En Galápagos hay más de un problema.

Por Iván Ulchur-Rota.

Fotografías: Shutterstock.

Edición 461 – octubre 2020.

Últimamente oímos hablar mucho de Galápagos y de barcos extranjeros que atentan contra la soberanía y el patrimonio natural de nuestro país. Sin embargo, no son solo los de afuera los que abusan del ecosistema; en tiempos de pandemia, sin turismo, el mar es el único recurso a la vista.

A finales de julio pasado, el presidente del Consejo de Gobierno de Galápagos (el máximo organismo administrativo del archipiélago), Norman Wray, anunció que un tiburón ballena con chip rastreador había dejado de transmitir su señal. Los científicos que lo estudiaban bautizaron al animal como Esperanza, y la noticia sonaba a un poema desafortunado: “Galápagos sin Esperanza”, tituló entonces un editorialista de diario La Hora. La ballena estaba cerca de donde pesca una flota de buques chinos y sus últimas transmisiones mostraban que se movía a ocho nudos (1,8 km por hora), cuando esa especie suele hacerlo a tres: Esperanza podía estar capturada.

Aunque el tiburón ballena había dejado de transmitir a finales de mayo de 2020, el anuncio de Wray coincidía con más noticias sobre la actividad de una flota pesquera china en los límites de la zona económica exclusiva de las islas —técnicamente, aguas internacionales—. No había sido noticia antes porque no se podía comprobar su captura, pero en julio se juntó todo. En plena pandemia revivieron así viejos debates sobre vacíos legales y amenazas a nivel internacional que enfrenta la Reserva Marina. También se reanimaron protestas de activistas y científicos de todo el mundo. Esperanza fue un detonante y las embarcaciones chinas un blanco fácil. Pero mientras la atención se vuelca sobre el nuevo imperio, en el archipiélago de Darwin muchos pescadores locales buscan aprovecharse de la crisis y la época electoral para legalizar uno de los mecanismos más destructivos de pesca.

El palangre, prohibido en las islas Galápagos desde 2008, es un sistema de pesca conformado por una línea flotante de la que salen otras líneas con anzuelos que, al ser circulares, son muy difíciles de expulsar para los animales que los muerden. Este método es más eficiente, rentable y exige menos esfuerzo para los pescadores. Eleva los índices de pesca incidental y puede enganchar especies protegidas, en peligro de extinción y animales que ni siquiera consumen las carnadas, como aves, tortugas, lobos marinos y tiburones. (En las islas Galápagos hay más de treinta especies de tiburones. El tiburón ballena [como Esperanza] se encuentra en peligro de extinción y el tiburón martillo es el siguiente en la fila). El palangre se usa generalmente en la pesca industrial, pero en las islas Galápagos ya se ha negado su aplicación en múltiples ocasiones: a pesar de varios intentos de las organizaciones de pescadores, es un método ilegal.

Ahora bien, la crisis del turismo podría cambiar las cosas. Si antes la labor de los ambientalistas ya era cuesta arriba, en estos días —con menos recursos, incertidumbre económica y presión internacional—, el panorama es una mancha de neblina gris y espesa. La Junta Ciudadana Provincial de Galápagos ha vuelto a pedir que este arte (así se llama al conjunto de métodos y técnicas de pesca) sea permitido para todo el sector pesquero en la provincia.

Los barcos de pesca chinos llegan todos
los años a los mares alrededor de las Galápagos, pero la flota de este año es una de las más
grandes vistas en los últimos años. De las 248
embarcaciones, 243 tienen pabellón de China,
incluidas empresas con presuntos registros de
pesca ilegal, no declarada y no reglamentada.

Para el biólogo y guía naturalista Xavier Romero, aunque la flota china es un problema serio —que debe ser tratado en instancias internacionales—, muchos pescadores están aprovechando la coyuntura. Romero trabajó con el Instituto Nacional de Pesca y resume la actitud de los pescadores en dos frases: “Si no lo hacemos nosotros, lo harán los chinos. Mejor hagámoslo nosotros”. Sin turismo, el supuesto “santuario natural” de las islas es un botín.

Romero asegura que en Galápagos existe una cultura que ya ha normalizado la pesca ilegal y que no reconoce el efecto del palangre en su delicado ecosistema. Hay muchas presiones de por medio porque este tipo de pesca representa para los pescadores un mayor rédito económico y un menor esfuerzo laboral. En estudios realizados en 2018 por el Parque Nacional sobre los efectos del palangre, por ejemplo, según Romero, estuvieron involucrados miembros de cooperativas de pescadores. Dicho esto, las bitácoras de la primera etapa de esos estudios —donde se registra quiénes estuvieron a bordo de cada salida y quiénes hicieron las mediciones de la pesca incidental— todavía no han sido publicadas por el Parque Nacional. Para Romero aquí hay gato encerrado: “Se tiran la pelota los del Consejo de Gobierno y los del parque porque ahora todos están pensando en las elecciones y en la situación económica de las personas”. Ocho de cada diez habitantes en las islas Galápagos viven de forma directa o indirecta del turismo. Después de cinco meses sin ingreso de turistas, muchos pobladores han recurrido al trueque y, en algunos casos, como en cualquier ciudad del Ecuador continental, a mendigar. Ante la desesperación, la legalización del palangre podría fácilmente ganar adeptos.

El palangre tiene también un nombre que da menos miedo: empate oceánico modificado. Según la conservacionista Valeria Tamayo, esa ha sido una de las maneras en las que intentan rehabilitarlo: con un lenguaje de eufemismos que esconde sus efectos pero realza sus elementos técnicos y los saca de contexto. Romero advierte algo parecido: se hacen estudios que pueden sonar bien en papel pero eso queda ahí. “Ahí hacen el cambalache”, me dice, refiriéndose a las trampas que permiten las interpretaciones de aquellos estudios.

Los estudios están, entonces, a disposición de lobbies políticos. La Junta Ciudadana de Santa Cruz —que hizo el pedido de legalización— ha dicho a través de sus voceros que lo que buscan es estudiar la viabilidad del arte en las islas. Así lograron que se realice un segundo estudio, aunque para Romero y Tamayo, eso no significa nada. “A uno le duele lo que pasa en las islas. Es doloroso ver un lobo marino enganchado en esas cosas”, me dice Romero. Él no niega “el tema de los chinos” y la gravedad y capacidad de captura de sus flotas, pero piensa que eso debe tratarse a nivel regional. Su causa —que no ha logrado suficiente atención— es también una advertencia sobre el tipo de manejo interno en las Galápagos y las presiones económicas y políticas —como las de la Junta Provincial y las cooperativas de pescadores— que permean instituciones que, en teoría, existen para salvaguardar el ecosistema del archipiélago. “Están haciendo lo que les da la gana”, me dijo sobre los políticos en Galápagos. “El parque (las autoridades) se hace el tonto porque, mal o bien, en el parque la gente ve al Gobierno y tienen que ser políticos”.

Y no son solo las instituciones. “Todos hemos visto palangres, lo hacen de frente y nadie les para el carro”, me dice. Muchos tampoco lo reconocen, así que —como me demostró con algunas fotos— los pescadores lo han desenredado en puerto, a vista y paciencia de los pobladores, a pesar de ser ilegal. Con la crisis, los reparos ambientales son aún menores, la prioridad es pescar y conseguir dinero.

La pesca ilegal sin palangre no es extraña en Galápagos, pero ese es un frente menos claro para Romero y muchos otros activistas. “No hay datos oficiales”, me dice. “Los guías la reconocemos por la cantidad de animales que hemos visto con anzuelos y que se escaparon”. Aunque es también un problema grave, sus efectos ambientales son incomparables con los que según él generaría la legalización del palangre. La pesca artesanal ilegal, después de todo, no ha llegado a niveles industriales. Todavía.

***  

En 2017 el barco Fu Yuan Yu Leng 999 fue interceptado por la Armada ecuatoriana dentro de la Reserva Marina de Galápagos con trescientas toneladas de tiburones en sus bodegas. El hecho reveló la capacidad de captura de los buques de pesca china y alertó también sobre su posible irrespeto a los límites de la Reserva Marina. También animó la conversación sobre la necesidad de leyes que normen este tipo de actividad en aguas internacionales, al menos en la cercanía a áreas protegidas —y delicadas— como las del archipiélago. Fue una primera advertencia. La flota china es, sin duda, un riesgo directo porque, además, muchos de estos barcos buscan rutas migratorias de especies protegidas. En alta mar y fuera de la reserva, pueden utilizar el arte que prefieran.

El barco frigorífico chino Fu Yuan Yu Leng
999 fue interceptado en la reserva marina de
Galápagos en 2017. Dentro de sus contenedores había 6000 tiburones congelados , incluidos
el tiburón martillo y el tiburón ballena en peligro
de extinción.

Para Tamayo la capacidad depredadora de la flota china es enorme y revela problemas de soberanía que deben ser tratados como tales. Ahora, por ejemplo, está por aprobarse el Tratado Global de los Océanos, que permitiría crear un marco jurídico para la conservación y uso sostenible de la biodiversidad marina en alta mar, pero que de todas maneras ha sido criticado por excluir regulaciones pesqueras. Y aunque este tipo de normativas son urgentes, nuestro país sigue sujeto a los caprichos de los más grandes. El Ecuador tiene menos control sobre esos procesos, pero más control sobre lo que sucede dentro de la reserva y el tipo de arte que utilizan sus pescadores. Las advertencias sobre el palangre recaen en nuestras manos, no en las chinas.

Durante una de mis primeras inmersiones de buceo —hace ya casi seis años— el guía decidió llevarnos a una zona restringida. Según él, la razón para la restricción no era el impacto ambiental del buceo en sí, sino lo que se escondía en ciertas zonas: menos vigiladas, menos concurridas. Nunca lo olvidaré: miles de tiburones sin aletas amontonados unos sobre otros (recordemos que la aleta de tiburón es una exquisitez culinaria bastante cotizada en algunos países asiáticos). Los vimos un rato, respiramos con dificultad y salimos a la superficie. En ese momento recibí el impacto del golpe emocional, pero años después entendí lo que había visto. Nuestro guía sabía lo que sucedía en las islas desde hace mucho tiempo y nos lo mostraba clandestinamente, traviesamente aunque con cuidado, como la parte más extrema y exclusiva del tour.

*** 

El inicio de la pandemia generó imágenes esperanzadoras para el medioambiente. Una de las más icónicas fue la de delfines y cisnes de cuello largo en los —temporalmente cristalinos— canales de Venecia. Pero la imagen resultó falsa: los delfines estaban en la isla Burano, a siete kilómetros de Venecia; y los cisnes en Cerdeña, un pueblo vecino. Lo mismo pasa con el potencial ecológico de la cuarentena a nivel mundial, porque el efecto esperado, una suerte de purificación oceánica o enfriamiento global, podría ser precisamente el contrario: sin turismo, la desesperación podría lograr que en Galápagos se permita y promueva la destrucción del patrimonio.

Las noticias sobre la flota china recibieron la atención temporal del ciclo de noticias. Hubo debates en la televisión, artículos de opinión y muchos comentarios en redes sociales. La presencia de la flota asiática al límite de la Reserva Marina parecía el comienzo de una batalla épica. En las islas Galápagos, sin embargo, la amenaza en contra de las especies protegidas también aguarda desde adentro, ahora exacerbada por la crisis económica. Los buques chinos podrían fácilmente convertirse en el chivo expiatorio que muchos pescadores y organizaciones locales necesitan para volver a utilizar el palangre o, como dicta el tecnicismo: el empate oceánico modificado.

Las aletas de tiburón se exportan principalmente a Hong Kong, para hacer una sopa que
se sirve en banquetes y en restaurantes como
una demostración de prestigio. Es un producto
muy lujoso que tiene un alto precio. Un plato de
sopa de aleta de tiburón puede costar entre 100
y 200 dólares.

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