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Émile Zola

Émile Zola
Émile Zola diseccionó con palabras a la sociedad de su tiempo.

Hace 120 años murió en circunstancias dudosas el padre del naturalismo literario.

“Me preocupa poco la belleza o la perfección… Todo lo que me importa es la vida, la lucha, la intensidad”, dijo Émile Zola, el precursor del naturalismo literario, cuya narrativa diseccionó el comportamiento humano y a la sociedad francesa de finales del siglo XIX.

Zola nació el 2 de abril de 1840 en París. De su infancia en el sur de Francia se originó la amistad que mantuvo con el pintor Paul Cézanne.

De joven se trasladó a París, donde desplegó una intensa actividad periodística que le aseguró una posición en la vida artística y literaria. Pasó de la crítica dramática a la sátira política, de las notas humorísticas a las crónicas, así como defendió a los pintores impresionistas y comenzó su gran admiración por Édouard Manet.

Con la novela Thérèse Raquin (1867) marcó su estilo naturalista y, aunque fue un éxito literario, recibió críticas por su dureza e inmoralidad. “He elegido personajes dominados soberanamente por sus nervios y su sangre, desprovistos de libre albedrío, arrastrados a cada acto de su vida por las fatalidades de la carne”, explicó su autor.

La consolidación del escritor llegó con la magistral serie de veinte títulos Los Rougon-Macquard, historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio, basada en una acuciosa investigación que mostró un crudo retrato social, económico y moral de una Francia en plena mutación.

El primer volumen, La fortuna de los Rougon, se publicó en 1871, y el último, El doctor Pascal, en 1893. Otros títulos notables de la saga son El vientre de París, La taberna, Nana, Germinal y La bestia humana.

Las novelas de Zola fueron, al mismo tiempo, motivo de escándalo y admiración: “Unos se horrorizaban ante su cruda y desnuda descripción de la realidad, y otros admiraban profundamente la capacidad del autor para reflejar la sociedad y la naturaleza humana”, señala MCNBiografias.com.

Un hecho que sitúa a Zola en el Panteón de París, junto a otros ilustres de Francia como Víctor Hugo y Alejandro Dumas, fue su compromiso con la justicia al defender al capitán de origen judío Alfred Dreyfus, acusado injustamente de alta traición.

Con el famoso alegato “Yo acuso” (1898), el escritor dejó en claro que “nada detendrá a la verdad” al denunciar el antisemitismo y poner en entredicho al Estado, a la justicia y al poder militar.

En 1906 la verdad se impuso al ser reconocida la inocencia de Dreyfus, pero su defensor no fue testigo de ese hecho, pues había muerto cuatro años antes.

El padre del naturalismo falleció a los 62 años por asfixia (inhalación de monóxido de carbono), en circunstancias dudosas, la madrugada del 29 de septiembre de 1902, en su casa de París. Se atribuyó a un accidente, pero no se descarta un acto criminal (probable obstrucción intencional de la chimenea del dormitorio) por la posición de Zola frente al caso Dreyfus.

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