Elia Liut, a cien años de su hazaña

Por Cristóbal Peñafiel.

Fotografías: cortesía.

Edición 462 – noviembre 2020.

Elia Liut nació para ser aviador y para marcar hazañas. Su primer reto fue ingresar a la milicia italiana, hecho difícil en cualquier tiempo. De allí salió airoso como héroe de la guerra de Europa. Ya en otro continente, en América, su hazaña de haber sido el primer piloto en atravesar la cordillera de los Andes, con las dificultades y temores que genera una cadena montañosa de gran respeto, es también un hecho heroico. Esta cordillera era considerada un insuperable obstáculo, pero Liut venció el reto a bordo de una insignificante aeronave.

Elia Liut en su llegada al Ecuador.

Liut llegó al Ecuador con todos los ánimos que le daban su juventud y su audacia: tenía veintiséis años, temprana edad para haberse convertido en uno de los pilotos de combate más reconocidos. Pero también traía todo un caudal de intrepidez. Solo de esta manera se puede entender su decisión de volar desde Guayaquil a Cuenca en un avión con elementales recursos técnicos.

El famoso avión era un biplano con alas de lona, llantas de bicicleta y un tubo inclinado que cuando llegaba a tierra actuaba como freno. La cabina era descubierta, dejando al piloto expuesto al inclemente frío. Pese a ello, no podía perder la calma y debía guiarse con una brújula y un reloj que eran los instrumentos más sofisticados para aterrizar en una pista de tierra, de unos ochocientos metros, regada con cal para que pudiera ser divisada desde lo más alto.

Hace un siglo, Liut dio un vuelco a la aviación ecuatoriana y de la región: atravesó la cordillera de los Andes, en una hora y 55 minutos (algo que ahora se realiza en doce minutos). Fue el jueves 4 de noviembre de 1920. Pero ese no era un jueves cualquiera. Ese día los morlacos vivían la resaca de la celebración por el centenario del primer intento emancipador de Cuenca, del 3 de noviembre de 1820. El avión, que llegó en piezas, fue armado en Guayaquil. Y qué mejor que un vuelo a Cuenca para unirse al ambiente festivo. Así pensaron los dueños de la aeronave, los directivos de diario El Telégrafo.

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