Érika Vélez habla de cómo se siente, no de cómo se ve

Érika Vélez.
Fotografía: Omar Sotomayor.

Ha sido llamada la mujer más bella de su generación, pero su personalidad revela intereses que trascienden la superfice de su cuerpo. Hablemos entonces de televisión, religión, depresión, y lo que aún se espera de una mujer “normal”.

Érika trabajará toda la tarde en una sesión de fotos y videos para una comunidad especializada en vinos y estilo de vida. El equipo de producción está compuesto por una directora, un camarógrafo y una asistente de vestuario. Las otras tres personas aquí presentes son los asistentes personales de Érika: la peinan, la maquillan y crean contenido para sus redes (1,2 millones de seguidores en Twitter y 2,2 millones en Instagram, lo suficiente para poner o sacar a un presidente de Carondelet).

Érika tiene que descorchar una botella de vino tinto. “¿Quién sabe cómo se llaman estos descorchadores?”, nos pregunta. Nadie sabe. El utensilio es del tipo palanca, tiene un tirabuzón y un aparato que se dobla para apoyarlo en el borde del pico de la botella y tirar del corcho. “¿De verdad nadie sabe?”, insiste acercándose a la risa. El tema se convierte en un juego, algunos buscamos en Internet, ella intercambia mensajes con una amiga y lo resuelve primero. “¡Se llama descorchador de dos tiempos!” Luego hablará de su naturaleza competitiva.

Érika, cuya memoria fotográfica supera a la de varios continuistas con los que ha trabajado (“he ganado apuestas”, asegura), está pendiente de todo lo que pasa en el set: la luz, el vestuario, la utilería, el movimiento de la cámara y el encuadre final del plano. “Soy controlaitor, disculpen. Es mi lado nerd”. La directora le pide a Érika que haga como si estuviera leyendo y tomando vino en la cama. Érika dice que le parece cliché, igual lo hace. Entre el control y el trabajo, escoge el trabajo.

Érika Vélez.
Fotografía: Omar Sotomayor.

A los dieciocho años había sido reina de Manta, reina de la provincia de Manabí y ya formaba parte de Sin límites, una telenovela colegial e inmadura. Jennifer Graham, modelo y actriz, fue su compañera de reparto. “Una vez le preguntaron por mí y dijo: Ah, es una reinita. Pero hasta el día hoy es mi gran amiga”. Érika Vélez acaba de cumplir cuarenta años y ha pasado más de la mitad de su vida trabajando en televisión.

La anfitriona de la pasada edición de MasterChef-Ecuador (Teleamazonas) es una de las actrices más solicitadas del Ecuador y uno de sus rostros más visibles fuera del país. Actuó en Solteros sin compromiso (TC), en la serie argentina Dr. Amor (Canal 13), en la telenovela peruana Bésame, tonto (Frecuencia Latina, Univisión), en las producciones colombianas Francisco el Matemático (RCN) y El capo (Fox, Telecolombia), protagonizó Tres familias (Ecuavisa) durante seis temporadas. Sin embargo, quienes la han visto en obras de teatro sostienen que esa es su mejor plataforma.

—Conoces el medio desde que eras adolescente. ¿Qué hace falta para mejorar la producción de ficción televisiva en el Ecuador?

—Nos falta prepararnos en todo, desde las cuestiones técnicas. (Pone como ejemplo los efectos especiales). En El Capo 2 vi a mi personaje en un edificio que estallaba, me prendían fuego, saltaba, ¡y era mi doble! También creo que faltan más mujeres libretistas. Puedes tener clara la idea, la narrativa, pero por más sensible que sea un hombre, es distinta la visión de una mujer, y eso se nota sobre todo al momento de dialogar (prefiere improvisar sus líneas de diálogo).

—¿Cómo fue interpretar en Casi cuarentonas a una mujer que se enamora del hijo de su mejor amiga?

—Tuve un novio menor, pero no tanto (Carlos Scavone, ocho años de diferencia). En la serie el personaje y yo tenemos veinte años de diferencia, y es el hijo de una de mis mejores amigas. Una situación complicada. Hice el ejercicio de pensar en el hijo de una amiga mía (la diseñadora Ile Miranda), que tiene más o menos esa edad y lo he visto desde chiquito. Me preparaba con esa imagen para imaginar la resistencia de mi personaje frente a una relación así. Y él ni siquiera sabe, pobre bebé.

Nota: Su tono durante la entrevista será este, suelto e informal. Incluso cuando recuerde momentos difíciles, usará un lenguaje fácil. Sus palabras, sencillas, huyen de los retoques a los que su imagen se ve diariamente sometida; y su forma despreocupada de hablar le permitirá sobrevolar temas relevantes. Cuando pueda, responderá a las preguntas con alguna broma.

Érika Vélez.
Érika ha sido la conductora del reality Master Chef Ecuador durante sus tres temporadas. Fotografía: Cortesía Teleamazonas.

Depresión

El año pasado compartió en sus redes sociales que sufre depresión y ataques de pánico. Lo hizo a través de Instagram: subió una foto en la que aparecía sin maquillaje, con un suero enganchado a la mano, sonriendo. “Estos días he estado en casa, terminamos grabaciones de la serie y mi cuerpo dijo basta. (…) Lo importante es hacer algo y pedir ayuda”.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó 25 % debido a la covid-19. Las causas asociadas a este incremento fueron el estrés colectivo sin precedentes en este siglo, el miedo a la enfermedad, los duelos y las preocupaciones financieras agravadas por la pandemia.

—¿Pensaste en la reacción de tus seguidores cuando hablaste públicamente sobre la depresión?

—Pensé: ¿por qué no comparto como realmente estoy ahora? Me tomé una selfi y escribí, no desde el lugar de la víctima; a mí eso de la víctima, no… sino algo muy honesto. Dejé la bomba ahí y me acosté. Al día siguiente, corte a: todo el mundo escribiéndome, diciendo “yo también me siento así, Érika, no sé qué hacer…”. Hablar de la salud mental en nuestro país es complicado, realmente no está visto como un tema de salud y es muy costoso (se refiere al costo de un tratamiento profesional). Le dije a mi siquiatra “hagamos algo”, entonces hicimos un Live con las preguntas que más me están haciendo y ayudamos al menos con una primera guía.

Yo ya tenía diagnosticada depresión leve. Pero pasé sola en pandemia, sola con mi soledad. Mis papás en Manta con mis abuelos… Con esta situación de la covid, a mí, como a mucha gente, se me activó el miedo a tocar algo y morir. Tenía pavor. Sentía como si tuviera un demonio dentro, literal.

—¿Sigue siendo más complicado para una mujer madurar en televisión?

—Sí, claro. A un hombre, cuando madura, le dicen: “Qué linda tu barba, qué sexi te ves”. “Antes era un peladito pero ahora míralo, George Clooney, lo máximo”. Para las mujeres no es así y eso realmente daña… Además con todo este tema de las redes sociales y los filtros, llega un punto en que dices: ya no sé quién soy.

—En una entrevista dijiste que, si un día la presión por el aspecto físico te llega a afectar demasiado, serías capaz de irte detrás de las cámaras, a producir, dirigir o escribir.

—Sí, me gustaría estar atrás… Soy feminista, pero a veces somos las propias mujeres las que proyectamos en otras nuestras inseguridades. Los hombres son más básicos, como el panzón en tanga que critica a las que pasan. Ni así fueras Brad Pitt, ¿cómo vas a decirle algo feo de su cuerpo a otra persona? La sociedad nos hace inseguras de nuestro propio cuerpo, vemos una cicatriz o una estría o la celulitis como si fuera algo malo, y vamos por la vida tapándonos con una toalla, hasta llegar a la piscina donde está, obvio, el panzón bielero listo para criticarte.

Sin límites

La vida adolescente de Érika Vélez, transcurrida en Manta, es digna de una serie de aventuras juveniles. Estudió en un colegio católico y mixto, fue buena alumna, pero su energía y “creatividad” (las comillas las puso ella) desbordaban la paciencia de las monjas. Para financiar un paseo de fin de curso se le ocurrió imponer un impuesto a quienes pedían permiso para ir al baño, así como vender o alquilar a sus compañeros recortes de revistas con fotos de las presentadoras de televisión Carla Sala y Gabriela Pazmiño. “Te lo juro por Dios, lo hacíamos desde la inocencia”.

Érika Vélez.
Con Efra (el fallecido actor Efraín Ruales) y tres de sus mejores amigos Pablo, Luly y Jacko. Fotografía: Cortesía E. Vélez.

Al terminar quinto curso, le negaron a ella y a sus cómplices la matrícula para el año siguiente. Se graduó en el colegio Manabí, laico y exigente. “Era una competencia de puntajes, pero yo siempre he sido cuadro de honor, hasta el día de hoy soy la que encuaderna los libretos.

Pero me gustó, en ese colegio había debate y no pasábamos todo el día encerrados, a veces el profesor decía ‘vamos a recibir la clase afuera’. Me acuerdo que participé en un debate sobre el aborto, por sorteo me tocó estar en contra.

Como la reverenda nerd que soy, me puse a investigar, lo que me importaba era la competencia. No estaba permitido hablar de religión, era un debate laico, todo desde la argumentación, desde lo que puedas demostrar. Investigas, obtienes información y formas tu criterio propio”.

Activismo y religión

Érika se unió a la causa del matrimonio igualitario en Ecuador, está muy presente en Twitter cuando hay denuncias de femicidio y se manifiesta por la despenalización del aborto en caso de violación. “Ya es ley. No sé por qué hay una percepción de que las mujeres somos muy malas, muy brujas, que vamos a querer abortar como método anticonceptivo… Igual soy muy respetuosa, he aprendido a tratar con gente desde muy Opus Dei y hasta el otro extremo (liberal), y me encanta. Soy la que hace la novena y da la ofrenda, pero también la que puede estar en la marcha, la del pañuelo”.

Como millones de latinoamericanos, Érika Vélez es devota del Divino Niño Jesús, siempre que va a Bogotá (donde se grabó Master Chef) visita el barrio 20 de Julio, y si está en Manta o en Durán, va a los santuarios respectivos. Y también como millones de mujeres católicas, se pronuncia por el derecho a elegir.

Érika Vélez.
En el rodaje de la película Amor en tiempos de likes, dirigida por Alejandro Lalaleo, junto a Diego Spotorno y Prisca Bustamante. Fotografía: Cortesía E. Vélez.

Rubén

Cuando Érika Vélez no quiere hablar de un tema no lo hace. O contesta con ironía, como aquella vez que aseguró que sí, que era adicta al bótox, porque la hacía mejor actriz. Le pregunto por la muerte de su hermano Rubén, cinco años menor, porque ella misma lo ha mencionado brevemente como un duelo irresuelto en otras entrevistas.

—¿Cómo fue?

—Te lo voy a contar desde afuera y por encima porque no quiero llorar ni caer en el melodrama (me advierte). Es algo que pasó en 2003, pero que siempre está y se me activó ahora en diciembre por lo de mi abuelo (que acaba faceller). Yo estaba viviendo en Buenos Aires, haciendo una novela. ¿Y sabes quién me da la noticia?, Diego Spotorno, que desde Solteros… es mi ñaño.

Nuestra novela estaba saliendo en Canal 13. O sea, de repente estábamos de famositos en el VIP de nosequé, con Lorna Paz y Dalma Maradona, nos hicimos amigos de los Cebollitas, de Luciana Lopilato… Y esa noche ya estábamos de regreso de la fiesta con Diego (que es de los que te acompaña hasta la puerta) y otra compañera de la novela.

Y justo abajo de mi edificio me llama la mejor amiga de mi mamá. Rarísimo. Me pregunta, ¿estás con alguien? Le digo sí, estoy con Diego y una compañera de trabajo. Y me dice: Tu hermano tuvo un accidente. ¿Pero está bien? Sí. Pero ponme a Diego. Nunca podré olvidar la Pocker Face que puso: “Sí, entiendo, ya, ok. Subamos”. Y me dio la mala noticia en la casa. Fue horrible.

Fue un accidente de tránsito, le faltaba un mes para cumplir los quince. Y yo no conseguía pasajes, me volvía loca por llegar antes de que lo entierren. Y luego me tocó regresar a Argentina, y ahí sí fue como que quise no pensar, entre grabraciones y fiestas, trataba de no aceptarlo, no quise ni saber el nombre de los chicos que manejaban.

Ahora estoy segura de que no fue su intención. Pero ellos están grandes, algunos tendrán familia, hijos, y mi hermano no. Me lo quitaron muy chiquito y me afectó muchísimo. No hablé con mi hermano menor (José David) por mucho tiempo porque cuando llamaba escuchaba la voz de Rubencito.

Pienso en cómo sería hoy mi hermano. Seguimos sanando. Lo más triste es como que vas perdiendo los recuerdos, como que se desvanecen. Y él que aprendía todo rápido: a tocar la guitara, a cocinar… (Aunque se propuso controlar su emoción, los ojos de Érika se llenan de lágrimas). Puede que la muerte de Rubencito sea la respuesta al porqué trato de salvar a mis novios, porque no pude salvarlo a él.

Nota: Cuando le pregunté a qué se refería con “salvar a mis novios”, me contó sobre un exnovio que a su vez se llevaba muy mal con su anterior pareja. Necesitaba, entonces, que lo salvaran de convertirse en un mal ex, que fue precisamente lo que terminó siendo para Érika.

Matrimonio e hijos

Sus padres, Tatiana Zambrano y Rubén Vélez. Se casaron al mes de ser novios. Fotografía: Cortesía E. Vélez.

Una mujer que llega a los cuarenta años y no tiene hijos carga con cierta presión familiar y social, eso se da por sentado, pero el nivel de exposición de Érika provoca opiniones de antología. Su perrito, Mateo, que tiene casi cuarenta mil seguidores en Instagram, cumplió un año hace poco y Érika lo celebró con una matiné en su casa a la que invitó a sus amigas con hijos y mascotas. Entre los comentarios a la publicación no faltaron los “Ya mejor ten un bebé” ni los calificativos de ridícula y vanidosa.

Una seguidora le pidió pensar en el hambre mundial, en los huérfanos de Ucrania y le hizo una recomendación puntual: “Sería mejor idea que tuvieras un hijo (no sabes de lo que te pierdes, es indescriptible), o si no que adoptes uno”. Érika rara vez contesta, pero esa vez lo hizo: “Creo que tú, hermosa, sabes lo que es mejor para ti, no para personas que no conoces. Besos”.

Hay un horrible prejuicio: no terminas de ser mujer hasta que eres madre”, asegura Érika. “En un momento pensé hasta en congelar óvulos, pero qué necesidad. Tengo una familia que hasta el día de hoy siguen juntos. ¿Casarme para divorciarme?, ¿Para tener hijos y tenerlos en medio de problemas? No, gracias”.

Érika Vélez se ha compremetido tres veces, pero nunca se ha casado. “Gracias a Dios, nunca”, dice. “Mis papás se casaron al mes de estar de novios, sufrieron la pérdida de un hijo y siguen juntos. Mis abuelos, juntos toda la vida. Pero cuando hay algo que te dice ‘no’, yo presto atención, no voy a ser feliz si esa persona no está alineada a lo que yo espero. Yo hace rato hubiera podido decir sí, acepto, me caso, o me embarazo y cumplo el rol que supuestamente la mujer tiene que cumplir. Pero no veo la necesidad”.

—Pero ya dijiste “sí” tres veces…

—Ay, ¡¿Y quién no dice “sí” cuando se te arrodillan y te dan un anillo?! Una, hasta por educación, acepta. Además, siempre doy las gracias. ¿Quieres ser mi esposa? Ay, gracias. ¿Pero sí o no? Sí, gracias.

Érika Vélez.
Rodaje de la película Amor en tiempos de likes. Fotografía: Cortesía E. Vélez.

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