Fotografía de cortesía.
Edición 441 – febrero 2019.
Conmovedores resultados de Música Okupa al llevar su arte a escenarios inusuales y a públicos que jamás han tenido oportunidad de oírla.
No olvidan a aquella señora de Rancho Alto, un barrio al extremo noroccidental de Quito, que, entre lágrimas, les dijo que esa música, que nunca había escuchado, le había hecho ver colores, sentir sabores y más que nada le había despertado memorias, recuerdos dulces de su infancia y adolescencia. Eran Rossini, Bach, Villalobos, e incluso Bartok, lo que habían tocado, invitados por la directiva del barrio.
Y así, una y otra vez, en los conversatorios que hacen después de los conciertos, sea en el mercado Arenas, en el bulevar de las Naciones Unidas, en el reclusorio de Latacunga, en casas comunales, en un parque o en un espacio patrimonial quiteño, los músicos Simón Gangotena y Rodrigo Becerra, sus invitados internacionales y el pequeño equipo que les ayuda, producen milagros con sus presentaciones y, en especial, con el festival llamado Música Okupa, que comenzaron hace tres años.
David Ballesteros, violinista español de la Orquesta Sinfónica de Londres, que ha venido dos veces a tocar con ellos, dice que lo que le encanta del proyecto Música Okupa es que a él le saca de su zona de confort y le permite acercar el arte a públicos que jamás se había imaginado tener: los reclusos de una cárcel, los internos de un centro de rehabilitación de adicciones. “Eso no sería posible sin arriesgarse. Siempre el arte tiene que tener algo de riesgo. Ustedes se han arriesgado a comprar un boleto para este concierto y han venido y lo han hecho posible”, añade.
El público al que se dirige es el que se ha reunido en El Teatro del CCI para la presentación de David Ballesteros con InConcerto, el grupo de cuerdas de Gangotena y Becerra. Y eso de pagar un boleto se vuelve tema principal del debate que sigue a la música, porque han aclarado que es el primer concierto en el que cobran entrada. No solo es que “tienen derecho” como cualquier profesional, que es lo que opinan algunos, sino que “nosotros pagamos por aquellos que no pueden pagar” como dicen otros. La propia Chía Patiño, directora del Teatro Sucre, dice con énfasis que los conciertos deben ser pagados, sobre todo en este momento en que no hay recursos de parte del Estado para la cultura.
¿Por qué el debate? ¿No son ellos músicos que cobran? Gangotena, violista, y Becerra, bajista, formaron InConcerto, que hoy es una pequeña organización, uno de cuyos productos es Música Okupa. También llevan un programa de una hora semanal de música clásica en radio Pública FM (los martes a la una de la tarde, con reprise los domingos a la misma hora) y hacen diversas presentaciones musicales, casi siempre en espacios informales.
“Música Okupa nació como una de las herramientas más prácticas que encontramos para difundir la música clásica y llegar a nuevos públicos. Desde que nació InConcerto habíamos tenido esa intención, y se nos ocurrió, luego de contactos y conversaciones, que debíamos hacer un festival”.
La primera que les apoyó fue Pilar Estrada, directora del Centro Cultural Metropolitano. “Música Okupa es la concentración y resumen en dos semanas de festival de lo que es InConcerto. Se trata de acercar la música a nuevos públicos pero también en nuevas formas. Creemos que muchos de los protocolos de la música clásica han hecho que buena parte de la audiencia se aleje y no necesariamente se sienta identificada con ella”, dice Gangotena, entrevistado para esta nota en un centro comercial mientras en los altavoces suena (atruena más bien) música navideña. Becerra reitera la idea de que Música Okupa es el resumen “de lo que InConcerto hace todo el año y que se vuelve visible en estas dos semanas. Lo que hacemos en este festival que realizamos cada año es traer a músicos de primera categoría y llegar a más públicos, con la mejor calidad posible”.
InConcerto ha identificado tres diferentes áreas de “ocupación” para su propósito de “invadir la ciudad con música”: comunidades, espacios públicos y lugares patrimoniales. Han estado, por ejemplo, en Perucho y Chavezpamba, Calacalí, el coliseo de Solanda, Turubamba, en casas barriales de barrios periféricos de Quito, el centro cultural El Útero, en La Mariscal, la piscina de El Sena, el Cumandá, el Centro Cultural Metropolitano, el antiguo Círculo Militar, el Instituto de Patrimonio Cultural (La Circasiana), La Ronda, la calle de las Siete Cruces, el museo de sitio de La Florida, y hasta en el cementerio de San Diego, el Centro Especializado de Tratamiento de Alcohol y otras Drogas (Cetad) y el Centro de Privación de la Libertad en Latacunga.



Los músicos
Entre los músicos que han invitado del exterior, aparte de David Ballesteros (que participó en el festival de 2018 y, además, en el concierto para recaudar fondos en noviembre), han venido Camila Barrientos y Bruno Lourenceto de Brasil (la primera, boliviana, que toca en la Orquesta Municipal de São Paulo, y el segundo en la Orquesta Sinfónica del Estado de São Paulo, de las más importantes de Latinoamérica); Nicolás Giordano, violinista uruguayo del Teatro Colón de Buenos Aires; profesores y exalumnos de la Universidad Roosevelt de Chicago; Emma Williams, violinista y compositora australiana; Lina Donovska, flautista de primer nivel, también australiana; José Luis Urquieta, que fue uno de los fundadores de InConcerto en 2012 y que ahora tiene una carrera de solista y recorre todo el mundo difundiendo, sobre todo, la música contemporánea chilena.
“Hemos tratado de identificar a músicos que estén abiertos a llegar a nuevas audiencias”, dice Simón Gangotena. Y cuando se le recuerda que, en El Teatro del CCI, David Ballesteros refirió que él, precisamente, está en un medio muy formal y acotado como la Orquesta Sinfónica de Londres, relata: “Yo lo conocí en Australia, donde estaba de gira con la London Symphony, y hubo mucha química. Me contó entonces que él era parte de la conocida orquesta BandArt, de España, que junta a músicos de todo el mundo y que, además de presentar la música a nuevas audiencias, hace inclusión social a través de ella. Justamente David es quien lidera esa iniciativa, haciendo mucho trabajo con niños con síndrome de Down; ha “corografiado” toda una sinfonía de Beethoven —la séptima me parece—, con estos niños, con el objeto no solo de que escuchen sino que sean cocreadores de una manifestación artística.
A lo que acota Becerra: “Yo siempre había pensado ‘hagamos un BandArt en algún punto de la vida’. Y, en el fondo, lo estamos logrando”.
El próximo festival Música Okupa será del 8 al 16 de junio de este año. Están previstos dieciocho conciertos. “Como es un proyecto autogestionado… y no es barato, porque hay que traer a músicos del exterior y las agendas y logísticas son complicadas, hay que planear las cosas con mucha anticipación y levantar los recursos a tiempo, que no es fácil”, dice Gangotena.
InConcerto empezó como un grupo de músicos, a inicios de esta década. En 2016, luego de la maestría de Simón Gangotena en Australia, se retomó la agrupación, pero ahora bajo el concepto de grupo de gestores culturales. “Siempre creímos, como músicos, que necesitábamos expertos que gestionen la parte de promoción, organización, levantamiento de fondos, pero también la parte filosófica, incluso la parte sociológica”, acota Becerra. Ahora son seis personas vinculadas (un comunicador, un productor, una socióloga, un director artístico y los dos músicos), así como voluntarios que se unen en diferentes momentos del año. “Estamos buscando formas de financiamiento, tanto con nuestras presentaciones como con fondos de apoyo”, dice Becerra.
“Es que InConcerto es más que Música Okupa. Hemos empezado otros proyectos, porque el festival da una probadita de la música a públicos diversos, pero queremos lograr un impacto más duradero, mediante otros proyectos”, añade Gangotena. Sus ambiciones son muy grandes, sobre todo con grupos vulnerables, a los que están convencidos que pueden aportar. Y viendo su dedicación, no queda duda.