A través de dos series y una película, Netflix demuestra cómo la virtualidad puede poner en jaque las relaciones líquidas de nuestro tiempo.
Aunque el fraude ha existido siempre, la era digital ha traído consigo una plaga: la despersonalización de las relaciones sociales. De una u otra forma esta realidad se ha convertido en el caldo de cultivo para la delincuencia.
Nunca antes fue tan fácil engañar. Quizá por ello no sorprende que en cuestión de tres meses el gigante del streaming nos haya atrapado con el estreno de tres historias que cuentan los entresijos de la vida de tres estafadores: Anthony Strangis, Anna Sorokin y Shimon Hayut.
El ser humano tiene la necesidad de ocupar un lugar en el mundo. Gracias a sus primeras interacciones con la familia, comienza a desarrollar una idea del lugar que quiere habitar. Y poco a poco va definiéndolo más. El problema se da cuando los primeros cimientos no fueron tan fuertes, y esa necesidad de un espacio de pertenencia se convierte en una idea frágil y vaga que no sabemos cómo llenar.
Estas tres historias de estafa muestran cómo estafadores y víctimas construyen un juego en el que esa necesidad tiene un lugar protagónico. Pero antes de llegar a ese punto es importante entender en qué tipo de vínculos se apoyan estos personajes.
En la serie ¿Quién es Anna? es muy fácil darse cuenta del papel que tienen los estereotipos. La protagonista finge ser una rica heredera alemana para establecerse en la escena social de Nueva York y fundar un club privado de miembros que se llamaría Fundación Anna Delvey. Es cuestión de prestar atención: Anna aprovecha su condición de mujer para manipular a los inversionistas.
Ella sabe que en pleno siglo XXI muchos desean abrirle espacio a una mujer, pero también que para las mujeres sigue siendo más difícil triunfar. Con el objetivo de conseguir su dinero, Anna es muy hábil armando un discurso que conmueve a quienes la escuchan, alegando que “ha sufrido” de falta de oportunidades por los prejuicios del sistema con relación a una mujer joven y rica que busca salir adelante.


Anna Sorokin, la mujer cuya vida inspiró la serie de Netflix ¿Quién es Anna?, se hizo famosa luego
de que engañara a los miembros de la más alta esfera de la élite de Nueva York entre 2013 y 2017,
inventándose una personalidad falsa y creando una fundación para el desarrollo del arte.
Una vez que consigue llamar su atención, se da cuenta de una cosa: los negocios entre la élite neoyorquina dependen mucho de las apariencias. Es importante que ella demuestre que pertenece a un determinado círculo y que se vista de cierta manera. En este sentido, ¿Quién es Anna? es un deleite visual en donde confluyen las más exquisitas piezas de autor.
De estampados florales y juveniles Dolce & Gabbana a trajes sobrios y un poco más serios Prada o Chanel, la vestimenta de Anna cuenta su propia historia: la de una chica de veintitrés años que para conseguir su objetivo construyó su imagen con base en los estereotipos de una sociedad conservadora que sabe cómo se ve y se comporta una mujer de la clase alta en la Gran Manzana.
¿Y qué decir de Shimon Hayut? El protagonista del documental El estafador de Tinder también construyó una imagen para su personaje, Simon Leviev. Detrás de los más caros conjuntos de ropa de diseñador estaba “él”: un supuesto heredero israelí, quien, acompañado de fiestas, detalles y viajes, convencía a decenas de mujeres de que era el hombre que habían estado esperando toda su vida.
Pero, además de su falsa imagen y una vida paralela que supo vender, ¿cuál es el estereotipo que Shimon usó para entrar en la psique de todas sus víctimas?
Durante años, las películas de Disney han vendido dos ideas del amor romántico: el de la mujer que añora un gran amor que modifique su situación actual (Cenicienta, Sirenita, Blancanieves), y el de la mujer empoderada, capaz de enfrentar la adversidad por sí misma, que se enamora de un hombre cariñoso (Pocahontas, La bella y la bestia).
Con el pretexto de ser millonario, Shimon hacía creer a sus novias que estaba lleno de enemigos que buscaban hacerle daño. Ellas tenían que salvarlo, consiguiéndole dinero que él supuestamente les repondría con un cheque o a través de una transferencia bancaria. Debe suponerse que estas pruebas de amor eran la demostración de lo que ellas podían lograr por ese hombre del que se habían enamorado.
De hecho, una de sus víctimas admite en el documental que pensaba mucho en la película La bella y la bestia cuando conoció a Shimon; y que para ella conseguir todo ese dinero era solo enfrentar unas pocas adversidades, para luego lograr su anhelado final feliz con el hombre que amaba. El cuento de hadas tenía que cumplirse. Por desgracia, el final estuvo lejos de ser perfecto. Shimon las estafó con documentos electrónicos que aseguraban información falsa; ahora ellas se encuentran en bancarrota y alguna que otra incluso enfrenta procesos judiciales iniciados por un banco.
Estados de cuenta bancarios, comprobantes de pago, conversaciones reales con un ejecutivo de cuentas, fotografías de tu novio golpeado, certificados de tu patrimonio en otro país… La lista de documentos es larga. ¿Cómo dudar acerca de su veracidad?

Shimon Hayut es Simon Leviev, el estafador del amor, al que Netflix le ha dedicado su documental
El estafador de Tinder.

Las oportunidades que nos brinda el ciberespacio son incuestionables, pero también suponen algunos riesgos. Quizá el peligro mayor está en el hecho de que, actualmente, el sistema nos exige que actuemos con inmediatez, lo cual hace que nuestras interacciones sean frágiles y superficiales.
La virtualidad nos hace creer que quien está del otro lado de la pantalla puede satisfacer nuestras aspiraciones, ya sean laborales o afectivas. Y en tanto no se da un contacto físico con el otro, hay toda una parte de la relación que recae sobre la imaginación de cada uno.
Pongamos por caso una de las cosas que hizo Anna Sorokin. Para conseguir un préstamo de cuarenta millones de dólares, ella le dijo a su inversionista que lo pondría en contacto con su ejecutivo de cuentas en Alemania. Sin embargo, lo que hizo fue conseguir un programa en la web que modificó el tono y la velocidad de su voz, y se hizo pasar por el hombre que supuestamente manejaba su fortuna en su país de origen. Asimismo, en el documental Bad Vegan: fama, fraudes y fuga, Sarma Melngailis explica algunos de los recursos que Anthony Strangis utilizó para engañarla.
A inicios de la década de 2000, Sarma Melngailis estaba viviendo su sueño: se había puesto un restaurante de comida crudivegana que estaba triunfando entre los más exigentes comensales de Nueva York. En medio del éxito conoció a Strangis, un hombre raro que afirmaba ser un agente secreto de operaciones encubiertas de la CIA. El hombre convenció a Sarma de que pertenecía a “la familia”, una élite de origen místico, y le prometió que ella y su perro serían inmortales y gozarían por siempre de una riqueza ilimitada si es que Sarma hacía todo lo que él le pedía.
De nuevo, Internet fue de gran ayuda para simular una realidad inexistente. Al igual que Hayut y Sorokin, Anthony Strangis utilizó los recursos de la web para probar que su discurso era real. Uno de los recursos más sugestivos fue la información satelital que pudo obtener de los programas digitales GPS. En ocasiones, sorprendía a Sarma con detalles que insinuaban que él era casi omnipresente. Como si él y “la familia” fueran el Gran Hermano orwelliano, un grupo de gente que vigilaba constantemente al mundo y a aquellas personas que deseaban incluir en su grupo.
Desde luego, las manipulaciones de Strangis eran mucho más bizarras que las de Sorokin o Hayut. Y por ello, resulta muy importante comprender qué fue lo que hizo que una mujer que tenía un futuro brillante en sus manos lo haya desperdiciado todo por un hombre que vino a abusar de ella.
Al igual que lo que pasa con las sectas religiosas, lo primero que hizo Strangis fue bombardear a Sarma con continuas muestras de afecto hacia ella y su perro León. Después conectó con ella a través de la palabra: la sedujo con un discurso que, además de que prometía solventar sus deudas, le daba un lugar en el mundo que ella siempre sintió que no tuvo. De hecho, en el mencionado documental se habla de que Sarma siempre sintió que no encajaba en la sociedad, lo cual, de alguna manera, parecía resolverse con este llamado especial al que Strangis le decía que estaba destinada.


Sarma Melngailis y Anthony Strangis son los protagonistas de Bad Vegan. Una docuserie increíble,
en donde se explora con detalle cómo una prometedora empresaria perdió el negocio que con tanto
esfuerzo había sacado adelante y acabó cumpliendo condena por estafa tras haber seguido a ciega
a un hombre que había conocido en Twitter, al que amaba locamente y que le había prometido la
inmortalidad de su perro.
Pero a pesar de que él ofrecía a Sarma un paraíso, ella admite en el documental que nunca llegó a descifrar quién era realmente Anthony, puesto que estaba lleno de excusas que encubrían su identidad. Esto nos habla de la fragilidad de su vínculo: ella no estaba interesada en él, sino en las pruebas que debía atravesar con él para conseguir su objetivo.
Una vez que lo hiciera, esa relación se desecharía. Solo que el objetivo nunca se consumó y Strangis acabó con ella. La alejó de su familia, amigos y equipo de trabajo y le pidió que se cambiara de nombre; es decir, destruyó su personalidad, sus lazos afectivos y la comunicación con su entorno. Todo a cambio de una promesa.
Promesa frágil e insostenible que satisfacía el anhelo de Sarma de pertenecer a algún lugar especial. Resulta lógico pensar que Sorokin buscaba lo mismo al intentar conseguir un puesto entre la crema y nata de Nueva York. Y que Hayut supo aprovecharse de estos lugares de pertenencia que muchas buscan en el amor.
En definitiva, estas tres historias de la vida real nos llevan a un solo destino: todos queremos un lugar en el mundo. Lamentablemente, la virtualidad y la sociedad de la inmediatez pueden poner en riesgo a quienes todavía no tienen muy claro cuál es el sitio al que pertenecen.