La élite ecuatoriana simpatizaba con Mussolini

Benito Mussolini.
Benito Mussolini, rodeado de partidarios, entra en Roma en octubre de 1922. Días antes, Mussolini había dirigido el ala paramilitar de su movimiento (conocida como los Camisas Negras) para derrocar al Gobierno.

La élite ecuatoriana de inicios del siglo pasado simpatizó con Mussolini, partidario del nazismo.

Parte de las élites ecuatorianas de los años veinte y treinta del siglo pasado simpatizaron con el fascismo italiano, que fue aliado del nazismo alemán durante la Segunda Guerra Mundial, el conflicto armado más sangriento en la historia de la humanidad, que produjo unos cincuenta millones de muertos. La penetración del autoritarismo que lideró Benito Mussolini consolidó una relación entre el país y el entonces reino europeo que llevaba décadas.

Los acercamientos tuvieron su momento cumbre entre 1935 y 1936, luego de que las tropas fascistas invadieron Etiopía y sometieron al débil ejército africano, con un costo humano de cuatrocientas mil víctimas locales. El Gobierno de Quito no se sumó a las sanciones que impuso sobre Italia la Liga de las Naciones, la antecesora de la vigente Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Los primeros acercamientos

Las relaciones entre la entonces joven república ecuatoriana y el Reino de Italia unificado empezaron a tomar forma en la segunda mitad del siglo pasado con el consulado del Reino de Cerdeña, instalado en Guayaquil en 1852.

En 1878 se firmó en Lima el Tratado de Amistad, Comercio y Navegación ítalo-ecuatoriano. Diez años después, el cónsul en Guatemala publicó “Los intereses italianos en Ecuador”, luego de una visita a Guayaquil, en lo que pudiera haber sido el primer documento oficial que revelaba los acercamientos. Esto tomando en cuenta que Italia había puesto los ojos en la región debido a la masiva migración de millones de personas hacia Argentina, Brasil y Uruguay.

El Ecuador, hacia la década de los ochenta, registraba una población de 317 italianos, radicados en la provincia del Guayas, según un censo realizado en 1881. Además, se estableció la Sociedad de Beneficencia con los Italianos Garibaldi, que fue el preámbulo para la instalación del consulado en 1896. Para los gobernantes italianos de talante liberal, el Ecuador era atractivo por su producción de cacao y los descubrimientos de yacimientos de petróleo.

La creación de la Compañía Italiana en el Ecuador (Compagnia Italiana dell’Ecuatore, CIE), en 1920, evidenciaba el interés mostrado al otro lado del Atlántico. Con un capital de dieciséis millones de liras (alrededor de 178 000 dólares para la época), dedicaba sus esfuerzos a actividades de fomento agrícola, obras públicas, colonización rural, operaciones mercantiles y financieras, e incluía un banco.

En la mira de Benito

Mussolini ascendió al poder con la venia de la monarquía y el establecimiento italianos en 1922, con la idea, sobre todo, de detener el ascenso del socialismo, que causaba muchas simpatías. Según la investigadora italiana Chiara Pagnotta, durante los más de veinte años que el fascismo se mantuvo en el poder, “se mostraron los heterogéneos intereses económicos, geopolíticos y comerciales que conectaban a los grupos de poder del Ecuador e Italia hasta la víspera de la Segunda Guerra Mundial”.

Un reflejo de aquello fue lo que sucedió con la Sociedad Anónima Banco Italiano, fundada en 1923. Dentro del grupo de capitalistas, existían simpatizantes de Mussolini. Esto ocurrió hasta 1941, cuando, por presiones de Estados Unidos, tuvieron que vender sus acciones. La institución financiera cambió de nombre, de accionistas y dio paso al Banco de Guayaquil que se conoce actualmente.

Paolo Soave, también investigador italiano, escribió en La ‘scoperta’ geopolítica dell Ecuador (El descubrimiento geopolítico del Ecuador, 2008), que, en determinado momento, desde Roma existía la idea de establecer una suerte de protectorado en la Mitad del Mundo.

Los italianos, históricamente, han tenido presencia, sobre todo, en Guayaquil. En su mejor momento, a lo largo de la década de los años treinta, llegaron a ser cerca de dos millares, con porcentaje muchísimo menor en Quito, Manta y Cuenca.

El incremento de las relaciones entre la Roma totalitaria y el Quito conservador de la época iba en aumento. Un hecho decidor: en 1924 se creó en Guayaquil la primera célula de extrema derecha del país, a escala oficial: el “fascio”, que en sus inicios tuvo cuarenta integrantes. En su mejor momento duplicó el número de miembros.

Las simpatías partían de las delegaciones diplomáticas. Por entonces, en la capital italiana, era parte de la oficina nacional el reconocido poeta Gonzalo Zaldumbide, quien veía asombrado el asalto al poder de Mussolini y sus camisas negras cuando se tomaron la ciudad.

Lo paradójico era que el régimen de Mussolini había desplegado una ambiciosa campaña de propaganda en el Ecuador y el resto de países de América Latina con el objetivo de dirigirse a los migrantes italianos presentes en la región. El resultado fue que quienes más empatizaron con la publicidad fueron los estratos altos y/o medios altos de los entornos criollos.

Lavada de cara

Cosme Renella Barbatto.
Cosme Renella Barbatto. Fotografía: Wikipedia.org

Una de las misiones más recordadas de los italianos fue la militar. Estuvo en el Ecuador desde 1922 hasta 1943. Estuvo relacionada, por ejemplo, con la introducción de la aviación al país a través del ítalo-guayaco Cosme Renella, héroe de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, quienes estaban en la vanguardia de la delegación extranjera tenían un pasado turbio. La investigadora Pagnotta lo señaló:

La misión militar (…) coincidió casi totalmente con el período fascista. Además, el jefe de la Misión Militar Italiana entre 1922 y 1927 fue el general Pirzio Biroli, condecorado con el honor nazi. Su nombre apareció en la comisión de encuesta para los criminales de guerra italianos.

Luis Larrea Alba, militar ecuatoriano, quien fue presidente interino en los años treinta y ministro de Estado, fue uno de los más críticos por el signo autoritario de sus colegas europeos. Para entonces, se había producido la invasión a Etiopía y el repudio internacional crecía.

Cuando la Liga de las Naciones quería sancionar a los italianos, el Ecuador se sumó a la votación, pero el ministro de Relaciones Exteriores de entonces, Ángel Chiriboga, mostró una posición más bien ambigua. El entonces presidente, Federico Páez, había dicho en público que no pensaba perjudicar las relaciones con Italia. De voz de las mismas autoridades se había conocido que esperaban que las tropas de Mussolini avanzaran rápidamente y terminaran con la invasión.

Puertas adentro, en la esfera de la opinión pública, había cuestionamientos. Los periódicos reflejaban la brutalidad de la invasión, en la cual se utilizaron armas químicas en contra de civiles. Los hechos fueron obligando a las autoridades ecuatorianas a tomar distancia, paulatinamente, con la Italia fascista, muy cercana a la Alemania nazi de Adolfo Hitler. Venía la barbarie.

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