Ashiñwaka es el nombre de la Asociación de Mujeres Saparas del Ecuador y este año es una de las dos finalistas de los Premios Ashden que entrega anualmente la organización del mismo nombre, con sede en Londres, en la categoría Soluciones Climáticas Naturales. Esta es, a breves rasgos, su historia y la de un pueblo al borde de la extinción, relatado por su presidenta y otras integrantes de la asociación.

“Mi nombre propio, originario, es Kiawka Shua, pero, acá, en la colonización, mi nombre es Gloria y mi apellido Ushigua. Pertenezco a la nacionalidad indígena sapara, una de las catorce que tiene el Ecuador. Tengo sesenta años. Vivo entre Puyo, capital de la provincia de Pastaza, y Ripano, una comunidad indígena en la Amazonía ecuatoriana, y soy la presidenta de la Asociación de Mujeres Saparas del Ecuador Ashiñwaka.
Ashiñwaka es una palabra en lengua sapara que significa escudo, resistencia, y las actividades y proyectos que sacamos adelante son nuestra forma de resistir. Son estrategias que nos ayudarán a enfrentar las amenazas que tenemos como nacionalidad sapara y como mujeres.
Nuestro principal objetivo es la defensa de nuestro territorio, 375 mil hectáreas de la selva amazónica ecuatoriana. Como mujeres, como madres, sabemos que la defensa de nuestro territorio es la base del desarrollo de nuestras comunidades. Nosotras queremos el desarrollo, pero queremos que sea a nuestra manera, y eso significa vivir de lo que la naturaleza nos da. No queremos vivir según un modelo de desarrollo impuesto desde fuera.
En 2009 un grupo de mujeres nos unimos para enfrentar la violencia de género que nos había afectado desde hace tanto tiempo y para salvar a nuestra nacionalidad de la extinción. La táctica principal es el fortalecimiento de la organización comunitaria, a partir de la organización de las mujeres. Y voy a explicar el porqué.
Uno de los problemas más importantes que tenemos es la amenaza por parte del Estado de la explotación petrolera. En 2011 nuestro territorio sagrado fue cuadriculado y fragmentado en bloques petroleros por el Gobierno del Ecuador. Dichos bloques fueron concesionados durante la Ronda Suroriente, y en febrero de 2014 la oferta de explotación de los bloques 79 y 83, presentada por Andes Petroleum, fue aceptada, y dos contratos de exploración y explotación se suscribieron en enero de 2016, condenando a nuestro hogar a una inminente desaparición.
Un problema paralelo es la presencia de extraños en nuestro territorio. En los últimos diez años los Gobiernos han aprovechado la presencia de estas personas ajenas a nuestra nacionalidad para negociar con ellas y justificar actividades extractivas en nuestro territorio. Han negociado con migrantes que ellos mismos han llevado a nuestro territorio, o con personas de otras nacionalidades que se han asentado en ciertas zonas de nuestro territorio y que están dispuestos a aceptar lo que les ofrece el Estado, que quiere dividirnos y debilitarnos como nacionalidad. El Gobierno de Rafael Correa manipuló el mandato constitucional que habla de la obligación del Estado de consultar a las comunidades indígenas antes de poder intervenir en nuestros territorios. Como pueblo sapara nos opusimos a ello y denunciamos lo que estaba pasando en el Ecuador.
Como asociación, hemos resistido activamente. Y creemos que es clave dar a conocer lo que pasa en el Ecuador fuera del país. Eso ayuda mucho. Yo he podido participar en foros internacionales y he denunciado ante Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otros organismos estos atropellos a nuestra nacionalidad.

Con el apoyo de organizaciones amigas de otros países, desde 2004, he podido viajar para intervenir en el Foro Permanente de los Pueblos Indígenas de Naciones Unidas; y frente al problema con Andes Petroleum, tuve la posibilidad de entregar, en 2017, una carta al embajador de China ante las Naciones Unidas, en Nueva York, para explicarle sobre la imposibilidad de ejecutar el contrato que este consorcio había firmado con el Estado ecuatoriano, porque no cuenta con la autorización de los pueblos indígenas. Él me atendió, recibió la carta y logramos detener la ejecución de ese contrato.

Las mujeres hemos liderado esta lucha y hemos sido perseguidas por ello. Yo fui atacada en 2016 cuando un grupo de militares entró a mi casa. Eran diecisiete militares. El Gobierno de Rafael Correa me enjuició y ese juicio continúa abierto. Una compañera, Anagleta Dahua, fue asesinada ese año, días después de que su esposo había sido amenazado de muerte por gente de las petroleras. La violaron y la dejaron botada lejos de la chacra, adonde había ido a recoger yuca. Los hijos tuvieron que salir de la comunidad porque hombres armados andaban rondando de día y de noche.
El Gobierno de Lenín Moreno quiso reactivar el contrato con Andes Petroleum y en febrero de 2020 le entregó a una asociación extraña a nuestra nacionalidad, denominada Naruka, un título de propiedad del territorio adjudicado a la nación sapara. En mayo pedimos al Ministerio de Agricultura del Gobierno de Guillermo Lasso, que revierta esa adjudicación. No lo hizo. Entonces, presentamos una acción de protección en la Corte Provincial de Justicia de Pastaza y ganamos, la jueza la aceptó y reconoció que se vulneraron nuestros derechos territoriales. El peligro sigue porque el Gobierno quiere explotar los campos petroleros de esa zona.
Los Gobiernos quieren convertir a los dueños de la selva en pobres que migran hacia las ciudades, para que abandonen los bosques y así poder negociar con empresas extractivistas, como ya lo han hecho en otros lugares de la Amazonía.
La presencia de extraños también se debe a la tala de árboles de madera de balsa. Todos estamos en peligro, sobre todo las mujeres, porque hay violaciones. También los niños, porque ellos andan con nosotras.

Al estar unidas como mujeres, hemos podido abrirnos espacio al tomar decisiones en nuestras comunidades, en la participación y representación política de nuestra nacionalidad. Hasta antes de la creación de nuestra asociación solo eran hombres los que estaban al mando, pero ellos no siempre han actuado en beneficio de nuestra nacionalidad. Actualmente, una mujer está al mando de la nacionalidad sapara, Nema Grefa. Nosotras, como mujeres, pensamos en el futuro, a largo plazo, en soluciones sostenibles en el tiempo. Muchas veces, los hombres, que tradicionalmente tuvieron el liderazgo, han fallado en eso; en varias ocasiones han negociado con los Gobiernos, han defendido sus intereses personales y se han olvidado de las familias.

Esto se suma a la historia de violencia que ha sufrido nuestra nacionalidad en los últimos siglos por la presencia de los caucheros, que esclavizaron a nuestro pueblo y trajeron enfermedades; después, de los madereros; y a la migración de muchos sapara hacia las ciudades, huyendo de todas esas situaciones, lo que nos ha llevado a la casi extinción. Actualmente, solo somos unas 550 personas, distribuidas en veintitrés comunidades y solo tres ancianos hablan la lengua sapara, que fue declarada por la Unesco, en 2001, Patrimonio Oral Intangible de la Humanidad.
Si se pierde nuestra lengua, se pierde el conocimiento ancestral que nos permite vivir en la selva; encontrar nuestro alimento, nuestra medicina, nuestro vestido; donde podemos tener una conexión espiritual, porque para nosotros los sueños son una fuente de conocimiento.
En 1992 unos madereros mataron a mi hijo. Fue entonces cuando empecé a luchar por la defensa de la selva. Yo me quería morir. Boté tantas lágrimas. Busqué por toda la selva la respuesta.
Mi padre, que era chamán, me enseñó su saber ancestral. Yo solo estudié la mitad de la escuela primaria, pero cuando terminé mi aprendizaje de medicina natural con él: cómo curar, cómo preparar la medicina, cómo distinguirlas en la selva, mi padre me dijo que soy doctora.
Antes sabíamos curar con plantas, pero ahora, por la presencia de personas de fuera de nuestro territorio hay enfermedades fuertes que llegan de fuera, como la gripe, y para eso se necesita paracetamol. Nosotras usamos plantas como el chiricaspi, que para nosotros funciona como la aspirina; pero con la covid-19 la mitad nos enfermamos y tuvimos que salir a la ciudad. Viajar es difícil, porque solo lo podemos hacer en avionetas, que cobran en cada entrada o salida 480 dólares el vuelo para cuatro personas.
También está el cambio climático, porque ahora hay lluvias fuertes, y llueve en meses en los que antes no llovía y el alimento escasea. La gente en las comunidades se está enfermando porque están débiles. Por el cambio climático, está lloviendo fuertemente, crecen los ríos y la comunidad no puede alimentarse bien. Antes, cuando yo era joven, salíamos a pescar en el río, a caminar en la selva para coger el alimento, como cuando uno va al mercado. Ahora no podemos hacer eso. Hay poca comida en la selva.
Cuando yo tenía veinticinco años, había sol y lluvia. Por ejemplo, en junio, que es tiempo del mono gordo y, en algunas partes tiempo de huevo de tortuga acuática, había sol. Teníamos frutas, teníamos muchas cosas. Nosotros crecimos bien alimentados. Ahora, por las lluvias se pudre el plátano, la yuca. Muy fuerte está el cambio climático. Yo crecí muy bien, corriendo en la selva. Ahora es duro. Toca dormir con chicha nomás.
Uno de los proyectos que tenemos en Ashiñwaka son los talleres en los que hemos enseñado a sembrar a la población en lugares donde no cae mucha agua. Eso estoy enseñando a las comunidades cercanas a Ripano. También a cultivar un pez que se puede cuidar y alimentar en unas piscinitas. Aprendí técnicas de siembra en un taller que tomé en Dinamarca en 2014, que estaba dirigido a mujeres de diferentes países, indígenas la mayoría.
Si la gente no tiene comida en la selva se va a la ciudad o acepta negociar con el Estado. Entonces, lo que tenemos que hacer es rescatar el conocimiento que tenemos, aplicarlo y enseñarlo a las nuevas generaciones. Eso es lo que hacemos en Ashiñwaka, capacitar a hombres y mujeres para volver a vivir de lo que la naturaleza nos da, aplicando el conocimiento que adquirimos también de fuera para ser resilientes, para adaptarnos al cambio climático. Para defender nuestro territorio.
Una de las cosas que aprendí fuera, en Naciones Unidas, cuando empecé a ir a las reuniones del Foro Permanente para los Indígenas, fue sobre la equidad de género. Y ese conocimiento lo he traído acá, y, como asociación, lo damos a conocer en talleres a las mujeres para que ya no acepten maltratos, y a los hombres para que ya no maltraten a las mujeres.
Nos estamos capacitando en la defensa de nuestro territorio. Uno de nuestros planes es, si logramos conseguir fondos, formar a grupos de hombres para que vayan hasta ciertos hitos, puedan controlar y reciban un pago por eso, para que puedan pagar sus gastos de viajes o de salud, si lo necesitan.

En Colombia hablé con el asesor especial de Naciones Unidas sobre prevención de genocidios, Adama Dieng, y le conté lo que está pasando en nuestro territorio. También, tras quince años de lucha, logré que, en una visita al Ecuador, la relatora especial sobre los derechos de los pueblos indígenas de Naciones Unidas, Victoria Tauli-Corpuz, vaya al territorio sapara y vea los problemas que tenemos.

A mí me invitan a diferentes partes y me entregan viáticos, yo los traigo a la comunidad porque le pertenecen a ella. Algunos amigos ayudan a financiar proyectos, pero necesitamos ser autosuficientes. Queremos traer turismo y para eso hemos construido cuatro cabañas en Ripano, dos para ceremonias y reuniones y dos para alojamiento. Ojalá que la gente venga. Queremos que lo que se obtenga de eso sea para la comunidad, no para que una empresa o que una sola persona gane dinero, como ocurre en algunos proyectos turísticos amazónicos en los que la población se convierte en empleados sin beneficios. No podemos ser esclavos ni podemos permitir que nos usen y en nuestro nombre se enriquezcan.
Como asociación de mujeres estamos organizadas en una directiva. Somos seis integrantes: la presidenta, que soy yo; la vicepresidenta, que es Manuela Dahua, y cuatro consejos: de Comunicación, a cargo de Sicha Cisneros Ushigua; de Territorio, a cargo de Graciela Grefa; de Educación y de la Mujer y la Familia, a cargo de Soraya Ushigua Dahua. Nuestra sede está en Puyo, donde tenemos una oficinita, aquí, en mi casa, para ahorrar alquiler.
Todo lo que hacemos está relacionado con la defensa de nuestro territorio. Ahora me preparo para ir a las reuniones paralelas a la COP 26 en Estocolmo, en noviembre, y voy a denunciar como pueblos indígenas lo que está ocurriendo en el Ecuador”.
