Evolución y zombis.

Por Rafael Lugo.

Ilustración: Tito Martínez.

Edición 453 – febrero 2020.

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No sé ustedes, pero yo he descubierto que mi mente más profunda no logró adaptarse al correr de los tiempos con la misma velocidad con la que avanzaron la tecnología y las industrias.

El día de este adulto de la actualidad arranca la noche anterior con la pregunta de si podré dormir algunas horas seguidas. Se ha resuelto mucho ese problema con unas gotas de CBD, aunque a veces las olvido. Y aunque el sueño llegara eficientemente, no falta la noche en la que uno de los gatos resuelve aterrizar sobre alguna parte de mi cuerpo porque ha decidido cazar una polilla en la oscuridad.

A la mañana siguiente, antes de abrir los ojos, el cerebro empieza a ubicar las preocupaciones. Las normales, digamos, como aquellas relativas a la salud y estado de la familia, al crecimiento de los hijos, a las fragilidades que aparecen con los años de los que antes eran fuertes; al trabajo, a los detalles del trabajo, a las relaciones profesionales y laborales producto del trabajo, a la competencia; a las deudas. A las acreencias.

Y las preocupaciones “extras”. Ese inacabable malabarismo cerebral que implica ir por la vida “sin callar ante la injusticia”, “esperando que vengan por mí, porque no hice nada cuando vinieron por los otros”, con la casi obligación de tomar partido por todo lo que ocurre (o podría ocurrir) en la humanidad y buscando la orilla de un río que tiene siempre más de dos…

Me pregunto, ¿cuántas causas puede o debe un ser humano abrazar?, ¿sobre cuántas causas debería preocuparse? Por culpa y gracia de Internet y las telecomunicaciones la pelea, cualquiera de ellas, ocurre en el patio de tu casa. Irán, Siria, Israel, Palestina, Afganistán y los talibán, Uganda, Sudán del Sur, Boko Haram en Nigeria, o los crímenes étnicos en Birmania. Sinaloa, la migración centroamericana hacia Estados Unidos, Argentina, Brasil, Paraguay, Chile, Colombia, Venezuela, Bolivia, Perú. ¿Cómo nos organizamos? ¿Vamos al Mundial de Catar o hacemos lo de los alemanes?

No se diga de la clonación de humanos en China, el costo de la medicina en el mundo, la educación en Finlandia, el fondo petrolero de Noruega, la adicción al trabajo en Japón, los índices de suicidio en los países más civilizados. ¿Compramos esos zapatos que, dicen, se cosen en talleres de trabajo infantil?

Todo esto y mucho más en la primera hora del día nuevo, un siroco dentro del cerebro mientras tratas de desayunar serenamente con tu mujer, que seguro tiene un movimiento igual en la cabeza. Todo esto y mucho más porque todavía no hemos pensando en el país, sus grandes objetivos/dramas/crisis/traumas/ alegrías nacionales, y el relajo con puñetes juveniles incluidos ocurrido en una urbanización que ni siquiera está en la misma provincia en la que está tu propia urbanización.

No sé ustedes, pero yo, además, estoy agotado del sufrimiento de los conservadores ante cambios que en nada les afectan y cuyo discurso principal es acusar de sufridores a quienes reclaman ante tradiciones cretinas que parecen correctas por la fuerza de la costumbre. Cansado de los que se dan por aludidos por una canción protesta, cansado de pensar en todas las variables, causas, razones, políticas, consecuencias y predicciones alrededor del clima, en lugar de simplemente escoger la ropa adecuada para la temperatura de hoy.

Esconderse de la información es una opción. Pero no es la cura porque la vida de ahora está vinculada con miles de variables. ¿Apoyo al pequeño comerciante o me voy a comprar en la tienda gigantesca? ¿Cambio de proveedor de Internet por razones políticas y éticas? ¿Me pronuncio sobre equis tema o mejor no? ¿A quién estoy “traicionando” si digo lo que pienso?

Todo esto antes de las nueve y media de la mañana.

Decía que mi mente más profunda no logró adaptarse al correr de los tiempos, pues estoy seguro de que muchos no se hacen este drama que me hago yo y fluyen en paz con todas las opciones, noticias y situaciones que la actualidad nos exige. Por mi lado tengo que aceptar que soy un tipo mucho más simplón que se abruma ante las complejidades y detalles de la vida.

Creo que por esto es que me gustan las películas de muertos vivientes o cualquier historia del tipo posapocalíptico y hasta las medievales. Esas situaciones con los mismos problemas de supervivencia, pero en pequeño y con una sola orilla: la tuya, porque al frente están los zombis. Así quisiera estar, todo el día en una sola actividad, un solo oficio: consiguiendo agua y comida, acarreando tablas para reforzar una pared, afilando el machete con una piedra. Y despreocupado por el insomnio, por si atacan los zombis.

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