maltra­to infantil y el aborto.

Su fuerte es trabajar paisajes y captar la naturaleza en todo su esplendor, aunque también le apasionan los bodegones y los retratos.

Aspira a que sus obras generen ganas de involucrarse en el arte como un medio de expresarse y despierten el potencial que cada uno posee. Sueña viajar con su fa­milia alrededor del mundo para mostrar sus obras como un reflejo de la realidad social, de la naturaleza y de su vida. Pero también sueña con una fundación de ayu­da para discapacitados, buscando dotarles de herramientas para que desarrollen sus virtudes.

Su fuerte es trabajar paisajes y captar la naturaleza en todo su esplendor, aunque también le apasionan los bodegones y los retratos. Pintando el mar se sintió libre y ahora sus retos son pintar la Tierra, la in­finidad del universo y lo que se esconde en él.

Está lleno de ilusiones en este apasio­nado camino a través del arte y de la vida. Y está seguro de que vendrán nuevos triunfos.

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