Hay que ser bastante crédulo e ingenuo para suponer que vivimos la época de la información pues, aunque esto fuera cierto, la validez de los contenidos es tan dudosa, repetida y efímera que se puede prescindir de estos.

Al contrario, nuestra cultura está fuertemente matizada por un subproducto o remanente del proceso de divulgación que S. Lash denominó “la sociedad desinformada de la información” (Crítica de la información, pág. 239).
Cuando nacieron los medios técnicos de difusión masiva se aceleró el transporte de signos tanto para informar como para desinformar, y junto con ellos también aparecieron las cabezas visiblemente parlantes y una enorme cantidad de basura. Si a una de esas cabezas le cierran el micrófono y apagan la cámara, el sentido de su existencia mediática se pierde en el silencio y el anonimato. Como los virus y bacterias, las ratas siempre son más peligrosas cuando abandonan la madriguera. La visibilidad aparente y el eco son la esencia de los espejismos, paisajes necesarios para ilusionarnos con engañosas realidades.
Como el fuego que no se alimenta se apaga, para mantener encendida la llama el líder necesita exhibirse en los medios sociales. Por ello, cuando a D. Trump se le cerraron las plataformas para lanzar sus consignas, era de esperarse que abriera su propio medio de difusión. Y lo hizo al fusionar la Trump Media and Technology Group y la Digital World Acquisition Corp. para establecer una aplicación llamada Truth Social (Verdad Social). Lo asombroso de este proceso no es la aparición de la empresa sino el nombre de la misma y sus pretensiones. ¿Qué significa una verdad social? ¿Quién la emite? ¿Qué pretende? ¿Informan verdades los medios sociales?
Por lo pronto, el nombre “verdad social” conlleva una declaración acerca de otros medios contra los cuales compite. Si este medio siempre propaga la verdad, los otros deben repetir lo mismo para ser veraces; si no repiten, entonces inventan o mienten. De este modo, los no alineados con la “verdad social” son medios que transmiten falsedades. Un razonamiento engañoso (sofisma) parecido ya lo había usado Trump cuando anunciaba que él era el ganador de las elecciones en Estados Unidos. El sofisma se presentó así: un ganador es el que siempre gana; yo soy un ganador, luego ganaré las elecciones. De ello se desprende que, si el ganador es otro, entonces ha habido necesariamente un fraude electoral.
Las palabras, las fotografías u otros signos sustituyen una realidad por otra, es la noticia o relato. En consecuencia, el periodista profesional sabe que su lectura de los hechos está parcializada por los datos que consigue, que es imposible dar cuenta de todos los pormenores, que la exposición es aproximativa, que puede equivocarse, que necesita contrastar los detalles con otros testigos para hacer una relación fiel de lo acontecido. También reconoce que debe ceñirse a los datos y mantenerse imparcial. Después, el producto de esta exploración se somete a un proceso de escritura donde la experiencia recogida tendrá una extensión de pocos renglones y deberá evitar las inexactitudes y los juicios de valor. Este periodista nunca pretenderá decir una verdad sino entregar una percepción objetiva y neutral de lo acaecido. En cambio, la opinión es siempre una interpretación subjetiva, acertada o desacertada de unos hechos.
Lo extraño de la nueva plataforma no es que en una sociedad saturada por el ruido se sume más ruido, sino que se haya creado para dar presencia mediática a un consumado engañador: D. Trump, un personaje que se ha ganado la fama del más grande falseador, porque hasta en esto es un vencedor. ¿Cómo la consiguió? Lo desconozco. En mi búsqueda, acudo a Wikipedia y encuentro un artículo revelador. En pocas páginas aparece una investigación que contiene más de doscientas notas a pie de página para demostrar cómo este personaje ha merecido ser tildado el campeón de los engañadores, pudiéndose inferir de ello que tiene un negocio con el cual ganará dinero y marcará la ruta informativa de esta Verdad Social.

Un medio es un soporte de información, nada más. A Gutenberg, inventor de la imprenta, jamás se le habría ocurrido pensar que iba a difundir verdades. Lo que había descubierto era un soporte para almacenar información, reproducirla y hacerla accesible a los lectores. Como Trump confunde el sostén con los pechos, no es de extrañar, debe suponer que llamando Verdad Social al soporte, el contenido parecerá indudablemente verdadero.
Nos ha nacido un nuevo profeta. Si se sale con la suya, su mensaje pronto resonará por todas las plazas, calles, chaquiñanes y hormigueros. Su voz no será el grito que clama en el desierto, sino una voz con autoridad para entregarnos la buena nueva: la Verdad Social. La verdad nos hará libres, dice san Juan en su Evangelio. ¿Y qué hace el engaño? A algunos los convierte en millonarios.
Pero no es así. En primer lugar, no son los engañadores sino los engañados los que se encargan de diseminar las supuestas verdades. Es un efecto eco de querer compartir, de buscar solidarios y catequizar al suponer que si tengo una verdad poderosa podré convencer a los demás con mis ideas y opiniones. Gracias a las nuevas tecnologías, este espíritu evangelizador se puede extender entre amigos, conocidos y desconocidos. Si el promotor tiene éxito, hasta puede convertirse en un nuevo iluminado o ideólogo de alguna transformación social. Inclusive puede optar por dedicarse a la política o ser un líder mediático socializando su verdad. Pero hay que tener cuidado porque el descrédito siempre amenaza.
El 6 de enero de 2021, durante el asalto al Capitolio de Estados Unidos en Washington, hubo muchos testigos, muertos y descabezados. Sin embargo, al preguntar a un republicano, miembro de la Cámara de Representantes, cuál era su opinión de los hechos contestó que le había parecido “una visita de turistas”. Es obvio que daba su parecer y ese contenido respondía al deseo de no comprometerse, evadir el tema y escabullirse. Si en una corte de justicia le pidiesen decir la verdad de los hechos, respondería de forma muy diferente. De no ser así, tendría que operarse de los ojos, entrar en una clínica para enfermos mentales o en la cárcel por mentir bajo juramento.
Lo interesante del ser humano no es que pueda conocer verdades sino que, aunque las tenga, puede borrarlas y cambiarlas para adherirse a otros sueños y fantasías, a ideas erradas con las cuales puede obtener más réditos económicos y popularidad. Por lo tanto, si bien los medios pueden distorsionar y falsear la realidad, el éxito del engaño dependerá de los usuarios de esos contenidos, de quienes los rechazan o aceptan de acuerdo a sus creencias. En el mundo de los espejismos, hallar un oasis real es muy complicado y, si se encuentra, el pozo de agua estará seco.