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Somos más o menos felices, según donde vivimos

Está comprobado que la cultura y el contexto socioeconómico influyen directamente en nuestras emociones. Y que hay algo que casi todos los seres humanos tememos: la soledad no deseada. 

Las emociones
Fotografía: Shutterstock.

Humboldt exploró territorios españoles en América en 1802 con el permiso del rey Carlos IV. En medio de sus expediciones describió a los ecuatorianos como “seres raros y únicos” que “duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. 

Aunque la apreciación de Humboldt tiene matices que han sido estudiados, siempre cabe la duda de cómo entender que los ecuatorianos nos alegremos con música triste. Quizás “alegrarse” no es la palabra justa, quizás intenta explicar que muchas de nuestras emociones están alimentadas por el contexto en el que vivimos.

Aquello tendría una explicación peculiar, que incluso ha sido revisada por la ciencia. Un estudio en el que participaron más de cincuenta mil adultos de España, México, India, China, Rusia, Ghana, Sudáfrica, Finlandia y Polonia, evaluó en qué medida las personas se sentían preocupadas, enfadadas, apresuradas, deprimidas, tensas o estresadas, o bien, calmadas y relajadas. 

Los resultados revelaron que, por ejemplo, en Finlandia, China y Sudáfrica las personas expresan menos emociones negativas, mientras que las positivas resultan más homogéneas en todos los países, destacándose los africanos. 

La investigación concluyó que estos resultados están marcados, en buena parte, por la cultura. Lo que quiere decir que los diferentes niveles de emociones positivas y negativas difieren según nuestra procedencia y el bagaje cultural, con relación al contexto socioeconómico, y pueden influir en la manera en la que las personas perciben y expresan sus emociones. 

China y África en los extremos 

Un artículo de The Conversation explica que, por ejemplo, en China existe la tradición de considerar las emociones como factores patógenos, desalentando su expresión. Asimismo, los finlandeses suelen ser emocionalmente reservados y raramente puntúan alto en la expresión de alegría o rabia. “De hecho, el concepto finlandés sisu significa demostrar fuerza, estoicismo y resiliencia”, anota el texto.

Por otro lado, en cambio, están las normas sociales africanas que señalan como indeseables las emociones negativas.

Para las docentes Chiara Castelletti y Marta Miret, “tener en cuenta los factores sociales es importante, ya que la promoción y mejora del bienestar emocional de las personas debe constituir un aspecto clave de las agendas sociales públicas”. 

En algo coincidimos todos 

A pesar de las diferencias existentes, casi todos tememos a la soledad no deseada, es decir, “la discrepancia entre las relaciones que una persona posee y las que quisiera tener”, que es “uno de los grandes enemigos del bienestar emocional, vivamos donde vivamos”, precisa The Conversation. 

Esto se debe, añade, a que la emoción más afectada por la soledad es la depresión, pues “mayores niveles de soledad se corresponden con mayores niveles de depresión y menores niveles de emociones positivas”. 

En el estudio citado inicialmente, solo en México la soledad no se asoció con ninguna emoción. Y esto se explica porque las consecuencias negativas de la soledad en la población mexicana son atenuadas por las interacciones sociales y el apoyo familiar. “En efecto, menos del 1 % de los participantes vivían solos, posible indicador de la relevancia de los vínculos familiares”, lo que indica “que los efectos de la soledad varían culturalmente”. 

De esta manera queda comprobado que los seres humanos estamos naturalmente inclinados a las relaciones sociales y al intercambio social, y resultan relevantes para las emociones en todas las naciones, pero la forma y la fuerza de sus relaciones dependen del país y la cultura, tal como lo evidenció Humboldt en el Ecuador de hace más de dos siglos.

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