Irene Vallejo: “En la literatura clásica las mujeres casi nunca pueden hablar en primera persona”

La escritora española Irene Vallejo vuelve a la carga con El silbido del arquero, obra germen de El infinito en un junco. Una novela que reinterpreta los mitos clásicos para responder a las inquietudes de hoy.

Irene Vallejo
Fotografía: JAMES RAJOTTE.

Actualizar los clásicos y repensarlos a la luz de hoy es la tarea que ha asumido Irene Vallejo. Con la llegada a Latinoamérica de su novela El silbido del arquero (Penguin Random House), la escritora española nos recuerda que aquellos asuntos humanos que creemos exclusivos de nuestros tiempos han sido tratados por la literatura durante siglos.

Las migraciones, la vivencia de los refugiados, las guerras, los procesos de mestizaje, la opresión a las voces disidentes, la dominación de los estamentos de poder sobre los artistas, la necesidad que lleva a comprometer la libertad creativa… la lista podría ser enorme.

En El silbido del arquero, Vallejo revisita la Eneida de Virgilio. En ese encuentro con los mitos nos ofrece la posibilidad de recordar a los dioses de otros tiempos y culturas para reconocer en las obras clásicas la posibilidad de responder a las preguntas de hoy.

—Entrando en el corazón del libro, ¿por qué es tan importante revisitar y reimaginar la Eneida?

—Las leyendas y los mitos antiguos son marcos que nos permiten plantear las grandes preguntas contemporáneas. La cuestión esencial para mí nunca es la erudición del conocimiento del mundo clásico, sino cómo esas tramas, esos personajes legendarios nos permiten aproximarnos desde otro ángulo, y quizá con otras premisas, a las grandes cuestiones que nos angustian y nos preocupan en el presente. Quizá, de alguna manera, entender cómo hemos llegado a ser quienes somos, de dónde vienen nuestro lenguaje político, nuestras modulaciones amorosas, nuestras emociones y sentimientos, que también tienen una dimensión histórica, pero solo en la medida que explican el mundo de hoy.

—¿Sobre qué temas en particular le interesaba reflexionar?

—De este mito concreto me interesaban muchos aspectos que veo vivos y palpitantes en el mundo contemporáneo. De hecho, creo que la cuestión de la migración y de los refugiados es uno de los grandes asuntos no resueltos en el mundo de hoy, y esta es una historia sobre un refugiado. Eneas es un fugitivo que ha perdido la guerra.

En la mayoría de las leyendas e historias nos hablan de los vencedores de las guerras (en el caso del mundo antiguo, los vencedores de Troya), pero aquí estamos hablando de un derrotado. Es la epopeya del derrotado, y ese enfoque me interesaba especialmente, lo que sucede con ese personaje que aparentemente es un héroe fallido, que no solo ha perdido su guerra, sino que, además, se escapa de la ciudad en llamas.

Generalmente la huida no se considera un acto heroico. Eneas decide salvar a su hijo, a su padre y a sus compañeros de viaje, en lugar de inmolarse en su ciudad, y entonces se convierte en un personaje cuidador al que vemos aparecer llevando a su padre en los hombros y a su hijo de la mano. Todo eso nos pone en unas coordenadas distintas al relato habitual y creo que todavía muy necesarias en el presente: la figura del hombre cuidador, la figura del hombre derrotado y la cuestión del mestizaje.

—En El silbido del arquero usted escoge una parte específica de la Eneida que es muy interesante, y actualiza a Eneas, a Elisa, a los dioses. ¿Cómo emprendió esa tarea?

Libro El infinito en un junco de Irene Vallejo.

—El dios Eros es el personaje más divertido y con el que más disfruté. Unos monólogos en primera persona de un dios pagano eran un asunto interesante y curioso de construir, sobre todo porque es muy distinto a los dioses monoteístas. Me basé en un concepto que me pareció muy interesante en muchos textos de la Antigüedad, donde suele hablarse de la envidia de los dioses: ellos envidian a los seres humanos y esto se menciona sin explicarlo, sin profundizar en el concepto. Es evidente que para los antiguos era una cuestión que no necesitaba mucho desarrollo, pero a mí me llamaba la atención lo que sucede con esos dioses paganos que eran eternamente jóvenes, bellos, inmortales, poderosos.

Todos tenían su esfera de poder y de influencia sobre la humanidad, entonces, ¿qué es lo que hacía que esos seres perfectos estuvieran celosos y envidiosos de nosotros, de estas criaturas que continuamente estarán vedadas por la suerte, por el destino, que envejecemos, que padecemos enfermedad, envueltas en guerras, en conflictos, en esa constante inestabilidad y desasosiego? ¿Qué es lo que envidian los dioses de nosotros? Intenté ponerme en la piel etérea de un dios para mirar a la humanidad con envidia: ¿qué es lo envidiable de nuestras vidas?

—También es muy interesante la actualización de Elisa y Ana. ¿Cómo fue el ejercicio de traer al hoy a las mujeres de la literatura clásica?

—Claro, las mujeres en la mitología y en la literatura clásica casi nunca pueden hablar en primera persona. En este libro ellas tienen voz propia, que es probablemente lo que más se añora en esos grandes relatos del mundo clásico. En ellos hay personajes femeninos fascinantes como Antígona, pero no está contada con su propia voz. No es un personaje construido por una mujer y siempre de alguna manera están humillados, elaborados, transformados, o hay un portavoz masculino en medio.

Yo quise jugar con estas dos mujeres que están en dos edades difíciles e ingratas. Ana en ese tránsito adolescente hacia una edad adulta, en la que no quiere entrar porque sabe que la van a casar y ya en ese momento perderá su libertad. Y Elisa, abandonando la edad fértil, diríamos que al borde de la menopausia, con esa sensación de perder la juventud, la belleza, y el temor sobre todo a enamorarse y entregarse en un momento tan vulnerable de su cuerpo y de sus esperanzas.

Al mismo tiempo, quizás explorar de lo poco que sabemos sobre la vida íntima de las mujeres en aquella época, porque la mayoría de las vidas comunes y corrientes no han pasado a la historia y hay pocos documentos más allá de la arqueología. Hay dos territorios en que las mujeres antiguas podían ejercer el protagonismo: siendo reinas, como es Dido-Elisa, o siendo sacerdotisas, como es Ana. Son un poco dos campos excepcionales, porque no es la mujer promedio del mundo antiguo, pero al menos podemos conocer mejor cómo vivían, los problemas y conflictos a los que se enfrentaban, y qué herramientas tenían para imponerse en un mundo tan masculino.

—Después de la acogida que ha tenido su libro alrededor del mundo, ¿cómo ve el concepto de la lectura hoy? ¿Cómo ve la relación con el lector?

—Soy una persona muy pudorosa y cuando me dicen algo así necesito recuperarme un poco, porque todavía me ruborizo ante esto y, además, reconozco que no he superado la incredulidad. Con tantos años de escuchar que los libros, la lectura y el mundo clásico no le interesaban a nadie, realmente había llegado a creérmelo y ahora de repente me asombra encontrar esta respuesta y esta acogida. Tengo la impresión de que ha salido a la superficie una realidad que nos empeñábamos en sumergir y ocultar.

De alguna manera se quería presentar la imagen de las pantallas y las tecnologías triunfantes, y no había espacio para reconocer las dimensiones y la fuerza que tiene la lectura en su forma tradicional, que no está reñida con las pantallas en absoluto y convive con ellas, que parecía que ya hacía falta convertir eso en una especie de fósil de otro tiempo y no en una realidad tan vigorosa como se ha demostrado.

—Es parte de la reflexión que usted hace en El infinito sobre la lectura.

—Es que así transcurre durante mucho tiempo la historia de la lectura, con estas dos tensiones, y en este momento en el que realmente las pantallas inciden en esa soledad, en ese alejarnos del mundo para centrarnos en el aparato y en las conexiones virtuales, de alguna manera vuelve a emerger el aspecto más solidario y comunitario del libro tradicional, que nunca lo perdió del todo. Así como en algún momento para protegernos de la censura y de la vigilancia quisimos encerrarnos en el libro, ahora parece que el libro se abre otra vez y se convierte en el núcleo de los clubes de lectura, de los círculos, del encuentro.

Libro "El silbido del arquero" de Irene Vallejo.

Se sigue leyendo generalmente en soledad, pero se comunica en sociedad y entonces se habla sobre los libros, se crean focos de sociabilidad alrededor de la lectura, empieza a agudizarse esa capacidad que tienen los libros de poner en comunicación a las personas. Los libros se empiezan a regalar; se ha transformado la relación entre quien escribe y quien lee, teniendo en cuenta que el escritor siempre es lector también, por tanto forma parte de esa comunidad; no es alguien fuera de ese universo. Pero antes las relaciones, hasta hace poco tiempo, eran más verticales y de repente se horizontalizan.

Viajamos para encontrarnos con quien lee, tenemos esa sensación de comunidad y de comunión, incluso. Hay algo profundamente emotivo en esos encuentros con los que de alguna manera creo que estamos compensando la soledad de las pantallas y de este mundo que tiende a encerrarnos en una burbuja. Así como el móvil o el ordenador nos dan lo que queremos, refuerzan lo que pensamos, afianzan nuestras creencias, nuestros sesgos y prejuicios, y nos dan exactamente, adulándonos, lo que queremos saber, pensar y escuchar, los libros se convierten ahora sí en el contrapunto para ser otras personas, para estar en otros lugares, para imaginar lo que no somos. El libro de repente nos rescata de esa especie de solipsismo.

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