Por Alexandra Kennedy
Fotos cortesía Museo Pumapungo
En las dos últimas décadas el atractivo e inagotable tema del arte erótico en Ecuador, centrado en buena parte en el arte contemporáneo, ha sido planteada en un libro y dos exhibiciones de distinto calibre y alcance y que dieron como fruto los catálogos correspondientes. El primer esfuerzo por desentrañar un tema aún tabú y poco conocido entre los ecuatorianos de entonces fue la publicación coordinada por Omar Ospina en 1997 (Dinediciones). Los textos introductorios de Hernán Rodríguez y Javier Ponce, “Entre Eros y Thanatos” y “En torno a un oculto erotismo”, respectivamente, revelan aún ciertos pudores al tratar un tema ‘pecaminoso’ que había sido silenciado por parte de la crítica de arte y de la literatura nacionales, al punto de negar su existencia.
Entonces, la pretensión era aceptar, descubrir y exhibir públicamente su presencia. Fue un comienzo. Las obras de arte, enfrentadas quasi aleatoriamente a un poema o un fragmento de una novela, en algunos casos funcionaron: Los amantes de Sumpa-Pez de Nelson Román dialoga relativamente bien con El amor desenterrado de Jorge Enrique Adoum; en otros casos la distancia entre texto e imagen es enorme, i.e. Desnudo de Camilo Egas (1958) y un fragmento de un diálogo amoroso entre Mariana y Luciano, figuras centrales de la novela A la Costa de Luis A. Martínez.
Al año siguiente el poeta Julio Pazos curó la exhibición Eros en el arte ecuatoriano. Hoy, otro poeta, Cristóbal Zapata, hace lo propio con Erotopias ,una ambiciosa muestra solicitada por el Ministerio de Cultura y Patrimonio con el fin probablemente de hacer que las obras de los museos nacionales (exBanco Central), ahora a cargo de este ministerio, circulen y convoquen nuevos públicos, bajo la lente de frescas miradas.
Erotopias arrancó su periplo en el MAAC de Guayaquil, y en septiembre de este año abrió, en el Museo Pumapungo de Cuenca, una muestra delicada y cuidadosamente montada, que destaca los núcleos temáticos delineados por Zapata. El color, los espacios, los lugares donde y cómo se han situado las obras, hacen que se perfile agudamente los acercamientos de artistas individuales al desnudo, al deseo y la copulación. Ambas propuestas, la de Pazos y la de Zapata, han echado mano de las mismas reservas pues una veintena de obras se repiten, pero en el caso de Eros en el arte ecuatoriano se acentúa en obras no solo del período precolombino sino de la Colonia, cosa que Zapata soslaya. Pazos hizo un corte generacional en la obra de artistas nacidos en la década de los cincuenta (Viver, Stornaiolo, Zúñiga, entre otros). Las obras seleccionadas parecían haber sido dispuestas como una sucesión en el tiempo, y los bloques o núcleos se dividían según una evocación poética, más que estrictamente curatorial. Se exponía linealmente, no se indagaba, tal como sugiere esta práctica.
En Erotopías —y quizás esto sea uno de los éxitos de la muestra— se integran sin pudor alguno autores y lenguajes contemporáneos en la que se aprecia el uso de otros medios artísticos como el video, medios mixtos o la fotografía, y, sobre todo, otros abordajes bajo una noción expandida de erotismo, “no solo aquello que pasa con los cuerpos, sino los lugares donde habita el deseo o desde los cuales los cuerpos elaboran su deseo”, según palabras del curador. Integra la aún dominante mirada masculina sobre lo erótico aunque en la muestra se hace expresa la intención de diluir las fronteras de género al haber abierto un eje como “Cuerpos recreados”. En este segmento, quizás el más expresamente contemporáneo de la exposición, se indaga sobre las conversiones y recreaciones del cuerpo, una suerte de modificación del mundo de las apariencias presente desde las representaciones prehistóricas; o alteraciones: travestismo, transexualidad, homoerotismo, temas que son abordados en el trabajo de Víctor Barros, Pilar Bustos, Enrique Tábara o Fabiano Kueva.
La fascinación del curador por la literatura erótica —lector y practicante de la misma y en cuya poesía el tema es recurrente— escenifica una muestra cuyos ejes rompen con el consabido recorrido cronológico lineal, provocando un relato más bien ondulante, sinuoso como el arte y el deseo, en el que se pone en intenso diálogo, por citar solo un ejemplo, una Valdivia de voluptuosas cadenas y señalado sexo (3900-1500 aC) con las nuevas valdivias en bikini corriendo por la playa, las Bañistas de Jorge Velarde. Enseguida, o casi, dos desnudos recostados de Pedro León, clásicos desnudos de gabinete en los que se representa por vez primera la blanca mujer caucásica al lado de la indígena ‘redimida’. Es que son muchos los tópicos y abordajes que las mismas obras provocan.
La muestra ha sido dividida en : “Venus revisitada” o visiones del cuerpo femenino; “Adanes”, sobre el cuerpo masculino; “Edenes” o los paraísos urbanos modernos (burdeles y moteles), y aquellos perdidos ; “Cuerpos recreados” en el travestismo o la homosexualidad; “Priapismos”, como expresiones ceremoniales o lúdicas de las representaciones fálicas, y finalmente ”Relaciones copulativas”.
En las salas se resume cada uno de estos abordajes justificando la incorporación de algunas de las obras. Por citar un ejemplo, en “Adanes” —el centro puesto en la obra de Eduardo Solá Franco— lucen cuerpos “trabajados por lo femíneo, atravesados por un aura andrógina, más cercanos a los efebos (adolescentes) de la antigua Grecia”. Cuerpos invadidos por el spleen moderno, recostados, escorzos desafiantes que provocan de inmediato miradas a su abultado sexo.
O en “Priapismos”, además de observar seres fantásticos de las culturas Jama-Coaque, Tolita, Bahía o Manteño de pene agresivamente erecto y amplificado, el visitante se topa de bruces con la pintura de Wilson Paccha Mis rayban, mi pollito y yo en la playa, de la serie Follar o morir (2002), que te hace reír, un humor flemático que rompe con la seriedad con la que algunos artistas han tratado el tema.
Recorriendo la muestra pienso en el Eros mitológico, aquel impulso creativo, la luz primigenia que surge tras el caos primordial y que apoya a Afrodita. Recuerdo que en algunas tradiciones Eros es el patrón del amor entre hombres; Afrodita del amor entre hombres y mujeres. Y continúo mi recorrido. Los pequeños y profundos ensayos del catálogo, parte del discurso museológico, amplían el conocimiento de obras y autores y enriquecen la lectura de complejo tema. Un hito que se sumará a la aún modesta literatura histórico artística en el país.
Me quedan decenas de inquietudes. Dónde hallar la mirada de la mujer frente al desnudo masculino, más allá de la mirada sobre si misma, representada en la muestra. El mundo está inundado de la visión masculina… Quizás haya que investigar el arte del video u otros para encontrar nuevas propuestas desde la otra orilla. Por otra parte, se deslizan ante mi mirada obras que solo caben en nosotras, mujeres dialogando entre mujeres. De senos travestidos, hinchados por el deseo, una rubia de las de ahora demanda la verga del varón “sin ninguna contemplación”, como dice en el comic desplegado en cerámica por su autora, la guayaquileña Gabriela Chérrez. O Graciela Guerrero cuya escultura neopop de resina de poliéster presenta la ambigua escena —violación/deseo exacerbado— entre un negro y una exuberante mujer blanca que grita en ¡Roba y viola en “pelotas”!
De un texto de Demetrio Aguilera Malta, en Los que se van, rescato un diálogo de forcejeo erótico que recoge muchas sensaciones al mirar la muestra, del sexo hundido en la carne, en la balandra, en el porvenir, en el partir. De la fugacidad de lo erótico:
“Me gustás negra… me gustás. La chola lo miró: me hincas bestia… No, no quiero.
Ululaba el viento pendenciero i gritón. Mordían las olas el irónico vientre de la pobre balandra. El enroscamiento de las carnes agitadas tenía algo de sagrado e inefable. Hacía frío…
Querés se mía negra? Mía, solo mía. Querés? Tengo una barca i una balandra. Soi juerte pa las mujeres y pa los hombres. No te fartará nada. Querés? —No…
Se mía negra… No. Podés venir a verme cuando te dé la gana. Pero yo no me iré nunca contigo.”
Una pureza original nos impide saciarnos. “La condenación nos marca y nuestros actos están condicionados… No podemos amar. Únicamente buscamos devorarnos mutuamente. Aquí está Gudrum entre los montículos, entre los cirios ardiendo, buscando algo fuera de sí, mientras su sangre circula y se renueva sin encontrar salida, sin comunicación… En el fondo lo único que queremos es salir”. (Henry Blanck, Miguel Donoso Pareja). ¿Erotismo que nos envuelve para entrar y salir de nosotros mismos? ¿Para escapar en el otro? ¿Para consumirnos en lo ajeno a pesar nuestro?
Cabe celebrar que el Gobierno haya auspiciado esta puesta en escena y que la acompañe con un catálogo y una muestra de cine erótico. Esperemos que no sea uno de aquellos chispazos momentáneos que por el tema convoca a estudiosos, curiosos y morbosos, sino que se convierta en política pública la investigación y curaduría de los fondos de nuestros museos nacionales. El público no puede imaginar siquiera la riqueza que reposa en sus reservas y bodegas, obras nunca expuestas, muchas veces mal cuidadas, enmudecidas por el tiempo y la incuria.