El geólogo Alexander Hirtz, impulsor del Museo de Ciencias Naturales y del Jardín Botánico de Quito, cuenta algunas de sus aventuras y propone un sueño para darle la vuelta a la Mitad del Mundo.
Su universo, intelectual y físico, es polifacético. En un momento puede hablar de una orquídea en uno de sus cinco viveros, referirse a un fósil hallado en una excavación o mostrar una hermosa colección de silbatos precolombinos —que es solo una parte de las miles de piezas que custodia—. Así es Alexander Hirtz (1951), geólogo de profesión, botánico y zoólogo por ósmosis, coleccionista por herencia y arqueólogo aficionado.
Este explorador aventurero ha colaborado en el descubrimiento de más de mil orquídeas y bromelias, de las cuales 78 llevan su nombre, como la espectacular Dracula hirtzii. Donó parte de su colección de minerales para iniciar el Museo de Ciencias Naturales (ahora cerrado) y fue uno de los fundadores del Jardín Botánico de Quito. Incansable, a sus 72 años aún tiene muchos sueños por cumplir.
—Ecuatoriano o alemán, ¿cómo se ve Alexander Hirtz?
—Hasta ahora, para mis compañeros de colegio soy el “gringuito” y no me creen que soy ecuatoriano. Soy alemán ensamblado en el Ecuador y ecuatorianista completo.
—¿Cómo vino su familia al Ecuador?
—Mi padre vino de mochilero, con su hermano Gottfried, en 1934. Le sorprendió una estampilla con una imagen del cacao que había emitido el Ecuador y vino a conocer. Con otros alemanes compraron tierra en Puyo y se instalaron. Siempre fue aventurero, hasta buscaron el tesoro de Atahualpa. En una época trabajaron para la aerolínea alemana que luego se convirtió en Lufthansa.
—¿Y qué pasó cuando estalló la Segunda Guerra Mundial?
—El Ecuador se alineó con Estados Unidos y debía entregar a todos los alemanes, austriacos y japoneses que vivían aquí. Mi padre, mi tío y otros alemanes se refugiaron primero en la hacienda del Té Zulay (en la vía Puyo-Shell), que era del embajador brasileño. Ahí no los iban a encontrar, pero luego se entregaron, en el año 1942.
—¿Se los llevaron a campos de concentración?
—Se los llevaron presos a Estados Unidos, les tocó un centro en San Antonio, Texas. Ahí pasaron algunos meses y fueron canjeados por prisioneros estadounidenses capturados por los alemanes en la guerra. Afortunadamente, debido a este intercambio, una vez que llegaron a Europa, no podían participar en los combates.
—¿Y a qué se dedicó?
—Se convirtió en camarógrafo de la UFA (Universum Film) y le tocaba filmar lo bien que le iba a Alemania, que ya no tenía ni hombres para pelear porque todos estaban muertos, filmaba fábricas. Fue a Dresde y ahí conoció a mi mamá, Sabine Naundorff, que era parte del elenco de la película musical Wir machen Musik (Tocamos música, 1942). De cuando en cuando todavía la pasan en la televisión alemana. Ella dirigía una escuela de zapateo y ballet, diseñaba vestuario para el circo Sarrasani y tenía su propio programa de televisión.
—¿Y vivieron el bombardeo de Dresde de febrero de 1945?
—Les tocó ese bombardeo, fue el primero en el que se usó fósforo, que provocaba un calor tan intenso que los cuerpos se reducían, la ciudad quedó destruida. Mi padre pudo refugiarse debajo del puente Azul. Mi madre vivía en las afueras, su abuelo era presidente vitalicio del Senado del Reino de Sajonia y su bisabuelo había cofundado la Cruz Roja. Una vez que se reencontraron tuvieron que huir del frente ruso a un centro de refugiados en Múnich, que realmente era un campo de prisioneros. A mi mamá le daban permiso para hacer funciones y mi papá la ayudaba, entonces ellos podían salir.


—¿Y de ahí cómo vinieron al Ecuador?
—Él logró escapar de Múnich y fue a Francia, porque había nacido en la Embajada de Alemania en París, pues mi abuelo era diplomático. Llegó al Ecuador como expatriado francés, no quería quedarse en Europa. Aquí ya había perdido todo, entonces trabajó hasta reunir plata para que viniera mi mamá. Ella llegó justo un día después del terremoto de Ambato (5 de agosto de 1949). Se establecieron aquí.
—¿Y dónde se instalaron?
—Mi papá se puso un almacén de arte folclórico en la avenida 10 de Agosto. Su profesión era peletero y se dedicaba a arreglar abrigos. Mi mamá abrió una academia de ballet y era profesora de danza en tres colegios al mismo tiempo, nací rodeado de música.
—¿Y luego vinieron sus abuelos maternos?
—Llegaron el año siguiente, él era doctor homeópata, por eso nací en la casa, en 1951. El abuelo introdujo el ultrasonido y curó a Corina del Parral, la esposa del presidente José María Velasco Ibarra, y le dieron la licencia para ejercer. La abuela era doctora en Botánica y Zoología, pudo estudiar porque se casó. Como mi mamá siempre estaba trabajando, me crio mi abuelita. Con ella viajaba desde niño por todo el Ecuador en busca de plantas, murciélagos, arañas, insectos, lo que sea, que ella enviaba por correo a diferentes museos fuera del país; a su vez venían profesores de otras partes del mundo y así aprendí. Teníamos varios animales, hasta un tigrillo que dormía conmigo, a veces parecía la casa de Los locos Adams (risas).
“Yo era bruto completo”

—Y usted entra al colegio Alemán cuando lo reabren luego de la guerra.
—Claro. Para mí fue muy difícil porque tenía cinco años cuando entré en primer grado y los otros niños tenían siete. Sufrí de cierto acoso escolar por parte de mis compañeros. Además, sin saber, estaba en la mitad de una competencia entre profesores alemanes y ecuatorianos para demostrar si yo era o no más inteligente que el resto. Cinco años, hijo único, yo era bruto completo. En la secundaria las cosas mejoraron muchísimo: somos muy unidos con la promoción 1968.
—¿En el colegio se hablaba de los nazis y de la guerra?
—No, para nada, nunca. Ni en el colegio ni en la casa, no era tema.
—¿Cómo se interesó por la geología?
—Desde niño me iba a comprar cosas donde los cachineros de la Marín y una vez un alemán me pidió que le consiguiera estampillas para mandárselas por correo y luego él me enviaba minerales, con etiqueta y todo. Me mandó hasta una muestra de un meteorito que había caído en Arizona. Con mi abuelita nunca encontraba minerales ni fósiles, era algo que no entendía. La geología debería ser una materia obligatoria en el colegio para saber por qué va a erupcionar el Cotopaxi. Y también me interesé por la química, me sorprende que nunca hubiera hecho explotar el almacén y la academia que mis papás tenían en La Mariscal.

—¿Y cómo aterrizó en Denver?
—Primero me di una vuelta por Estados Unidos visitando amigos y conocidos, iba en bus y era barato. De ahí me interesé en la Escuela de Minas de Colorado, me aceptaron y viví donde una señora que había venido con su esposo en un jeep anfibio desde Alaska y se había quedado donde mis papás, allá por los años 1950.
—¿Fue un gran cambio entre los Andes y las montañas Rocosas?
—No, el gran cambio fue el invierno, la nieve y las temperaturas de veinte grados bajo cero. Tuve la fortuna de haber pasado el prepolitécnico en el Ecuador antes de ir, eso me ayudó con los estudios y hasta me pude divertir un poco.
—La geología es superamplia, ¿usted nunca se especializó?
—No, no quería perder más años. Allá visitaba mucho el Museo de Denver, que tiene una sección grande de piezas precolombinas. Su curador era un sobrino del dictador paraguayo Alfredo Stroessner, Roberto. Los veranos los pasaba aquí y continuaba con lo de mi abuelita en la exportación de bromelias, con permisos fitosanitarios y todo. El Ecuador está repleto de bromelias, crecen hasta en las piedras, una familia de plantas que solo existe en América, y con eso financiaba la universidad. Luego abrí Ecuaflor, pero en 1976 pasaron la Ley Forestal y prohibieron todo. Ahora la modificaron, pero es casi lo mismo, no se puede coger nada de la naturaleza, peor multiplicar, todo tiene que ser hecho en laboratorio.
—¿Y entonces?
—Abrí una agencia de publicidad. Un año trabajé como fotógrafo para Diners. Y luego me asocié con Camilo Núñez, de Norlop, teníamos grandes clientes en el Ecuador y en Europa.
—¿No ejercía de geólogo?
—Nada de minería, las leyes aquí eran inaceptables, no había cómo.

—¿Cuándo se comienza a vincular con la geología?
—De ahí hubo una recesión en España, Portugal y aquí también, fue muy duro. A los medios de comunicación hay que pagarles la publicidad, pero los clientes no nos pagaban, tuvimos que cerrar la agencia. Con el cambio de la Ley de Minería (agosto de 1985) me contrataron para hacer un documental de promoción para atraer inversión estadounidense. En busca del Dorado se llamaba y se lo hizo a propósito de la visita del presidente León Febres-Cordero a Washington. Básicamente era sobre las minas de oro en Zaruma y Ponce Enríquez. Para entonces ya tenía unas empresas mineras y fíjese que la petrolera Oxy quería invertir en nuestros proyectos. Estábamos en Los Ángeles con el gerente de la Oxy y nos iba a entregar un cheque de un millón de dólares de inversión. Justo en ese momento entró su secretaria, le dijo algo al oído y nos quitó el cheque que casi estaba en nuestras manos.
—¿Y cuál era el secreto?
—Acababan de secuestrar a Febres-Cordero en la base de Taura (en enero de 1987). Se acabó el negocio. Tenía la empresa Cominecsa, con varios proyectos y había algunas compañías extranjeras interesadas.

Minerales, especies y el planeta
—Uno tiene la imagen hollywoodense de la fiebre del oro en California pero, ¿cómo se hace prospección minera?
—Es sabido que siempre alguien ya ha pasado antes por cualquier mina, pero nadie va a la biblioteca a buscar esa información. Cuando hacíamos la promoción sobre las minas ecuatorianas se envió a alguien a Sevilla (España) a revisar los archivos de la Colonia y se publicaron tres libros. Después hice lo mismo en Perú, Bolivia y Canadá. Por eso creo que el tesoro de Atahualpa no era un tesoro en sí, sino las minas de oro del inca. En la expedición a los Sacha Llanganates encontré muchas especies nuevas de orquídeas, siempre me divierte descubrir algo.
—¿Cómo ha influido la ciencia en esta búsqueda de yacimientos?
—Aquí hay solo oro y cobre. Usted puede cerrar los ojos, poner el dedo en un mapa del Ecuador y ahí va a encontrar oro. Mucho del oro precolombino que se encuentra en México y en Perú salió del Ecuador.
—Usted tiene varias empresas mineras, pero nunca se queda para la explotación.
—No me interesa para nada, yo descubro y ya.
—¿Qué piensa sobre la contaminación que genera la explotación minera?
—Siempre hay intereses. En el caso del litio, el único productor es Australia y ese mineral solo sube de precio. Bolivia nacionalizó sus minas de litio y no ha vendido ni una libra. Todo lo que hace la humanidad necesita de minería, desde la ropa hasta el celular, pasando por los paneles solares. Nadie dice nada sobre las canteras ilegales que abastecen de materiales de construcción, pero todos hablan del oro y del mercurio. Esas canteras son un peligro por la mala calidad del material con el que se construyen los edificios.
—¿No estaría de acuerdo con darle la espalda a la minería?
—No, la minería es imprescindible. Hay minería ilegal porque el catastro está cerrado desde 2016. Existe maquinaria gravimétrica que no necesita mercurio, con la que se recupera el doble del oro y no es cara. Un minero que va a lavar oro no va a talar árboles, es el mal menor. Cuando nací éramos tres millones de ecuatorianos, ahora somos dieciocho millones, ¿de qué vamos a vivir?
—¿Ya sabe por qué no encontraba ni minerales ni fósiles en los viajes con su abuelita?
—Porque aquí todo está cubierto de ceniza volcánica. Esa es la respuesta. La geología me ha ayudado a entender el mundo. Somos el país con mayor diversidad del planeta, pero insisto en que todo lo que vemos ya son fósiles vivientes.
—¿Por qué?
—Ya no hay insectos que son los polinizadores que ayudan a la reproducción de las plantas. Se ha roto la cadena de vida. Lo más grave no es el dióxido de carbono (CO2), sino los ácidos de los incendios forestales y de las fábricas o el gas del tubo de escape de los vehículos. Lo peor sucede en la línea ecuatorial, por eso insisto en mis conferencias en que hay que rescatar las especies en jardines botánicos, soy cofundador del Jardín Botánico de Quito.
—¿Cuántas orquídeas ha descubierto?
—Soy codescubridor de 1200 especies de un poco más de las 4300 especies de orquídeas. Hay que tratar de salvar a todas y tenerlas en distintas partes del mundo. La familia más grande de la flora son las orquídeas, están en todo el mundo, con como veinticinco mil especies, y representan el 10 % del total mundial; le siguen las margaritas.
—¿Diría que “descubrir” es como catalogar?
—Los ecosistemas de aquí son tan específicos que hay sitios de veinte o treinta hectáreas que solo existen ahí y en ninguna otra parte, pero hay que saber por experiencia, intuición o talento, como quiera llamarlo, en dónde están las orquídeas. Mañana me voy de viaje y le aseguro que encuentro una nueva, porque ya sé las conocidas.
—Usted debe tener una memoria fotográfica.
—Claro, en eso no tengo problemas, me acuerdo hasta de qué árbol cogí cuál planta hace treinta años, si es que todavía existe el árbol. Con las personas no, no me acuerdo de las caras aun cuando las haya visto el día anterior, y a veces dicen que soy arrogante.
—Si las bromelias y los cactus son americanos y el Ecuador tiene una gran diversidad, ¿por qué no la aprovechamos?
—Aquí, si la flor es nativa, es prohibido recolectarla, debe tener un plan de manejo y los trámites son complicados. Además, hay que pagar el 10 % de regalías, entonces cualquiera que exporte prefiere pagar 1 % a los holandeses por las rosas. Es más fácil importar heliconias de Costa Rica y exportarlas como flor cortada, pero lo que no saben es que originalmente eran del Ecuador. Así son los disparates.
—Si un joven le pide un consejo sobre qué estudiar, ¿le diría Geología o Botánica?
—Ahora los botánicos tienen trabajo debido a los estudios de impacto ambiental. Los geólogos siempre han tenido trabajo porque hasta las canteras ilegales necesitan uno. Nadie contrata arqueólogos.
—Usted tiene una gran colección de piezas precolombinas, ¿quisiera hacer un museo?
—Soy custodio de una gran colección y el proyecto era crear en la Mitad del Mundo un gran centro para que los turistas lo visiten. Muchos van a la Mitad del Mundo y se toman una selfi en la línea ecuatorial y, si pusieran la geolocalización, se enterarían de que la línea está a 150 metros. Mi idea es hacer una construcción nueva con la forma de la cruz andina, la chakana, de tres pisos. Sin embargo, nunca se ha podido concretar.
—¿Cree que con el cambio de autoridades seccionales lo pueda lograr?
—No creo. Mi idea es hacer una corporación privada tipo Instituto Smithsoniano, en cuyo origen está James Smithson, que descubrió grandes minas de zinc. En el país hay muchas familias que tienen colecciones y cuyos herederos no están muy interesados o no tienen el dinero para pagar los impuestos. Entonces la propuesta es hacer un centro lúdico, no un museo porque la gente no va a los museos, donde estén varias colecciones y apuntar a unas trescientas mil personas, principalmente extranjeros, que puedan visitar el lugar cada año. Mi colección sería como el pilar inicial. Ya se han hecho los estudios y también se podrían financiar excavaciones arqueológicas en la hoya de Quito.
—¿Necesita el terreno y la inversión inicial?
—Sí, el flujo de turistas existe, entonces hay potencial, incluso podría aumentar. Se pueden añadir colecciones, como de arte colonial, por ejemplo, y ya he hablado con algunas familias. El centro tendría bibliotecas y reservas donde la gente pueda ir a estudiar e investigar. El Instituto Smithsoniano tiene más de cien millones de ítems inventariados. Las autoridades me han dicho “mañana te doy un edificio en Quito, escoge cuál quieres”. Pero en Quito no va nadie, esto funcionaría en la Mitad del Mundo. Yo quisiera que sea exactamente sobre la línea. Tampoco me interesa el edificio de la Unasur, no está hecho para ese propósito.
—Usted tiene más de setenta años, pero parece incansable, ¿qué aventuras le faltan por vivir?
—¡Ufff!

—Dígame tres.
—Hacer una réplica del acueducto de Nasca para proveer de agua; generar energía gratuita de los océanos, de las mareas; pero lo más importante es volver al policultivo agrícola, acuacultura con policultivo como en las culturas precolombinas. Después de esos tres proyectos, ya podré descansar.
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