En este error no hay literatura: Nacho Vegas para adolescentes

Basta escuchar una canción de Nacho Vegas, cualquiera que esta sea, para saber que el trovador de nuestro siglo no sueña con poemas imposibles para evadir la realidad sino que la enfrenta. Y, claro, lo que encuentra no siempre es agradable. ///

Nacho_Vegas_fumando

Por Elías Urdánigo ///

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Si un hombre duro necesita una dosis de fragilidad, puede escuchar una canción de Nacho Vegas. Si ese hombre quiere decirle algo a la mujer a la que debió decirle mucho pero nunca lo hizo, algo como “si los pies te están doliendo/ es porque estuviste toda la noche/ caminando por mis sueños”, puede escuchar una canción de Nacho Vegas. Si ese hombre es el tipo de hombre que nunca ajustó cuentas con su padre, que, como Hamlet, anda por la vida peleando a gritos con el fantasma de ese otro hombre que lo trajo al mundo, puede escuchar una canción de Nacho Vegas.

En El ángel Simón, tema incluido en su álbum debut, Actos inexplicables, editado en 2001, Vegas revela los traumas que heredó tras la muerte de su padre; llamado, no coincidencialmente, Simón González. Y con ese roto susurro con el que suele cantarle al amor que se intenta pero no se logra, que se tiene pero irremediablemente se pierde, hace una elegía de la relación paterno-filial: “ahora no sé por qué viene a mi mente el colchón que tuvimos que bajar Javi y yo a la basura/ sin poder dejar de mirar esa mancha oscura que allí nos dejaste como herencia y recuerdo/ antes de partir en tu último viaje/ probablemente al infierno… Y desde cualquier lugar dondequiera que ahora te estés pudriendo/ solo quiero que sepas que ya no te tengo miedo/ que ahora estoy cansado y solo tengo miedo de mi propia vida”.

Versos como estos han convertido a Nacho Vegas en el rey melancólico del folk en español, un rey que, como Hamlet, no está del todo cómodo bajo su corona.

Ignacio González Vegas nació en Gijón, Principado Asturias, el 9 de diciembre de 1974. Para no tener la obligación de responder a un apellido con el que evidentemente no comulgaba, el joven Nacho decidió adoptar para siempre el escudo materno: “Hay gente que se lo cambia y no pasa nada. Vegas me gusta más porque es un apellido más asturiano, creo que solo hay dos o tres familias que tienen ese apellido allí. Y bueno, a fin de cuentas mi madre ha estado conmigo más años que mi padre”, dijo en una entrevista para la revista Rolling Stone.

A principios de los noventa, cuando tenía apenas diecinueve años y seguía viviendo en Gijón, Vegas fue parte de un movimiento de música alternativa conocido como Xixón Sound, para muchos el momento en que la identidad sonora de la ciudad cambió definitivamente y se transformó en eso que ahora se conoce como indie. Vegas fue el guitarrista de dos de las bandas emblema de aquella época y de aquella contracorriente: Eliminator Jr. y Manta Ray, que, influenciadas por el rock underground de Estados Unidos, tradicionalmente popular en Inglaterra y otros países de Europa, hacían canciones en inglés.

En 1995, después de abandonar primero a Eliminator Jr. y luego a Manta Ray tras la grabación del primer disco del grupo, Nacho se alió con el escritor y cineasta asturiano Ramón Lluís Bande para realizar un proyecto llamado Diariu. Vegas, ahora como guitarrista y cantante, compuso la música y prestó su voz a varios textos de Bande que, haciendo honores al título del disco, suenan como las entradas de un diario íntimo, canciones fragmentadas basadas en una vida fragmentada, algunas recitadas y de sonido poco convencional (arregladas, por ejemplo, con breves distorsiones e intervenidas por aparatos electrónicos que simulan un coro de electrodomésticos). Diariu Dos, de 1999, supuso la continuación de la alianza de Vegas y Bande. En este disco, que contiene ocho temas, suena por primera vez el folk eléctrico con el que Vegas descubriría finalmente su propia voz.

Concluida su colaboración con Bande, Vegas empezó a escribir sus propias canciones y a presentarse en un pequeño bar de Gijón ubicado en una zona de garitos más bien salseros, sitios a los que no acudía demasiada gente con ganas de escuchar a un tipo farfullando música lenta con tendencia a la melancolía. Mientras tanto, Manta Ray había sacado ya su segundo álbum, Diminuto cielo, y sus temas se estaban volviendo conocidos en el circuito local. Según Vegas, los miembros de la que fuera su banda pasaron una noche por el bar en el que trabajaba a florear sus billetes y a mostrarle lo bien que les iba, buscando comprar su arrepentimiento. Se portaron, quizás, pretenciosos, burlones, y lo hicieron en el momento justo: la carrera de Nacho Vegas despuntaría con fuerza solo un poco más tarde. Hoy por hoy, la verdad sea dicha, Nacho Vegas es bastante más conocido que Manta Ray.

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A Nacho Vegas se le han endilgado todos los clichés del roquero estándar, un mito trasnochado y, a la vez, siempre de moda: el músico sin límites, sin frenos, sin consecuencias.

La leyenda empezó con las interpretaciones —a veces aleatorias, a veces escritas para justificar la existencia de un jugoso personaje— de las letras de sus canciones, tanto de la prensa como de sus fanáticos, pero también con esa forma gilipollas que tenía de comportarse en público al principio de su vida como solista. Después del éxito local de su primer disco, no hubo forma de demostrar que los delitos cometidos por los protagonistas de sus canciones no eran sus propios delitos. La prensa española escribió que era un tipo raro, bisexual, heroinómano (costumbre que Vegas aceptaría luego públicamente), alcohólico y, en general, siempre pasado de todo. En poco tiempo, su corta biografía se convirtió en una lista de orgías recargadas de heroína e invitados, por así decirlo, atípicos: se llegó a decir que Vegas tenía un fetiche con la gente pequeña. Pero el mito se derrumbó casi con la misma velocidad con que se levantó. Vegas dejó de actuar para la prensa y se ocupó en componer canciones aún mejores que aquellas que lo habían hecho noticia. Y, claro, se recuperó de la adicción al “caballo”, que es como se conoce en España a la heroína.

Cuando habló con la Rolling Stone, Vegas recordó así su noviazgo con la heroína: “La primera vez que me enganché al caballo hice un tratamiento muy sencillito por la Seguridad Social con un opio sintético y trankimazín. Estuve unos meses así, y no pasaba el mono (síndrome de abstinencia), pero recaí. Después lo intenté con pastillas de naltrexona, pero también recaí, y con lo peor. La heroína no es lo peor, lo peor es la coca cuando te la metes no por la nariz sino por la vena o (fumando) base. Eso engancha mogollón… No sé cómo no pillé nada, vamos, me hice análisis para ver, porque te metes por la vena cosas que cualquiera ha estado masuñando por ahí. Y eso es lo que al final te jode más. Te enganchas a ello y necesitas caballo para bajarlo, porque, si no, te quedas con una ansiedad que se te sale el cuerpo por la boca. Cuando ya me metí en eso vi que me estaba jodiendo la vida totalmente, fui al médico y me dijo que tenía que empezar con la metadona. Yo no quería meterme metadona, pero la verdad es que me sirvió bastante para mantener una vida normal. El caballo es como un trabajo de 24 horas, estás todo el día o de medio mono o pillando, no puedes pensar en otra cosa. No te deja tiempo para nada…”

Su época de gilipollas la recuerda con ironía en un reportaje para la revista RockDelux de Barcelona: “Afortunadamente, el personaje de las entrevistas y los conciertos murió al poco tiempo. Ahora no hablo en los conciertos, pero en la gira de Cajas de música difíciles de parar (disco doble de 2003, el segundo en su trayectoria de solista) soltaba unas parrafadas en el filo del performance. Me inventaba historias con más o quizá menos gracia sobre el viaje hasta allí en furgoneta. Siempre con mucho sexo y mucha droga. Ahora me avergonzaría hacer estos numeritos; entonces iba tan colocado que me desinhibía totalmente”. En el mismo reportaje se hace mención a un episodio en el que un periodista fue a su casa para entrevistarlo y lo encontró en compañía de un amigo, ambos arrastrados entre las patas del caballo. “Vegas tenía la manía de tocarse la cara todo el rato. Cuando acabé la entrevista tenía la nariz y la cara negra de los restos de plata y caballo quemado, como si fuera un minero tóxico, rememora ahora el periodista”. Cuando murió el payaso mediático, hijo bastardo de las noches de humo químico y los delirios de la abstinencia, nació el Nacho Vegas del presente: tímido, contenido, siempre oculto detrás de sus gafas oscuras.

Aunque nadie que lo escuche cantar por primera vez cosas como “Pero qué mal (Nacho, has vuelto a hacerlo mal)/, muy mal (lo hiciste mal)/ Era un juego y ahora es real/ Nos quedará (Nacho, has vuelto a hacerlo mal), menos mal (lo hiciste mal), dry martini y sexo anal”, apostaría por su timidez, les aviso de antemano que con él la culpa, la oscuridad, el amor y la arrogancia conviven alterándose continuamente. Vegas se libera por completo a través de sus personajes y con ellos llega hasta el fondo de la experiencia humana: “Fracasé una vez/ fracasé diez mil y aún así alzo mi copa hacia el cielo”. Viaja al inframundo como Orfeo, y aunque Nacho no rescata a Eurídice, regresa con un puñado de canciones que te curten la piel.

Nacho lee, Nacho escribe

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En el año 2004, Nacho Vegas publicó el libro Política de hechos consumados (relatos, monólogos y poemas). Además, tiene textos diseminados en varias antologías, como El abrigo de Isabel, relato incluido en el libro Canciones contadas, donde firma una serie de músicos y periodistas españoles que escribieron cuentos basados en sus canciones favoritas. El cuento de Nacho está basado en el tema Marie de Townes Van Zandt, músico texano de country y folk con el que Vegas tiene una evidente deuda espiritual. Su tema, Que te vaya bien, miss Carrusel, es una adaptación libre y un homenaje doblado al español de Fare Thee Well, Miss Carousel de Van Zandt. Ambas canciones tienen la misma melodía y comparten un coro bastante similar, pero las historias que narran son distintas. En la versión de Van Zandt, el personaje Miss Carrusel es una chica que vive escondida tras haber cometido un asesinato. En la versión de Nacho Vegas, Miss Carrusel es una mujer que va y viene, que cae y recae, esclavizada a los demonios de la drogadicción.

También, aunque solo unos pocos lo sepan y sean menos aún quienes lo hayan leído, Vegas escribió el prólogo a una biografía del desaparecido cantautor inglés Nick Drake, quizás una de sus influencias más notorias. Drake, aislado del mundo y sumido en una tristeza incontenible que solo lograba acompañar con su guitarra, murió a los veintiséis años por una sobredosis de antidepresivos.

Años después, Vegas escribió otro prólogo. Fue para la edición en español del libro Guía, del polémico escritor norteamericano Dennis Cooper, uno de sus referentes literarios: Cooper escribe sobre la homosexualidad de una forma descarnada y con un estilo deliberadamente casero, con sobredosis de honestidad. El prólogo a la novela de Cooper empieza así: “Hace unos cuantos años tuve la original idea —en fin, al menos yo la consideraba original— de confeccionar manualmente una camiseta de Dennis Cooper. Tomé el logotipo de un corazón partido por la mitad que encontré impreso en su novela gráfica Horror Hospital Unplugged y alrededor de él escribí el nombre a mano, en burdas letras negras sobre un fondo blanco, como si se tratara del de un cantante de rock. Con mi flamante camiseta nueva me paseé aquel año por el Festival Internacional de Benicàssim, orgulloso de ella hasta que llegó a mis oídos que había alguien más en el festival que llevaba una camiseta de Dennis Cooper. Imposible, pensé. Debe tratarse de un error. Por aquel entonces aún no existía Acuarela Libros y en España solo estaban editadas las dos primeras novelas de Cooper en Anagrama. El otro tío de la camiseta era Jesús Llorente, uno de los responsables de la publicación en nuestro país de esta novela, la cuarta del escritor californiano, y la persona que me ha pedido que escribiera este prólogo”.

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El 24 de febrero de 2011 Nacho Vegas se presentó en el foro de Casa América, en Madrid, junto a varios artistas de otras disciplinas para compartir su punto de vista sobre el cine, la música y el teatro como géneros literarios. El título de su ponencia era Hay algunos cantantes que leen. Allí, entre balbuceos que mostraban su incomodidad, intentó echar algo de luz sobre lo que para él significan la música y la literatura, y la relación que existe entre ambas: “Para mí hacer canciones es lo mismo que debe ser escribir para un escritor. Es mirar no a las cosas a la cara solamente, que es algo que ya cuesta hacer en la vida normal, sino atravesar un poco, mirar un poco más allá”, dijo, moviéndose nervioso por el escenario. Entre otras cosas, habló sobre la posibilidad de encontrar la literatura no solo en los libros, sino también en la fila de un banco, en la barra de un bar, en la calle. Ese material sirve lo mismo para escribir novelas que para escribir canciones, propuso Vegas con la vacilación del que se siente fuera de su hábitat, con ese delgado hilo de voz con el que narra parte de sus canciones. Recordó a la audiencia que la literatura empezó de forma oral, y que un escritor usa más palabras que un músico y quizá las usa mejor, pero que a un músico le bastan unas sílabas para componer un estribillo y emocionar.

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Vegas ha editado seis álbumes hasta la fecha: Actos inexplicables (2001), Cajas de música difíciles de parar (2003), Desaparezca aquí (2005), El manifiesto desastre (2008), La zona sucia (2011) y Resituación (2014). Además de dos trabajos en colaboración con Enrique Bunbury y Christina Rosenvinge, El tiempo de las cerezas y Verano fatal, respectivamente.

Si Vegas no fuera escritor de canciones, escribiría relatos. Conjeturo, pero no lo hago al azar. Aunque le faltó aprobar varias asignaturas para terminar la carrera, estudió Filología Hispánica en la Universidad de Oviedo, y se nota. Sus letras tienen el andamiaje narrativo propio de los obreros de la palabra, de los carpinteros que prefieren contar escenas puntuales y no soltar frases sueltas que coincidan mágicamente en la rima. Cito, por ejemplo, el inicio de La canción de Isabel:Me dicen: ya te volveremos a llamar/ pero no lo harán; lo sé muy bien/ Estoy en la calle y solo puedo pensar/ en la manera de decírselo a Isabel/ Tras la puerta escucho cómo toca en su violín/ algo triste y yo no sé qué vamos a hacer/ No es un buen momento, porque en Navidad nacerá nuestro primer bebé/ Conozco mi suerte demasiado bien/ pero al oír su voz me siento algo mejor/ Ella dice que las cosas cambiarán/ Yo la abrazo y permanezco así, y así se esconde el sol”.

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