Por Gabriela Paz y Miño
Fotografías Cortesía

Un año después de que iniciara la pesadilla por la pandemia de la covid-19, y de cara a un nuevo verano, el sector turístico español se mueve entre la incertidumbre y la esperanza.
2020 fue —también— para este ramo un año de pesadilla. Y no es una exageración: el desastre económico que vació aeropuertos, multiplicó cancelaciones, obligó al despido de miles de empleados y quebró a empresarios, marcó el año pasado como el peor, en décadas, para el turismo en el país ibérico.
Si hasta ahora España había tenido un punto fuerte en su economía, ese ¿era? el turismo. Antes de la pandemia, el sector —que representaba 12 % del PIB de este país— daba trabajo a 2,7 millones de personas. En 2020 la crisis destruyó alrededor de seiscientos mil de esos puestos de trabajo. La mitad de ellos se sostiene frágilmente, gracias a los expedientes de regulación temporal de empleo, que suspenden los contratos o reducen las horas de trabajo por un período.
Hoteles, restaurantes, museos, aeropuertos, estaciones de tren, agencias, aerolíneas, autobuses turísticos, guías… conformaban un enorme hormiguero, siempre activo y organizado. La llegada de la covid-19 fue como el pisotón de un gigante sobre ese hervidero.
Las cifras ilustran mejor una debacle: 2020 cerró con una caída del 77 % de ingresos para el sector. La llegada de visitantes internacionales a España se redujo de 83,5 millones, en 2019, a menos de 18,96 millones, en 2020. El bajón se expresa también en el gasto de los visitantes: de 91 912 millones de euros en 2019 a 19 912 millones, el año anterior.
El primer año pandémico representó un retroceso de setenta años. Los datos actuales solo se pueden comparar con los de finales de los años sesenta. Según el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), en 1969 visitaron España alrededor de 21,7 millones de turistas extranjeros y en 1968 fueron 19,2 millones. A partir de allí, los registros habían mejorado, ejercicio tras ejercicio… hasta que llegó la covid-19.
Barcelona, la deslumbrante ciudad de postal, cuya estampa está asociada a miles de turistas que visitan sus monumentos, saturan sus avenidas y compran suvenires en las tiendas del centro y en los quioscos de Las Ramblas, también se quedó vacía. Solo había que dar una vuelta por las principales avenidas de la Ciudad Condal para sentir la desolación.
La Sagrada Familia cerró sus puertas al público y paralizó sus obras en marzo, igual que otros sitios turísticos como la Casa Museu Gaudí, el Park Güell y la Casa Batlló. Las bulliciosas riadas de gente en Las Ramblas o el Paseo Marítimo dieron paso al silencio en bares, restaurantes y hoteles, que también se vieron obligados a cerrar.
En 2020 la capital catalana cerró el año con cifras solo comparables a las de 1992, año de las famosas olimpiadas que marcaron el despegue de Barcelona como uno de los principales destinos turísticos de Europa. El año de la pandemia fue para esta ciudad el peor desde hace treinta. Las pernoctaciones en hoteles cayeron en alrededor del 70 % y al sector dejaron de ingresar entre 14-15 mil millones de euros. Las cifras son de la Oficina de Turismo de la Generalitat.
Como “el país más perjudicado del mundo” ubicó la famosa consultora Bernstein a España, y la calificó como “la gran perdedora mundial”, en un mundo sin turismo internacional. La consultora le puso un número a esta caída: cincuenta mil millones de euros, menos de ingresos directos por turismo en 2020.
De hotel cinco estrellas a hospital temporal
Abril de 2020. Las grandes cadenas hoteleras españolas, que se preparaban para el frenesí del verano, vieron con desesperación cómo la crisis de la pandemia reducía su actividad a cero. Y “cero” no es un decir. Durante los tres meses de confinamiento (de marzo a junio), en la mayoría de empresas relacionadas al sector no se movía ni una hoja. La flexibilización de las medidas, en junio, multiplicó los contagios y dio paso a la nueva ola.
La situación de los hoteles llegó a ser “dramática”, explica Miguel Ferreres, director de Operaciones de la cadena Meliá Barcelona, una de las más grandes del país ibérico, con más de cuatrocientos hoteles, distribuidos en treinta países. “La industria hotelera normalmente diversifica sus riesgos, implantándose en diversos destinos. Así, por ejemplo, si hay crisis en Europa, otros lugares como Latinoamérica o el Caribe funcionan bien. Pero esta situación afectó a todos los destinos”, ilustra el directivo.

Al mismo tiempo, los hospitales españoles se vieron desbordados por el número de pacientes, sobre todo aquellos contagiados y convalecientes de la covid-19.
El hotel Meliá Barcelona Sarrià, uno de los cuatrocientos de la cadena, fue uno de tantos, que se convirtieron en edificios fantasmas. En este hotel, concretamente, durante el pico de la primera ola, solo permaneció trabajando el personal de reservas y mantenimiento. No lo salvó ni su ubicación estratégica, en pleno centro turístico, cerca de monumentos tan emblemáticos como la Sagrada Familia o el Camp Nou.
En ese momento crítico, los directivos de la cadena decidieron pasar de la inacción a la solidaridad y aceptaron el llamado del Consorci Sanitari de Catalunya, para ceder sus instalaciones y convertirlas en espacios medicalizados, permitiendo descongestionar los hospitales.
En los primeros días de abril el director del Meliá Barcelona Sarrià hizo un llamado a sus trabajadores para que, de forma voluntaria, se acercaran y ayudaran a desmontar las 306 habitaciones y las convirtieran en espacios adecuados para albergar a pacientes del hospital Vall d’Hebron, el más grande de Catalunya.
Solo se necesitaron 48 horas para transformar la lujosa instalación en un hotel medicalizado. En dos días de trabajo frenético —lo cuenta Margarita Carballo, subdirectora del hotel, que se unió a la cruzada, con entusiasmo— la edificación se transformó. “Con la ayuda de personal voluntario de dos hoteles de la cadena, gente del barrio y las universidades, preparamos todo”. El hotel alojó a personas que, por alguna razón (precariedad, poco espacio), no podían hacer la cuarentena en sus propias casas.
En las habitaciones se dejaron las camas y el mobiliario, pero se retiró la papelería y los productos de minibar. Se colocó ropa de cama y toallas especiales para los pacientes. El lobby se transformó en registro de admisiones y el hotel organizó un equipo de recepción y otro técnico con el personal de los hoteles Melià. “Recibimos formación antes de comenzar, impartida por la unidad de bomberos asignada al proyecto Hoteles Salut, junto con los responsables del hospital Vall d’Hebron y el Cap Montnegre. En todo momento nos proporcionaron los EPI (equipos de protección) necesarios”, explica Carballo. El servicio médico, el catering, la limpieza: de todo eso se encargó el personal del hospital.
“Los primeros pacientes llegaron en ambulancia y salimos a recibirles a la puerta del hotel. En pocos días la cantidad de ingresos era tan alta, que tenían que ser trasladados en autobuses. De las 321 habitaciones, se ocuparon 280 en la primera quincena de abril”.
Las redes sociales del Meliá Barcelona daban cuenta, por esos días, de la implicación de su personal y del reto que significó para ellos pasar de atender un hotel de cinco estrellas a organizar un hospital temporal. Las fotos del proceso de adecuación, en el que participaron también vecinos, la llegada de los pacientes, las altas, las coreografías de sanitarios y empleados para animar a los pacientes, los detalles como un pastel de cumpleaños o un panel lleno de dibujos de niños… todo está registrado en los posteos de esos días. Para Ferreres la experiencia se alineó perfectamente con los valores del hotel y fue un aprendizaje para todos.
En toda España, por orden del Gobierno, se elaboró una lista de 371 hoteles y apartamentos turísticos, que debían permanecer abiertos en condición de servicios esenciales. El objetivo: que en ellos pudieran alojarse profesionales sanitarios, policías, transportistas, militares y de otras actividades consideradas cruciales en la emergencia.
En Madrid se medicalizaron cuarenta hoteles, que llegaron a atender a alrededor de 1700 pacientes. En Barcelona se habilitaron cinco hoteles, para acoger a alrededor de mil sanitarios y siete “hoteles salut”, que alojaron a 2065 pacientes, en el peor momento de la pandemia.
El Meliá Barcelona Sarrià fue el que más personas convalecientes de covid o en cuarentena alojó: “En total, unos quinientos pacientes pasaron por nuestro hotel del 29 de marzo al 30 de junio”, dice Carballo. “En julio nos trasladamos al hotel Barcelona Condal Mar affiliated by Melia con 178 habitaciones, siendo ya el único hotel medicalizado de la ciudad. Durante la segunda ola, llegamos a tener 110 habitaciones ocupadas. La tercera ola tuvo unas ocupaciones muy bajas en el hotel y, por ello, el 27 de diciembre se terminó el contrato con el Consorci Sanitario. Hemos tenido aproximadamente seiscientos pacientes ingresados en este período. Si fuera necesario, estamos listos para volverlo a hacer”.
Una luz al final del túnel
Pese al golpe que ha significado la covid, el posicionamiento de España como país turístico parece seguir saludable. Lo demuestran los resultados de una investigación que, en plena pandemia, llevaron a cabo el Real Instituto Elcano y Turespaña.
A través de 17 300 entrevistas, realizadas en 33 países, los investigadores querían averiguar los comportamientos de los turistas, las actividades que realizan en los lugares de destino, su grado de satisfacción y, sobre todo, la posición de España como destino ideal.
Los resultados fueron alentadores: España aparece, junto con Italia, como el destino predilecto para viajeros americanos y asiáticos. De hecho, según Carmen González, investigadora principal y directora del Observatorio Imagen de España del Real Instituto Elcano, la gestión de la pandemia no tiene un impacto directo en esa percepción.

“No hay ningún daño específico para España en ese terreno. Todos los países están afectados por esta crisis. No hay un daño reputacional o de prestigio distinto al que podrían sufrir otros países. Cuando se pregunta qué tal ha gestionado España la pandemia, este país no sale peor parado que los demás”. Nada permite inferir que el país ibérico sufra el impacto de forma diferencial. Es más: se espera que en 2022 el sector recupere la capacidad de atracción de 2019, explica la investigadora. De ahí en adelante, enfrenta otros retos, por ejemplo, la diversificación de los destinos dentro del país.
“Para el turista potencial no es tan importante que la población del país que visita esté vacunada, tanto como que él lo esté”, dice Gonzáles. Lo que valora es si él corre algún riesgo a enfermar.
Pero nadie, en el sector turístico español ni europeo, quiere un nuevo verano de terror. Por eso, en marzo, justo un año después del inicio de la pesadilla, la Comisión Europea lanzó una propuesta de certificado de vacunación (que algunos ya llaman “pasaporte covid”). El documento certificará si el viajero ha sido vacunado con una o dos dosis, si ya ha tenido coronavirus y tiene anticuerpos y si se ha realizado una prueba PCR. Todo, escrito en el idioma de su país, en inglés y recogido en un código QR.
Una empresa “hija de la pandemia”
En medio de la tormenta pandémica, la creatividad y el optimismo de la ecuatoriana Montserrat Vivero mantienen en pie una iniciativa de turismo inclusivo.
Esta empresaria ambateña, residente en la población de Sant Cugat del Vallés (un municipio catalán de alrededor de sesenta mil habitantes), decidió no darse por vencida, aunque el sector del turismo español ahora esté “en coma inducida”, según sus propias palabras.
Vivero llegó hace veinte años a España, un año después de que su padre, exdiplomático, fuera destinado a este país. Aquí completó su formación en Relaciones Públicas, Publicidad y Comunicación. Todos estos insumos, su experiencia en importantes empresas de eventos y turismo, pero sobre todo su optimismo a prueba de ciclones, son la base de la creación de su firma Vive 4all, una agencia boutique, con servicios especializados en turismo inclusivo y organización de eventos sostenibles.
A contracorriente del desaliento general, Vivero decidió dar vida a su firma, precisamente en marzo de 2020. “Es hija de la pandemia”, bromea. En esos días de miedo y confinamiento, arrancó con su proyecto. “Me puse las pilas y empecé a crear la marca. Sabía que no iba a vender nada, así que se trataba de empezar a sembrar. 2021 será el año de abonar y regar y en 2022, empezaremos a cosechar”, dice.
La crisis de la covid-19 fue la oportunidad para encontrar un filón novedoso, que empieza a tener acogida. Así, a través de la plataforma de Vive 4all, la gente puede hacer cosas tan originales como participar en una cata virtual de vinos o una sesión de aromaterapia online; talleres de elaboración de espardeñas (alpargatas) típicas catalanas; visitas guiadas por los rincones más emblemáticos de Barcelona o clases de arte, también en línea. Todo, con interpretación en lenguaje de signos y, uso del sistema braille, en los kits físicos.
“Pensamos que en verano de 2020 ya habrá turistas, pero como todos sabemos, esto se ha alargado, así que afinamos nuestras propuestas en línea”, dice Vivero, quien cree que en el futuro las experiencias podrían ser un híbrido. “Lo virtual tiene la ventaja de democratizar los eventos”.