María Paz Jervis “incomodando” desde los ochenta

Feminista desde siempre y abogada convencida, a María Paz Jervis Pastor le gusta irrumpir, incomodar y alzar la voz ante las desigualdades. Lo hizo desde la academia por catorce años consecutivos y ahora lo hace desde la Cámara de Industrias y Producción (CIP), donde se desempeña como su primera presidenta ejecutiva en 86 años de historia. En esta entrevista habla de sus convicciones —que son profundas y claras—, pero también de sus temores, de los derechos humanos y de la maternidad como la más necesaria de las militancias.

María Paz Jervis
Fotografía: Juan Reyes

De la cátedra a la industria

—¿Cómo se da este salto de la academia a la CIP? ¿Es algo que buscabas o esperabas?

—La primera vez que me llamaron, me reí. Me llamó un head hunter y me dijo que querían invitarme a ser parte de este proceso. Mi respuesta fue: “Soy profesora universitaria, por qué me quisieras entrevistar a mí”. Le comenté a mi esposo y me dijo que uno nunca tiene que decir no, siempre hay que oír.

En el último tiempo en la academia empecé a sentir un poco de monotonía. Yo tenía una meta muy importante en la Universidad SEK que era la acreditación. Un proceso que fue de sangre, sudor y lágrimas, y lo conseguí con éxito. Me correspondía hacer un doctorado y muchas veces tuve la oportunidad, pero no me he sentido convocada por eso, y también hay que poder decirlo.

—Claro, a veces son como los siguientes pasos que hay que dar, pero no siempre es lo que quieres…

—Lo fui postergando hasta que un día me atreví a decir en voz alta: “Esto no me convoca”. En este momento no me veo haciendo un proyecto de investigación que me tome de tres a cinco años. Siento que también cumplí un ciclo en la academia. Doy clases desde los veintisiete años, catorce años seguidos, paré los doce meses por la maternidad, pero volví cuando mis bebés tenían todavía cinco o seis meses.

La vida académica es preciosa, puede ser absorbente, y yo fui profesora a tiempo completo. Entonces, creo que también es sano oxigenar, salir, verte hacia afuera. Creo que me hacía falta un poco de acción.

—¿Y cómo descubriste esa necesidad?

—El decanato me hizo notar que a mí me gustaba esto, porque el decanato es un trabajo muy gerencial. Es un cliché que todos los académicos respetables odiamos la parte administrativa y yo descubrí que me encanta la parte administrativa.

—Y hay un cliché también respecto a que en espacios como la CIP tendría que estar un industrial. Es decir que los gremios deben ser representados por alguien del gremio, pero llegas tú a romper este molde. ¿Qué significa para ti?

—Te voy a ser superhonesta. Yo vengo incomodando desde los ochenta, tiendo a ser una presencia incómoda pero agradable. O sea, me gusta irrumpir. En alguna medida hay poca comprensión de lo que es la representación gremial, ahora vivimos en la era de la profesionalización. Nosotros tenemos más de sesenta sectores productores representados, somos la CIP a nivel nacional, lo cual implica que dentro de nosotros mismos hay mucha diversidad y heterogeneidad.

Pero inclusive en la representación gremial tenemos que entender que no necesitamos un empresario. Puede ser, no está prohibido tampoco, pero no creo que necesitamos un empresario que hable por los empresarios. Quizás una fortaleza mía al venir de un sector externo es que no tengo un sesgo empresarial; eso puede ser positivo y también es un desafío. Hay muchas cosas que tengo que aprender, hay una cultura que yo tengo que asumir en poco tiempo, pero es enriquecedor, es motivante.

—Además, eres la primera mujer en ocupar el cargo en 86 años…

—Romper el tema de género no es menor, no creo que es lo único que me hizo una candidata interesante, pero estoy segura de que fue determinante. La perspectiva de género es algo tan fuerte que te ayuda y te genera dificultades. Puede ser una ventaja comparativa, porque una institución tan importante y tan representativa como esta no podía seguir cargando en su historia la ausencia de una dirección de mujer. No basta con decir “yo no discrimino”.

Yo insisto en que no estoy haciendo nada extraordinario aquí. O sea, no tengo un gran mérito por ser la primera mujer que ocupa este cargo, simplemente estoy cruzando una puerta que muchas otras personas y muchas mujeres durante décadas tuvieron que transitar para abrirla.

—¿Con qué visión llegaste y cómo ves ahora las cosas?

—Todos los días es un descubrir. Nada es perfecto. Pero hasta ahorita el balance es superpositivo. Yo no me imaginaba que había tan buenas prácticas en el sector empresarial. Confieso, quizás con un poquito de vergüenza, que tenía un estigma, un prejuicio sobre el empresario y descubro que la mayoría tiene un compromiso profundo con el desarrollo del Estado, de la democracia, de la sociedad donde viven, que trasciende al giro de sus negocios.

Pero veo una clase empresarial absolutamente agobiada por la realidad nacional, dolida por las diferencias profundas del país. Hay cosas que ahora ya me hacen mucho ruido y hasta me duelen un poquito, como esa división que se hace entre la sociedad civil y el sector privado.

—¿Cuándo crees que se gestó esta división?

—Tenemos un mensaje errático, quizás desde siempre se entendió que el empresariado es este “tercer sector” que no es parte de la sociedad civil, que es ajeno y no tiene ningún sentido. Nada más alejado de la realidad, el sector empresarial es la sociedad civil.

—¿Cuál es la visión que tú tienes para la CIP? ¿Te has planteado el objetivo de hacia dónde quieres llegar?

—Lo primero que quiero es seguir haciendo bien las cosas que hacíamos bien. Y esto que parecería obvio, muchas veces en nuestra sociedad ecuatoriana, termina siendo la excepción, porque estamos acostumbrados a que todo el mundo llegue y quiera refundar todo en el sector público y privado. Un compromiso que debo asumir es mantener esas cosas que se vienen haciendo bien, que no se descuiden so pretexto de una nueva dirección.

Después, como sector empresarial, tenemos que buscar cómo tender puentes para acercarnos a la ciudadanía. Estamos en un proceso autocrítico en el que tenemos que pensar cuál es esa ruptura comunicacional porque cualquier iniciativa que promovamos desde este sector va a ser absolutamente debilitada si no tenemos la capacidad de interrelacionarnos con los demás.

El derecho, el feminismo y la docencia

—Tú eres una abogada y feminista convencida… ¿Desde siempre fue así? ¿Cómo influyó tu entorno?

Si volviera a nacer, volvería a estudiar Derecho. Soy una fanática del estudio del derecho. También vengo de una familia de corte liberal. Además, me eduqué en un colegio muy liberal, muy democrático: el colegio Americano, y estoy convencida de que el colegio marcó mis primeros brotes de cualquier cosa que sea hoy a mis 42 años. Yo milito en el feminismo desde que tengo uso de razón.

En el colegio fui una niña absolutamente feminista. Me costaba, tenía temor de decir la palabra. Fue cuando llegué a la universidad que tuve la suerte de poder estudiar el feminismo y cuando leí a Virginia Woolf fue un despertar a la vida. Y claro, llegué a mi casa feliz y les dije yo ya sé lo que soy: soy feminista. Fue un ejercicio salir del clóset mentalmente.

María Paz Jervis
Gioconda Pástor (madre), Christian Viteri (esposo), María Paz, Raúl Jervis (padre), 2007.

—¿Y en tu familia cómo tomaron esta “salida del clóset”?

—Al comienzo palabras como feminismo no estaban tan aceptadas, pero yo veo a mis papás de hace veinte años y a mis papás de ahora y tengo un orgullo absoluto porque ellos fueron criados en una época mucho más oscura, en términos de libertades, y ahora son personas absolutamente comprometidas con los derechos humanos y con las libertades individuales, a pesar de que somos familias superconvencionales en nuestra composición.

—¿Y de dónde viene la vena docente?

—Mi papá fue docente toda la vida. Llegó a jubilarse en la Universidad Central. También fue docente muchos años en la Católica, después hizo lo propio en la UDLA, donde fue decano. Cuando era niña, nos llevaba a mi hermana y a mí a tomar examen. Mis abuelos maternos también eran docentes. Mi abuelo de literatura e historia, de secundaria, y mi abuela de primaria.

—Tu paso por la San Francisco fue determinante también…

—Yo sí reconozco que la San Francisco rompió los paradigmas de la educación ecuatoriana. Cuando entré me vi forzada a tomar materias en el campo de las ciencias sociales y estaba indignada al comienzo. Yo quería más ley, más código, pero doy gracias a Dios que las cosas fueron así. Transité mucho en el campo disciplinar, en literatura posmoderna y esos fueron regalos que me dio la vida a través de la universidad. Después, cuando me gradué, tenía planes de irme a estudiar fuera…

Las vueltas de la vida

—Pero a la final no fuiste a estudiar afuera, ¿por qué?

—Primero que me casé muy joven, a los veintiséis años. Creo que muy joven para el siglo XXI, claro. Y entonces cancelé mi vida de estudiar fuera y me quedé aquí. Mi esposo ya era gerente de marketing de Molinera y me dijo que me fuera, que él me esperaba, pero yo no quería. No me atrevía públicamente a rechazar una beca, era una vergüenza. Me empecé a enfermar y mi papá, que siempre me leyó muy bien, me dijo: “No te tienes que ir, quién dijo que tienes que estudiar afuera. Tienes que hacer lo que te haga feliz”.

—Está bien hacer lo que uno quiere, aunque no sea lo que el mundo quiere…

—En el campo académico yo no sabía lo que quería estudiar. Había estado en oenegé, pero me gradué con título de abogada, y trabajar en un estudio jurídico fue la experiencia más amarga de mi vida. Yo tenía una torpeza, una falta de competencia… Estaba madurando.

Mi papá me dio la idea de ir a la Flacso. Iba con las lágrimas, entré y le vi a la Grace Jaramillo, para mí la mejor o la única columnista internacionalista. Le dije que quería estudiar Ciencia Política y me preguntó por qué. Luego me dijo: “Tienes que trabajar. Ven a trabajar conmigo”. Y empecé a trabajar con Grace. Fui su pupila, yo me formé con ella. En la Flacso estudié Relaciones Internacionales con mención en Seguridad y Derechos Humanos.

—¿Crees que has tenido suerte también?

—Creo que sí existe el factor suerte. Te ganas las cosas, pero también hay suerte. Yo me crucé siempre con la mejor gente en el momento preciso. La Grace apareció como un ángel en mi vida. Jefa durísima, soy experta en tener jefas duras pero, además, era durísimo transitar del derecho a las ciencias sociales. Yo tenía blancazos intelectuales. Me sentaba frente a la computadora y no me salía una letra. Fue un proceso de crecimiento superinteresante; crecer y aprender tiene un costo de dolor, es incomodarte, es ver tus costuras.

—¿Qué figura ha marcado más tu vida?

—El embajador Mauricio Montalvo. Mauricio es una persona que marcó mucho mi vida profesional. Me enseñó mucho sobre relaciones internacionales, me formó diplomáticamente, me enseñó también a trabajar en el mundo de las formas, que no es poco. Él creyó en mí más que nadie. Cuando nació mi segunda hija (Elena), entré un día llorando a decirle que renunciaba porque no quería perder la lactancia y él me ayudó a buscar la forma de no renunciar.

—Él te impulsó, además, a asumir el decanato en la SEK, en el que estuviste hasta antes de la CIP…

—Sí, yo le decía: “Cómo voy a ser decana, tengo 36 años” y él me contestaba: “La edad no es nada, no se necesita recorrer más para ser decana, usted tiene todas las pilas del mundo”.

—Pero tienes un breve paso por la “función pública”, por decirlo así…

—Salió la oportunidad de ir a las Fuerzas Armadas en septiembre de 2011, luego de cerrar mi último proyecto con la Grace. Decidieron abrir por primera vez en el área de Inteligencia Militar, una división civil porque era el momento de mayor asfixia del Gobierno de Correa sobre las Fuerzas Armadas. Hacíamos análisis que les servía para la toma de decisiones con prospectiva, entonces yo hacía correlación de fuerzas políticas al interior de la Asamblea, pero a la par empecé a dar clases. Cuando nos exigieron que fuéramos funcionarios públicos, yo dije que no. Yo quería tener en mi conciencia nunca haber sido funcionaria del Gobierno de Correa.

Luego salí a un proyecto con el Grupo Faro, con el BID, seguía dando clases y después cuando tuve mi primer hijo (Simón), que tuvo un problema cardiaco al nacer, me quedé en la casa con una consultoría de la OEA y dando mis dos clases por semana. Al año y medio volví a la UDLA.

Familia de María Paz Jervis
Primera comunión de su hijo Simón, santuario de Schoenstatt, 2022.

Trabajar y maternar, el gran reto

—¿Qué te ha permitido compaginar el trabajo con la maternidad, que es el desafío de miles de mujeres?

—Eso es durísimo, son muchos factores. Creo que el principal enemigo es la culpa. La culpa es el gran enemigo de mi vida. Yo vivo siempre entre el tema de salud de mi guagua (por su problema cardiaco) que está superado, pero está ahí. Es vivir entre la culpa y el miedo.

—Criar es hermoso, pero muy retador a la vez…

—Es estar entre la culpa y las convicciones. No es un tema resuelto, pero lo lucho a diario. Creo que la gran estrategia es tu pareja. Si no estás alineado con tu pareja, la puedes pasar peor. Yo sí tengo un hombre al lado mío que está absolutamente alineado. Es chistoso porque él viene de una educación supertradicional y él no se dice a sí mismo feminista, pero creo que es mucho más feminista de lo que cualquiera se podría imaginar.

—¿Por qué lo dices?

—Él ha sido súper push conmigo. Me exigió un montón, en el mejor de los sentidos. Cuando nos casamos él ganaba bien, tenía una muy buena situación profesional, y yo en la Flacso ganaba quinientos dólares al inicio, pero él me decía: “No importa, nos alcanza para los dos, tú estás en otro momento de tu vida”. Las penurias que vinieron después con el tema de salud de mi hijo nos hicieron más pareja, pero él me insistía en que trabajara. Cuando nació Simón mi esposo me dijo: “No dejes de trabajar, ya nos organizamos”. Él nunca ha sido condescendiente conmigo, no es un hombre protector y yo agradezco eso.

—Para a las mujeres que no cuentan con un círculo de contención se les vuelve imposible compaginar ambas cosas y a veces deben escoger entre los hijos y su profesión; sin embargo, la maternidad nos da otra visión del mundo, ¿cómo cambió la tuya desde que fuiste madre?

—Yo sí soy como la mujer más maternal y es evidente, no hay que investigarme mucho. Yo enfrenté esta cosa tan maravillosa que es la maternidad de la mano del miedo y de la muerte, y eso a mí me marcó para siempre. Creo que a todas las mamás les pasa eso: el día que nace tu hijo empiezas a tener miedo a la muerte. Le tengo pánico a mi muerte hasta que ellos sean grandes. Mis hijos me necesitan, lo tengo clarísimo.

Mi rol más importante es el de mamá, ese es el que me persigue, me acompaña adonde voy. Milito mucho en la maternidad, creo que tenemos que hablar de la priorización de la maternidad como un derecho. Yo tengo derecho a ejercer mi maternidad como quiero, no tengo por qué renunciar al cuidado de mis hijos y también puedo ejercer un puesto de alta dirección. Pero creo que ese es un derecho que debemos tener todas las mujeres. Porque también yo estoy contando mi historia desde el privilegio, y desde el privilegio casi todo es posible.

—Si pudieras definir los principios que rigen tu vida, ¿cuáles serían?

—Yo tengo mucha fe. Soy una persona católica, siempre tuve una fe profunda y creo que eso me sostuvo en los momentos más grises de mi vida. Siempre le digo a mi esposo que nosotros ya sabemos cómo se siente el infierno, que es tener a un hijo en un quirófano. Creo que la segunda cosa es el compromiso, soy una persona supercomprometida. Yo creo que todo en la vida es compromiso.

—¿Alguno más?

—Creo que tenemos que reivindicar los derechos humanos. Los derechos humanos, que parecen tan obvios, están siendo violentados todos los días, desde los espacios domésticos hasta las grandes políticas públicas, y no nos puede dejar de doler.

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