El misterio de Espejo, su tumba y la masonería

¿Están los restos de Espejo en la capilla de San José? Pero, ¿cómo puede estar la tumba de un masón en un templo católico? Entonces, ¿Espejo era parte de la masonería?

Figura de Eugenio Espejo en el Museo Alberto Mena Caamaño, Quito.
Figura de Eugenio Espejo en el Museo Alberto Mena Caamaño, Quito. Fotografía: Xavier Gómez Múñoz.

Para llegar a la cripta hay que bajar un total de quince escalones enmarcados por paredes gruesas de piedra y ladrillo. Las luces se encienden. A un costado están los restos de Ceferino, el relojero de la iglesia de La Merced que está también en el centro de Quito. Al frente se ubica una urna sin nombre. Al fondo se ven dos tumbas más: el nicho del dueño de la vivienda, el padre mercedario Francisco de Jesús Bolaños, y una caja metálica de color negro, cubierta por una lámina transparente, sobre la que se lee: 

Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y Espejo
Prócer de la Independencia del Ecuador
Hombre de letras de su tiempo:
médico, abogado, escritor, periodista, bibliotecario.
1747-1795

Estamos en el subsuelo de la capilla de San José, en un convento entregado en comodato a la orden religiosa la Toca de Assis, en el barrio El Tejar. Sobre una de las paredes brillan las placas de una escuela, un colegio e instituciones que quisieron rendir honores al prócer. En Internet y en la prensa se lee también sobre la “tumba de Espejo”, sobre visitas sin guía y lo “olvidado” de este lugar, cuya existencia no es conocida por muchos y en el que no hay días u horarios de visita establecidos. No se puede llegar sin agendar una cita grupal a través de redes sociales o telefónicamente.

La organización que cuida el convento alimenta de manera gratuita, cada semana, a unas cien personas pobres o en situación de calle, según cuenta la relacionista pública Carolina Espinosa, con nada más que autogestión y donaciones. En el convento de la Toca de Assis, sin embargo, nadie sabe mucho sobre Espejo o sus restos, de modo que Espinosa, quien es, además, tecnóloga en Turismo, considera que sería bueno no solo hacer promoción cultural, sino asesorarse con algún historiador para ofrecer mejor información.

Espinosa calcula que al convento acuden mensualmente unas veinticinco personas: “La mayoría viene por conocer la casa y la obra social, pero, como parte del recorrido, se les lleva también a conocer la capilla y la tumba de Espejo”.

Lo que no muchos saben, no obstante, es que lo más probable es que aquel nicho y sus restos no pertenezcan en verdad a Espejo. Lo dicen, en entrevistas y momentos distintos, Carlos Freile y Carlos Paladines, ambos profesores eméritos (ya jubilados) de historia y filosofía, e investigadores, desde al menos 1975, de la vida y el pensamiento de Espejo.

—En este como en otros tantos temas sobre Espejo se hacen afirmaciones gratuitas —son las palabras de Freile—, no hay ninguna prueba de que los restos que están ahí sean de un hombre muerto en 1790 y tantos (no hay estudios sobre la edad de esos huesos) ni investigaciones in situ sobre la caja (donde fueron hallados), el lugar, algún objeto de Espejo, y tampoco investigación documental (algún texto, algún documento de la época). No hay nada, nada, nada. El día en que me muestren evidencia científica yo diré: “Me equivoqué”, mientras tanto eso, para mí, es una falsificación.

Paladines, aunque más cauto con las palabras, expresa más o menos lo mismo. Habría sido el propio Espejo quien, a través de su testamento, pidió que lo enterraran en El Tejar. Solo que, dice ahora Freile, sus restos desaparecieron y no fue hasta su supuesto hallazgo, durante el siglo anterior y “sobre el que no hay evidencia o respaldo científico”, que se empezó a reconocer a la capilla de San José como el descanso eterno del Precursor de la Independencia.

Los últimos días

De Eugenio Espejo se ha dicho de todo, que dizque era indígena, que su madre era una mulata liberta, que el apellido de su padre era Chusig y que, aun así, por aquello del racismo y la discriminación que acarreamos desde la Colonia, logró ingresar a la universidad y hacerse de todos los títulos que se hizo.

Pero, además de sus cuatro títulos universitarios (estudió también Filosofía y Teología), Espejo fue, eso sí, uno de los pensadores más agudos de su tiempo, y ahí están para probarlo el Nuevo Luciano de Quito (1779), Marco Porcio Catón (1780), La ciencia blancardina (1781), Reflexiones acerca de un método para preservar a los pueblos de las viruelas (1785), Defensa de los curas de Riobamba (1787), Cartas riobambenses (1787), entre otros tantos escritos, sermones y misivas.

Fue por sus obras que se volvió incómodo para los poderes de su tiempo. En ellas sustentó su pensamiento crítico hacia el sistema de salud en una época donde azotaba el virus de las viruelas (su informe médico fue reconocido y estudiado incluso en Europa), la corrupción de la administración pública, las medidas económicas del sistema monárquico, el sistema de educación y cultura. Según explica el investigador Carlos Paladines, por todo esto, Espejo “se hizo de un ambiente adverso” o enemistades poderosas, mejor digamos. 

La “tumba de Eugenio Espejo”.
La “tumba de Eugenio Espejo”, capilla de San José en el convento de la Toca de Assis. Fotografía: Xavier Gómez Múñoz.

Además, estuvo preso tres veces por acusaciones de ser crítico con la Corona española y de los banderines con frases subversivas escritas en latín que aparecieron en las iglesias de Quito. “Al amparo de la cruz conseguid libertad, gloria y felicidad”, dice la traducción más popular de esos banderines. Esta última acusación se basó, según Paladines, en que Espejo era uno de los pocos quiteños que podía leer y escribir en latín, y en su ya conocido pensamiento crítico.

De su última prisión, Espejo prácticamente no salió, continúa el historiador: “Había sido encerrado el 30 de enero de 1795; el 20 de octubre hubo un dictamen a su favor, pero el presidente de la Real Audiencia no lo cumplió, y recién le permitieron salir el 21 de noviembre”. Espejo ya estaba muy enfermo luego de casi un año de cárcel, de modo que murió el 27 de diciembre de 1795, antes de cumplir 49 años.

En los días previos, sin embargo, escribió un testamento, en el que pidió que lo enterraran en lo que ahora es El Tejar. “Eso es cierto”, apunta el investigador Carlos Freile. No por ningún motivo en especial, sino, “pienso yo, porque ahí era donde se enterraban a las personas que no tenían mausoleos propios; no había cementerios públicos como ahora, sino cementerios o criptas en las iglesias”. Debido a la persecución de las autoridades españolas y al miedo de los quiteños de que los relacionaran con Espejo, Freile agrega que a su funeral acudieron solo tres personas: su hermana Manuela, José Mejía Lequerica, cuñado de Espejo y también prócer, al igual que Manuela, y el sacerdote Joaquín Lagraña. E insiste en que el paradero de sus restos es incierto.

Al volver de Bogotá, adonde fue para defenderse de una de sus acusaciones, Espejo fundó la Escuela de la Concordia en Quito, y durante su estancia en lo que hoy es Colombia se dice que conoció al médico francés y masón Luis de Rieux. Por eso, a decir de Freile, se suele asociar a Espejo con la masonería.

La Casa Masónica Eugenio Espejo

Existen dos grandes logias, que agrupan a otras más chicas, a nivel nacional. La Gran Logia del Ecuador y la Gran Logia Equinoccial del Ecuador, la primera basada en la corriente británica de la masonería, y la segunda, en el rito francés. En ambas existe alguna logia (o casa) que lleva el nombre de Eugenio Espejo.

Estamos en la Casa Masónica Eugenio Espejo, en el norte de Quito. Aquí no hay más que un retrato suyo en una de las salas, al pie de una larga y robusta mesa de madera. Además de un pub, cuatro salas donde sesionan los miembros de la Gran Logia del Ecuador, sobresalen símbolos como la pirámide y el ojo, la escuadra y el compás, la luna y el sol, columnas al pie de pisos ajedrezados, candelabros, espadas, cráneos, mazos y otros símbolos masónicos, además de biblias católicas. En esta organización hay solo hombres, eso sí, mayores de veintiún años, debido a que siguen las normas de las primeras logias que se unieron en Inglaterra en 1717. La otra corriente histórica, la francesa, data también del siglo XVIII.

Primicias de la Cultura de Quito fue el primer periódico del Ecuador creado por Eugenio Espejo, Museo Alberto Mena Caamaño.
Primicias de la Cultura de Quito fue el primer periódico del Ecuador creado por Eugenio Espejo, Museo Alberto Mena Caamaño.

Aunque ya en estos tiempos, apunta Pablo Chang, hay también logias mixtas o “no regulares”, conformadas por hombres y mujeres, pero no cuentan con el reconocimiento de la institución que opera desde Reino Unido. Chang es abogado, profesor y masón, además del encargado de mostrarme el lugar y responder preguntas. Antes de visitar la Casa Masónica Eugenio Espejo, Chang me había enviado un texto con citas históricas sobre Espejo y la masonería.

Se lee en dicho escrito que Juan Pío Montúfar, Eugenio Espejo y su hermano, el sacerdote Juan Pablo Espejo, viajaron a Bogotá y se unieron a la masonería en 1789, a partir de una logia llamada El Arcano Sublime de la Filantropía (fundada por el colombiano Antonio Nariño e intelectuales europeos, entre los que figura el francés Luis de Rieux). Y que, después, Montúfar, los hermanos Espejo y compañía fueron los responsables de “los pasquines y banderillas de libertad republicana que amanecieron puestas en las esquinas” de Quito.

Aquel escrito se basa sobre todo en cartas de denuncia enviadas, “según parece a un alto funcionario de Madrid” en los primeros 1800, y en él se reconoce la existencia de una logia masónica fundada en Quito, llamada Ley Natural. La agrupación habría estado presidida por Montúfar y contado entre sus miembros a Mejía Lequerica, ambos reconocidos masones. A su regreso de Bogotá, Espejo fundó la Escuela de la Concordia, “núcleo de la Sociedad de Amigos del País”, dice en el texto, la cual “internamente era una logia”. Por ende, Espejo habría sido también precursor de la masonería en Quito.

En la Gran Logia Equinoccial tienen un criterio parecido con respecto a Espejo. El gran maestro o líder de esa organización, Carlos Vera Quintana, también mediante un escrito, resalta la influencia de Espejo en la masonería ecuatoriana, su pensamiento, memoria y figura. Destaca la influencia de la masonería en el prócer quiteño, la cual “inspiró el ilustrado pensamiento de Espejo, su lucha por la libertad y contra las tiranías”, dice.

“Sin duda, Espejo era un masón” con o sin mandil, escribe Vera, independientemente de las evidencias que exigen los historiadores, “en un medio en el cual tenerlas era una sentencia de muerte”. Y lo mismo el médico y uno de los autores del libro Eugenio Espejo, médico y prócer Ángel Alarcón, quien considera que, aunque no haya pruebas contundentes, las coincidencias entre el pensamiento de Espejo y las ideas promovidas por la Ilustración (Voltaire, Montesquieu, Rousseau y otros tantos que fueron masones) hacen pensar que Espejo fue masón.

Carlos Freile y Carlos Paladines, sin embargo, no están de acuerdo. Que el pensamiento de una persona que leía mucho, en ocasiones “incluso hasta doce o dieciséis horas al día”, y que tuvo acceso a libros y buenas bibliotecas coincida con algunos postulados masónicos, dicen los investigadores, no es prueba de que haya pertenecido a un grupo. Agregan que ninguno de ellos ha encontrado una sola referencia a la masonería en las más de dos mil páginas escritas por Espejo, aunque reconocen cercanía a ciertas ideas, como el racionalismo “que era propio del pensamiento en el siglo XVIII”. Aunque Espejo “no menciona la palabra fraternidad (uno de los principios masónicos)”, sí “pelea por la dignidad y la igualdad de todos”.

Freile y Paladines insisten, además, en que no existe evidencia documental seria sobre el vínculo entre Espejo y la masonería, y señalan inconsistencias cronológicas entre el supuesto encuentro de Espejo con Luis de Rieux, la llegada de la masonería a la Real Audiencia, la defensa de Espejo en Bogotá y su muerte en Quito. Espejo murió en 1795 y la masonería se habría instaurado a partir de 1800, sostienen. Se pregunta asimismo Freile: Espejo era un católico convencido desde su nacimiento hasta su muerte, ¿cómo iba a formar parte de un grupo considerado por entonces enemigo por la Iglesia católica? Añade también que la Escuela de la Concordia era una “organización abierta y que estaba en todos lados, no algo secreto”, como las logias masónicas en esos años.

Para Chang, con quien recorro las salas de la Casa Masónica Eugenio Espejo, otros valores que concuerdan con el pensamiento masónico son la disciplina de Eugenio Espejo, su vocación por el estudio y resalta igualmente su lucha contra la tiranía. Para argumentar la posible masonería de Espejo acude al texto ya citado y reconoce que un principio más en el pensamiento de los masones es reconocer que no existen leyes absolutas. Le pregunto entonces qué pasaría si, en efecto, se comprueba que Espejo no fue masón.

—Nada —responde—. Para nosotros es un hermano más que fue parte de la masonería, como fue Eloy Alfaro, como Simón Bolívar —y acude a la también ya citada definición de “masones sin mandil” para señalar a personas que, sin ser o considerarse parte, practican esos valores.

Por obvias razones, en la “tumba de Espejo” tampoco se perciben elementos masónicos. Se encuentra debajo de una institución católica y han pasado más de dos siglos desde su muerte. Sobre la relevancia de saber si aquellos son los restos de Espejo, Paladines es enfático al señalar que lo más importante es su pensamiento y que para eso están las miles de páginas que escribió. Aunque no estaría mal, hay que decirlo, saber a quién realmente pertenecen esos huesos, y si fueron masónicos o no.

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