Por Daniela Merino Traversari
No importa cuántos mares el hombre haya cruzado o cuantos continentes haya colonizado, cuando se trata del espacio, sí, del espacio de “ahí afuera”, el de infinitas galaxias, agujeros negros, estrellas, supernovas, planetas rojos y lunas congeladas, el ser humano siempre será diminuto e insignificante. El espacio enfatiza sus limitaciones, tanto físicas, como filosóficas, y cualquier cosa que exista “ahí afuera” siempre será infinitamente más grande que los parajes de su imaginación. Por ello, su misterio es inaccesible, pero eso jamás será suficiente motivo para detener la ambición del hombre, su instinto de conquista, de descubrimiento, de exploración y de aventura. Al contrario, ese misterio es la pócima más seductora, el catalizador más fuerte para la furia y la determinación de ir en la búsqueda de lo imposible. La pregunta ¿estamos solos en este universo? no nos deja en paz y su latido permanente nos inquieta, nos quita el sueño, nos impulsa a al juego de creernos dioses. Entonces, ¿hasta dónde somos capaces de llegar para comprobarlo?
Si en 1969 Neil Armstrong llegó a la luna anunciando que aquello era “un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”, en un futuro no muy lejano, la misión de Europa One, sobrepasaría este lema. Esta vez se trata de un proyecto moralmente superior. Se trata de enfrentarse a otras vidas en nuestra galaxia, comprobar que no estamos solos y de llegar “donde ningún ser humano ha llegado jamás”, ni física ni intelectual ni espiritualmente. Es, finalmente, la posibilidad para aniquilar el misterio que nos acecha con insistencia. Una gran oportunidad para la destrucción de la duda. El viaje que podría rebasar las fronteras entre lo humano y lo divino.
Estos cuestionamientos están implícitos (y a veces muy explícitos) en la última película dirigida por Sebastián Cordero, Europa Report, y escrita por Philip Gelatt. Se trata de una producción norteamericana muy ambiciosa para ser de bajo presupuesto (menos de diez millones de dólares), del productor Ben Browning de Wayfare Enterprises, una compañía independiente de Nueva York. La trama relata la primera misión hacia la luna de Europa, una de las cuatro lunas del planeta Júpiter y la más grande de nuestro sistema solar. Basado en datos científicos, este astro, descubierto por Galileo Galilei en 1610, está cubierto por una capa de hielo que a la vez encubre un océano mucho mayor a cualquiera de nuestros océanos. Sus mareas han generado una serie de grietas sobre el hielo, las cuales facilitarían el acceso a las profundidades de este mar y así poder extraer la vida que supuestamente existe en él. Esta es la misión de la nave Europa One: ir a Júpiter, encapsular la vida, regresar a la Tierra y comprobar que no estamos solos en este sistema solar. Para ello se requieren cuatro años de la vida de seis tripulantes. Dos años de ida, dos de vuelta. Dos ingenieros, dos científicos y dos pilotos. Dos de cada uno, por si a caso. Ellos son Daniel, Rosa, Andrei, William, Katya y James, un elenco bastante internacional y muy conocido dentro del cine independiente.
La misión es auspiciada por Europa Ventures, una empresa privada que nada tiene que ver con la NASA. Esta aventura hacia el espacio no termina de la manera esperada, pero sí de una manera heroica que justifica la gran paradoja de dar la vida por descubrir la vida. Dentro del género de la ciencia ficción, Sebastián Cordero narra la historia como un documental no lineal, editado por la propia empresa Europa Ventures, luego de reconstruir las imágenes de las cámaras que monitoreaban la nave junto con algunas grabaciones íntimas de los propios tripulantes. Esta técnica, de reconstruir a partir del found footage (tomas encontradas, no grabadas con el propósito de hacer un documental), ya ha sido utilizada en otras películas.
La propuesta de una cinta de ciencia ficción, relatada en formato documental, y de bajo presupuesto, podría parecer una combinación letal, pero Cordero saca todo su potencial como cineasta e invita a su proyecto a dos piezas fundamentales para este proceso: Eugenio Caballero (director de arte) y Enrique Chediak (director de fotografía), quienes juntos forman un triunvirato muy firme que apuntaló con fuerza hacia el mismo horizonte. Se trata de “un equipo hecho en el cielo”, como los describiría el New York Times, para crear una propuesta visual refrescante y sofisticada, digna de una producción de altísimo presupuesto, para satisfacer los gustos no solo de los aficionados al género sci-fi, sino a los amantes del buen cine en general.
Un lenguaje visual para Europa One
Europa One fue construida desde cero. ¿Su arquitecto? Eugenio Caballero, colaborador de Sebastián en Crónicas y Rabia, y un director de arte que cuenta con una larga trayectoria en el mundo del cine: una sólida carrera en el escenario hollywoodense y un Óscar por su trabajo en El laberinto del fauno. Eugenio decide trabajar con Sebastián una vez más gracias a su amistad, al éxito de sus colaboraciones anteriores y por la atractiva y desafiante propuesta de construir una nave espacial, la cual sería la única locación para todo el rodaje de la película.
Tanto para Sebastián como para Eugenio, esta experiencia sería completamente nueva. Una cosa es que un set de filmación se alimente de su entorno, transmita la atmósfera de un lugar específico, buscado y encontrado para filmar una o dos escenas de una película y otra muy diferente es crear todo de la nada, edificando un solo escenario para toda la película, y más aún cuando se trata de una nave espacial. El trabajo fue arduo. Casi sin respirar, este director y su director de arte prácticamente se transformaron en científicos de la NASA para investigar exhaustivamente como está construida una nave espacial, el porqué de sus materiales, de sus colores, la división exacta de sus espacios, el tamaño específico de las ventanas, etc. El primer viaje que realizaron a Los Ángeles fue para visitar el Jet Propulsion Lab de la NASA (el cual fue una gran inspiración para la construcción de la nave), al igual que Space X. Además, dos científicos claves (de JPL), Kevin Hand y Steve Vance, les ayudaron durante el proyecto.
Y es que cada detalle debía ser calculado, nada podía ser construido únicamente para el placer del ojo. En una película todo tiene una razón de ser, aunque el espectador pueda dar todo por hecho, sobre todo cuando se trata de un set impecable —como en este caso—, pero la única verdad es que lo que miramos, por lo menos en Europa Report, es el resultado de una investigación microscópica.
En la pantalla grande, el escenario de Eugenio Caballero se ve estéril, metálico y de una atmósfera tan gélida como la propia Europa. La nave es un espacio científico más que estético y se trata de ser fiel a la ciencia por encima de cualquier cosa. Sin embargo, su visión artística sigue transmitiéndose y filtrándose a través de una imagen cristalina y afilada que nos traslada, de manera silenciosa, a Kubrick y su Odisea 2001.
En la impecabilidad de esta imagen también contribuye el trabajo del director de fotografía Enrique Chediak, también con una carrera en Hollywood y entre sus últimas producciones están The Intruders, 127 Hours y Red 2. A Chediak le atrajo la idea de filmar en un espacio cerrado, con múltiples cámaras y cámaras fijas. Era una oferta que no podía dejar pasar.
Su trabajo cinematográfico también responde a un proceso investigativo intenso, pero de distinta índole que el de un director de arte. Su lenguaje es el de las imágenes en general, el de una cromática y composición que puedan transmitir sentimientos específicos: la asfixia, angustia e incertidumbre que implica embarcarse en una travesía tan larga y tan lejos de la Tierra. Por lo tanto, ¿cuál es el lenguaje visual más apropiado? ¿Cómo se lo debe manejar para transmitir eficazmente la atmósfera claustrofóbica de una nave espacial? ¿Cómo deben responder las imágenes cuando la edición de este “documental” está hecha a partir de “tomas encontradas”? ¿Cuántas cámaras serían necesarias para cubrir el espacio de la nave? ¿Dónde deben colocarse estas cámaras y por qué? Estas son algunas preguntas que se debe haber planteado Chediak para crear un lenguaje visual potente y eficaz, estético pero primordialmente lógico y científico, consecuente con una cinta de bajo presupuesto y de ciencia ficción.
Regla número uno: las cámaras de la nave jamás se moverían. Esta regla es muy coherente, responde directamente a la idea de que estas son las verdaderas cámaras de la nave, las que utiliza Europa Ventures para monitorear a su tripulación. En este caso, la estética queda subvertida a la funcionalidad, ya que existe una razón científica para el posicionamiento de cada cámara en una nave espacial, pero tampoco puede dejar de ser una decisión estética, ya que al mismo tiempo esto sigue siendo una película. Ocho cámaras fueron utilizadas para cubrir todo el espacio de la nave y Eugenio Caballero realizó varios modelos en 3D para simular lo que sucedería con cada cámara.
Toda la película fue filmada simultáneamente con estas ocho cámaras. Para cualquier cineasta esto implica varias complicaciones. Una de ellas es que tanto el director como el director de fotografía deben fragmentar su mirada en ocho monitores durante el rodaje. Y para el director esto también implica subordinar el movimiento de los actores a las cámaras y no al revés como suele suceder, aparte de llevarse al cuarto de edición ocho ángulos distintos de toda la película, algo que puede generar infinitas opciones y por ello un dolor de cabeza adicional.
Pero también es interesante observar cómo cada cámara vive los mismos deterioros de la nave, como si hubiesen tenido una vida y una personalidad propia. Las cámaras no están ahí para simplemente registrar un acontecimiento, son el propio acontecimiento. Experimentamos lo que les sucede a estos tripulantes únicamente a través de unas cámaras que viven lo que ellos mismo están viviendo. No se trata del ojo distante que suple lo económico. Se trata de una mirada científica que como consecuencia de su funcionalidad termina respondiendo a un lenguaje estético y, por ello, el resultado es tan exitoso: imágenes vibrantes porque la nave es nueva y está a punto de embarcarse en la gran aventura universal, e imágenes desenfocadas, cuando todo está por acabar, creando altas tensiones y reflejando el estado interior de un astronauta que sabe que ya nunca volverá.
Todos hemos visto películas de expediciones al espacio, desde las más arrebatadas aventuras como Misión a Marte (2000) o Luna (2009), hasta la más seria y estéticamente preciada representación del espacio como Odisea 2001 o la trágica y a la vez exitosa misión de Apollo 13. Europa Report, inevitablemente carga con referencias de este tipo, pero una vez superada esta comparación, la cinta se transforma en una aventura honesta y sin pretensiones. El filme fundamenta su ficción en datos científicos y contemporáneos, generando así una fuerza única y un desafío para el género sci-fi.
Además, Cordero y su equipo logran hacer de Europa Report una aventura visual hermosísima. Es muy fácil olvidarnos de que estamos mirando “imágenes encontradas”, pero lo son y, paradójicamente, por ello, tan hermosas. Es la belleza en la simplicidad de lo que no se fuerza, que solo es resultado de lo que debe ser. Tanto los parajes de la luna de Europa como los interiores de la nave espacial nos regalan un viaje estético que se funda en su propia lógica. Esta es la contribución más potente de la cámara y la visión de Sebastián Cordero.