Estelina Quinatoa: la curadora de nuestra memoria

Esta es la sorprendente vida de Estelina Quinatoa, la otavaleña que superó todos los obstáculos para convertirse en directora de la Reserva Arqueológica del Banco Central y miembro de la Academia de Historia.

Estelina Quinatoa.
Estelina en su oficina de la Reserva, delante de una réplica del icónico sol de oro. Fotografía: Juan Reyes.

El escenario no podía ser más apropiado: nos hallamos en el lobby del Museo Nacional, entre las pinturas de Luis A. Martínez, cerca de la “Diosa alada”, preciosa mascarita de oro de La Tolita con ojos y dientes de platino, junto a óleos de vírgenes coloniales.

De la etnia otavaleña pero nacida en Riobamba en 1953, Estelina Quinatoa Cotacachi fue guía educadora el Museo del Banco Central en los años ochenta, cuando funcionaba en La Alameda. Además de manejar la Reserva Arqueológica, fue directora cultural del Banco Central en 2009 y subsecretaria de Memoria Social del Ministerio de Cultura en 2013.

El CV de Estelina muestra a una niña otavaleña que enfrentó las limitaciones de la pobreza y las barreras del racismo y el machismo. Estudió francés y siguió algunos años de Leyes en la Universidad Central, luego terminó la carrera de Antropología en la Salesiana y sacó un masterado en Administración de Bienes Culturales en la SEK.

Además, ha investigado y escrito numerosos ensayos sobre temas como la importancia de la hoja de coca y de la concha Spondylus, los diseños de los platos del Carchi, la vestimenta indígena, las piezas milenarias de oro y plata, las máscaras y los instrumentos musicales.

Amable, pequeña, vestida de otavaleña toda la vida, ahora que está a punto de despedirse de la máscara del sol que ha sido la niña de sus ojos, emprende conmigo un viaje a sus inicios.

—¿Su papá era un tejedor experto?

—Así es, mi padre era un artista en textiles, fue creador del poncho de dos caras, que es parte de la vestimenta por varias décadas de los otavaleños: en un lado es azul, en otro habano o gris, a cuadritos.

—¿Él vivía en Otavalo?

—Vivía en Agato, en su comunidad. Mi bisabuelo era obrajero; mi abuelo, obrajero, y mi padre fue de los primeros indígenas que aprendió a leer, escribir y hablar perfectamente el español.

—¿Por qué se fue a Riobamba?

—Porque mi padre buscaba nueva vida, tenía que pagar una deuda con el banco, no la pudo pagar, se tuvo que ir. Su deseo era irse a Loja. Pero como era amigo de los maquinistas de ese tiempo de los trenes, uno le dice: “Quédate en Riobamba”.

—¿Qué hizo ahí, montó un taller?

—Sí, pero éramos muy humildes, un tallercito con el telar. La lana teñía con colores vegetales, era realmente un experto en colores y combinaba el telar de cintura con el telar de pedal.

—¿En la escuela sintió discriminación?

—No mucho, porque no me daba cuenta, porque no sabía la dinámica de cómo era el mundo occidental. Siempre fui con ropa indígena y descalza porque realmente los indígenas no usábamos zapatos, así terminé la primaria. Recuerdo a las profesoras, muy buenas, muy humanas porque no tenía útiles y me daban ellas.

Estelina Quinatoa encendiendo el fuego sagrado con los rayos del sol, Quito, 1994.
Encendiendo el fuego sagrado con los rayos del sol, Quito, 1994. Fotografía: Cortesía E. Quinatoa / Juan Reyes.

—Cuando termina la escuela, empieza a trabajar con su papá, no sigue el colegio…

—No, imposible, no teníamos posibilidades.

—¿Qué hacía en el taller?

—Preparar la lana, todo el proceso hasta que mi padre hacía que salgan los ponchos, y hacíamos chalinas, hacíamos bufandas.

—¿Qué quería ser usted de grande?

—Todavía no sabía porque lo único que me obligaban era a trabajar y a trabajar; todos trabajábamos, pero yo tenía inquietudes porque decía: “Mis compañeras se fueron al colegio, sí me gustaría alguna vez ser profesora”.

Vivíamos en el barrio popular que se llamaba la Plaza Dávalos y ahí, en la casa comunal, dieron un curso, que duró como tres años, de corte, de costura, de bordado.

—¿De corte y confección que decían?

—Exactamente. Aprendí a hacer todo desde los trece años, de manera que a los diecisiete enseñaba en las organizaciones populares de Riobamba, pero decía: “Quiero seguir estudiando”.

—¿Entonces entró al colegio Maldonado?

—Nocturno. Mi padre no quería, pero después se sentía orgulloso porque fui la mejor alumna. Nunca he dormido antes de las doce de la noche. Y a las seis de la mañana me levantaba para ir a trabajar.

—¿Las ventas en el taller sí daban para vivir?

—Bueno, no producía tanto, era para sobrevivir. (Cuenta que su madre era importante pues vendía por la ciudad y compraba comida). También hacíamos trueque con las comunidades de Chimborazo, mi madre llevaba los textiles, hacíamos ponchos para los indígenas. También llevaba ají, llevaba grasa, la mantequilla de toro y sal también. Íbamos caminando, yo le acompañaba de vez en cuando.

Reforma Agraria y obispos rojos

—¿Qué le parecía la historia del Ecuador y la visión de los indígenas que le enseñaban en el colegio nocturno?

—No valoraban para nada en la práctica, a pesar de que era una población tremenda… los puruhaes.

—La ciudad más bien era racista, los hacendados.

—Porque estaban ahí todos los señores dueños de las haciendas, los Cordovez, los Dávalos, los Merino, los García…

—Chiriboga.

—Mi padre hacía los ponchos para los hacendados, los ponchos de dos caras. El patrón John, el patrón Darquea, el patrón nosecuantito, le mandaban a hacer a mi papá. Entonces tenían una relación ya de artesano que les trabajaba. Para mí eran iguales, eran señores, pero no tenía esta relación de dominación. Por eso es que afortunadamente en mi vida no tengo complejos de inferioridad.

—Hubo la Reforma Agraria en el 64. Usted estaba guagüita todavía, ¿no?

—Pero sí me acuerdo.

—Fue un remezón, los huasipungos.

—Sobre todo en Chimborazo se veía la reacción de los hacendados contra los indios, fue un descalabro, había odio a los indios; no entendía mucho, pero, por otro lado, tuve la oportunidad de ver todo el movimiento con Leonidas Proaño.

Del Centro de Estudios y Acción Social (CEAS) me invitaban porque yo cantaba; me invitaban a investigar, a participar; o sea, tuve suerte y ahí conocí el movimiento cuando nació la Ecuarunari. Eso influyó mucho en cómo soy yo; fue muy importante.

Exposición de ponchos de Alejandro Quinatoa, padre de Estelina, junto a su madre Mercedes Cotacachi. Habla Hernán Crespo; Olga Fisch (der.), entre otros. Galería de la OEA, Quito,1982.
Exposición de ponchos de Alejandro Quinatoa, padre de Estelina, junto a su madre Mercedes Cotacachi. Habla Hernán Crespo; Olga Fisch (der.), entre otros. Galería de la OEA, Quito,1982. Fotografía: Cortesía E. Quinatoa / Juan Reyes.

—¿Cuándo entró a trabajar en Metropolitan Touring?

—En Riobamba estaba la famosa Escuela Superior Politécnica de Chimborazo (Espoch). Cuando abrieron el departamento de Idiomas, vinieron a promocionar: que entren a estudiar italiano, inglés, francés. Y yo dije: “¡Qué lindo se oye el francés!”. Pero, ¿con qué dinero? Un profesor del colegio dijo: “Le he conseguido la beca, usted va a estudiar en la Politécnica”. Y yo digo: “Y el trabajo, ¿cómo hago?”. Porque la Politécnica estaba fuera de la ciudad, costaba dos reales el pasaje para el bus.

Estaba ya en sexto curso. Hasta que me dieran la beca, ya llegué atrasada al curso de francés y hablaban en marciano, dije: “Si no entiendo nada, me voy”. Pero aprendí, fui la mejor alumna, escribía perfecto en francés.

—¿Con eso entró a Metropolitan?

—No, hay que contar una parte también de la historia. En la escuela 21 de Abril, tenía una compañera, María Cruz Arellano, que vivía en el paso a la casa. Su padre era el director de la escuela y era el fotógrafo famoso de la ciudad de Riobamba, el señor José Bolívar Cruz Díaz.

—¿Qué era para el Marco Cruz?

—El papá. Estoy hablando de la hermana menor del Marco Cruz. Entonces la oportunidad de la vida me llevó a estar cerca de esta familia, iba muy seguido a visitarles.

Era una familia muy de avanzada, y me acogieron como a hija y me invitaban a las fiestas y yo le ayudaba a la señora, a ver, yo lavaba los platos, no tenía ningún problema. Ellos me llevaban a todo lado, me dieron la oportunidad de conocer realmente el mundo occidental.

Entonces me casé, les tomé de padrinos a los papás.

—¿Quién era su novio?

—Unito que conocí en el colegio diurno, que no funcionó el matrimonio. Era un señor del pueblo, Ayala Mazón, mestizo, pero no es que era de la alta alcurnia ni nada. Entonces la ciudad se convulsionó cuando yo me casaba con este señor que no era nadie, pero era Ayala Mazón, ahí valían mucho los apellidos. Entonces nos ayudó el Marco, vinimos a Quito al día siguiente de casarnos. Él estaba dando los cursos de guía de turismo en el hotel Colón, por Metropolitan Touring y por Ecuadorian Tours. Ahí el Marco me dio una beca y entré a estudiar. (Con tono grandilocuente): Otra vez empiezo a ver a la élite… de Quito.

Para mis compañeros no existía

Estelina Quinatoa guía la visita al Museo del Banco Central del ministro de Cultura de España, el gerente Carlos Julio Emmanuel y otros funcionarios, Quito, 1986.
Estelina guía la visita al Museo del Banco Central del ministro de Cultura de España, el gerente Carlos Julio Emmanuel y otros funcionarios, Quito, 1986. Fotografía: Cortesía E. Quinatoa / Juan Reyes.

—¿Y entonces fue guiando grupos?

—No, sentí que al ser guía de turismo no podía irme a Otavalo y decir: “Vean como hacen ellos”. ¿Y yo qué? Entré en ese pequeño conflicto. Pero sí he hecho guías especializadas en el Centro Histórico.

Entonces, en el año ochenta, llamé al Museo del Banco Central y dije que quería hablar con la persona que dirigía, me pasaron con el director.

—¿Hernán Crespo?

—Hernán Crespo Toral dijo: “No hay plata aquí en el banco, pero tenemos un proyecto del PNUD para que trabaje en el Museo Camilo Egas, de martes a sábado y solamente en las mañanas”. Yo dije: “¡Encantada de la vida!”. El sueldo era como 1500 sucres y el mínimo era mucho menos.

Así que me fui al Centro Histórico. Y la experiencia, los niños, porque siempre me gustaron los niños.

—¿Usted atendía a los chicos?

—Yo era guía recepcionista y tenía un conocimiento general. Tuve que estudiar; al mes ya me sabía el arte universal, arte ecuatoriano y Camilo Egas, si no, ¿cómo iba a atender? Había pintura indigenista y más arte moderno.

—¿Llegaban niños indígenas?

—No, eran los niños de las escuelitas populares del Centro Histórico. Les recibía, linda experiencia, ellos y yo aprendimos mucho. Había los programas educativos, acompañaba a los niños a que dibujen las cubiertas de tejas, lindo, con acuarela.

—Al mismo tiempo se puso a estudiar Leyes en la Universidad Central. ¿Por qué Leyes?

—Ah, por mi padre. La comunidad le decía: “Tú tienes que ser abogado”, porque dicen que mi padre ayudaba a la gente de la comunidad con el español que hablaba. Le había conocido a Galo Plaza. O sea, mi padre era un hombre muy pobrecito, pero tenía su propia personalidad, que no le podían embaucar. Él había querido ser abogado.

—¿Qué tal la Universidad Central?

—En la facultad era interesante porque Nina Pacari ya había estado dos años antes, y Luis Macas también estaba estudiando Leyes.

Entré a estudiar, los profesores muy educados, pero los compañeritos, para ellos yo no existía, no me tomaban en cuenta.

—¿Hombres y mujeres?

—Hombres y mujeres.

—¿Usted era la única indígena en el curso?

—Claro, porque nunca dejé esta ropa. Bueno, así estudié, estudié y estudié.

—¿Cuántos años estuvo allá?

—Casi cinco años, solo de noche. Trabajaba hasta las tres nomás y me iba a la universidad. El problema es que ahí me embaracé de mi primer hijo y ya estaba estudiando, me embaracé del segundo hijo y ya no pude estudiar.

—¿Y la cuestión política? Ahí eran los chinos…

—Los chinos y los cabezones. A mí nunca me gustó la política porque también era solo discurso y en la práctica no veía nada. Yo seguía trabajando y haciendo los programas educativos. Linda experiencia, pero también tenía un fin porque me interesaba la reserva arqueológica, me gustaban los bienes, pero quería tocarlos, eso me transmitieron los niños. Entonces me hice amiga del curador de la reserva, que era el Vicente Sierra, y le decía: “Por favor, cuando vengan las colecciones me avisa”, y yo iba y tocaba.

Hernán Crespo me pidió que trabajara en la Hospedería Campesina de La Tola, con los migrantes que venían a la ciudad. Llevaba las películas con las que se aprendía historia, los videos, y conversaba con ellos, hice bastante trabajo ahí. Pero dije: “Tengo que hacer otra cosa, pero para la reserva debo tener otra formación”. Entré a estudiar Antropología, con hijos y trabajando.

—¿Dónde?

—En la Salesiana. La Salesiana era parte de la Universidad Particular de Loja, con el padre Juan Botasso, el Pepito Juncosa que vino de Argentina y alguna monjita. Estudié dos años y saqué el cartoncito de perito en Antropología que me dio la Universidad de Loja.

Ya cuando estaba en la mitad de Antropología dije a mi jefe que me quería pasar a la Reserva Arqueológica y me dio la oportunidad. Ahí era asistente de Vicente Sierra, haciendo todo el papeleo burocrático.

Entonces, el señor Sierra se jubiló y me nombraron en el año 94 curadora de la Reserva Arqueológica del Banco Central del Ecuador.

Vivimos sobre cementerios

Los hijos de Estelina Quinatoa (desde la izq.): Andrés, Tomás,Tamia; y su hermano José Antonio, Quito, 2013.
Sus hijos (desde la izq.): Andrés, Tomás, Tamia; y su hermano José Antonio, Quito, 2013. Fotografía: Cortesía E. Quinatoa / Juan Reyes.

—¿Cómo era Antropología de la Salesiana?

Daba la posibilidad a los indígenas de estudiar, había estudiantes shuar, estudiantes puruhaes.

—¿Le abrió la cabeza la antropología?

—Me ayudó mucho teóricamente porque me puso a revisar todas las bibliografías de la arqueología ecuatoriana, la sudamericana y también la norteamericana y europea. Entonces, yo tenía este conocimiento teórico, pero viendo las piezas realmente se complementa, se puede ver.

Desde el año 94, porque así es la vida, en el INPC han tenido una pieza de oro y platino de la colección, que le habían puesto de collar, la carita y el collar, y de la Fiscalía de Pichincha me llamaron como perito y dije: “No, esto no es un collar, es un penacho de la cabecita”. Me gané un porotazo. Desde ahí, perito doce años hasta que fui subsecretaria de Memoria.

Yo tengo ojo entrenado, eso me ha ayudado mucho. El 99 % de la reserva, de todo el patrimonio del país, viene de contextos funerarios, siempre de enterramientos, de tumbas, no viene de excavaciones arqueológicas.

—¿Todavía se encuentran tumbas?

—Sí, un montón, vivimos en un paraíso, sobre asentamientos, sobre cementerios…

—¿Eso es lo que encontraban los huaqueros?

—Por supuesto, con su técnica distinta del arqueólogo, con sus varas de san Cipriano y todo. Ahora pertenecen al Estado, desde la ley de 2016.

—Veo que ha hecho guiones para muestras de máscaras. ¿Cuál es la función de la máscara en el mundo precolombino?

—El origen de la máscara está en Valdivia con las máscaras de la concha Spondylus. Los muertos se van degenerando, el uso de la máscara es para presentar lo más importante del personaje ante los dioses.

—Para el chamán la idea era que el oro brille y refleje el rostro del sol y de los otros dioses.

—Así es. El origen son las máscaras funerarias y luego, en el Desarrollo Regional, 500 a. C. a 500 d. C., ya tenemos las representaciones de las máscaras zoomorfas, en forma de felino, serpiente o águila; es decir, ahí hay una representación simbólica de los seres que protegen, los semidioses. Esa es la condición de ser máscara; lo otro es careta…

—¿Cuál es la diferencia?

—La intención de la careta es esconder la personalidad y participar en los rituales festivos y jocosos, como en los años viejos.

—Y los carnavales.

—O los carnavales que no son de las sociedades originarias. Entonces, la máscara es importante para los rituales festivos de los pueblos porque la portan los guías espirituales, los chamanes; la máscara les da todo.

—¿Y qué papel juega la música?

—La música en las sociedades originarias andinas es el equilibrio que aporta la naturaleza; los sonidos y los silencios sirven para armonizar y equilibrar al ser humano.

—¿La ocarina es un instrumento tradicional?

—Claro, la ocarina es funeraria.

—¿Y la flauta sencilla de carrizo?

—También, y tenemos las de cerámica, y en la reserva, las de hueso. Hay una comunión entre el músico y el instrumento. Sagrado, de curación. El mundo occidental separa la música del ser humano; en las culturas milenarias la música los junta como elementos de la naturaleza.

Coca, Spondylus y cocina

—¿Cómo vivió usted el rato en que el Gobierno de Correa ordenó que el Ministerio de Cultura absorbiera al museo y la reserva?

—Bueno, nos iban a cambiar al ministerio y no había nada más que hacer: había que cumplir el decreto ejecutivo, pero el traspaso de una institución se debía hacer de forma técnica; eso faltó.

—Luego se dijo que el edificio Aranjuez estaba a punto de caerse.

—Hasta ahora no se cae.

—En buena hora. ¿Por qué dijeron eso?

—Eso no sabemos nosotros, a los empleados no nos informan absolutamente nada hasta ahora. Se necesita hacer un estudio del edificio, uno real, no solamente visual.

Estelina Quinatoa en Machu Picchu, 1995.
Estelina en Machu Picchu, 1995. Fotografía: Cortesía E. Quinatoa / Juan Reyes.

—¿La reserva sigue allí?

—La primera reserva, la más grande, todavía está ahí y tiene todas las condiciones climáticas que se necesitan para la conservación de los bienes de acuerdo al material, y las condiciones de seguridad, otro ítem importantísimo para que se mantenga el patrimonio. Está en buenas condiciones.

—Usted ha escrito también sobre las hojas de coca. ¿Ya están legalizadas?

—No, aquí está penalizado, no se puede sembrar de manera oficial, pero tenemos, entre los miles de objetos patrimoniales, representaciones de los coqueros desde Chorrera, mucho del Desarrollo Regional, mucho de La Tolita, de Jama Coaque y del período posterior, el de Integración, tenemos los coqueros y las coqueras.

Aquí se consumía de manera ritual y también de manera cotidiana mucha hoja de coca, porque es una de las plantas sagradas.

—¿Usted ingresó a la Academia de Historia con un discurso sobre la Spondylus?

—Claro. Desde el tiempo que era guía, me interesó mucho investigar, saber por qué uso los brazaletes y los collares. Ese fue mi camino.

—Hay una crónica de la conquista, cuando avistan la primera balsa de Manta y están llevando Spondylus.

—Así es.

—¿De ahí surgió la teoría de que era usada como una moneda desde el norte de Perú hasta Centroamérica?

—Hasta California; pero la moneda de conchas es de todo el mundo, de los pueblos milenarios, porque es un material que no se daña, porque está en el fondo del mar y por toda la simbología que tiene. Nuestra Spondylus fue muy importante.

—Se supone que tiene poderes mágicos.

—Así es, de fertilidad. Por eso es que las mujeres se ponen. Cuando no había gente, había la necesidad de poblar, de hacer crecer la humanidad.

—Oiga, mucho estudio y mucho Banco Central. ¿Y la vida privada?

—Soy muy hogareña, me he dedicado mucho a los hijos; no resultó el matrimonio, pero yo ocupadísima con los guaguas.

—Vi un reportaje de Ignacio Medina, en el que usted le cocinaba no sé qué plato.

—Qué plato tan rico, el uchujaku api. Esa es una comida ritual que se hace en los matrimonios. Ya se está perdiendo. Tiene maíz, haba, todos los granos; hay que llevar al molino. El secreto es poner comino y achiote a los granos; entonces sale del molino una harina roja con un olor riquísimo. Es una sopa que hice con pollo, la original es con cuy. Pero imagínese si comería o no el Ignacio el cuy.

Por ser la última hija, he aprendido a coser, a bordar, a cocinar.

—No me diga que cocina para los hijos todos los días.

—No, ya son grandes, ellos verán lo que comen. Cuando estaban estudiando, les tenía todos los días tostado con mote y les daba comida en la mañana. Ahora, los fines de semana sí me dan ganas de cocinar alguna cosita con mucho grano.

—Cuando se retire, ¿piensa volver a Otavalo, a alguna finca?

—No tengo finca, pero tengo una casita en Peguche. Toda la pandemia estuve arreglando; es una casita no tan antigua, parte de un proyecto de la comunidad. Quiero ir a vivir allá, la estoy arreglando a mi estilo.

Te podría interesar:

¿Te resultó interesante este contenido?
Comparte este artículo
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

Más artículos de la edición actual