Miopía

Elecciones
Ilustración: Shutterstock.

Con qué desgano recibimos la noticia de la muerte cruzada. Medio Ecuador debe haber pensado: “¡Elecciones!, ¡¿otra vez?!”. Me pregunto si en algo nos beneficia el ejercicio exagerado del sufragio. Es cierto que la democracia es una de las virtudes más nobles que puede ejercer un pueblo pero, ¿no creen que jactarse de ejercer mucho las virtudes puede caer en el pecado de la soberbia?

Al igual que muchos de ustedes, no quiero dar el poder por nonagésima vez a los menos ineptos. Tanto gasto de recursos para solo año y medio. Cuando me siento despilfarrador, me acuerdo de lo que gasta el CNE y me creo un administrador cauto de mi presupuesto.

¿Y el menú electoral? Nada nuevo: figuritas de farándula, caricaturas de superhéroes, momias revolucionarias o caudillos regionales de bigotes teñidos, muy propensos a establecer relaciones tóxicas con el pueblo. No faltan los que tienen a Marx en un crucifijo o los que ponen a Jesús detrás de una caja registradora. Todos ellos preparados para gobernarnos, con una visión a futuro de lo que debe ser nuestra patria y cómo lograrlo. Eloy Alfaro se chupa el dedo ante semejantes lumbreras, que por su sabiduría brillan más que el sol. Los únicos que se quedaron afuera son los oportunistas que soñaban con abrazar a un osito de peluche.

Sería mejor que no tuviéramos más elecciones nacionales. No dudo de que los partidos políticos se adaptarían rápidamente a aquellas condiciones, con actividades afines a sus aptitudes.

Las agrupaciones militantes (léase “fanáticas”) podrían convertirse en un culto religioso. Ahí sus miembros adorarían con lágrimas a sus ídolos con pies de barro. Seguramente ya tienen un “Divino Niño” a quien le rezan todos los días y que les pide sacrificios humanos con un apetito insaciable. Las agrupaciones que suelen convocar a marchas podrían dedicarse a mejorar su performance a niveles de alto rendimiento, y llevarnos a retomar las antiguas glorias de Jefferson Pérez. Después de todo, en muchas ocasiones han marchado, sin siquiera saber por qué. De entre los demás, aparecerán influencers que nos enseñen a ser mejores personas, a la vez que pierden una alcaldía.

En este idílico escenario solamente escogeríamos alcaldes y autoridades parroquiales. Necesitamos líderes que arreglen las calles, que recojan la basura y que demuestren su intolerancia al prohibir marchas que no van acordes con sus creencias.

En cuanto a los referéndums, mantengámoslos, pero demos primero cursos de capacitación a los votantes. Muchos no entienden qué se les está preguntando. Suponen que el Yasuní y el Chocó andino son como la finca del abuelito pero, ¡a lo bestia! Por suerte, sus activismos ambientalistas salvarán a la naturaleza reinante en las cafeterías desde donde tuitean. Y a eso agreguemos que estas consultas deberían ser relevantes e ir más allá de preguntarnos si nos cae bien el gobernante de turno.

Pero también podemos quedarnos con lo que tenemos ahora: pasar por un proceso que —en lugar de integrarnos— nos divide más. Dejarnos engañar con promesas imposibles, como si fuéramos inocentes colegiales. Empacharnos con discursos llenos de odio contra el otro, pintado como diferente y malvado. Hagamos filas interminables para votar por caritas simpáticas para que, luego, alguien apague un servidor y aparezcan resultados dramáticamente diferentes.

No queremos vivir ninguna distopía, pero estamos muy lejos de ser una utopía. ¿Qué somos entonces? Si el ingenuo Tomás Moro viniera a visitarnos, seguramente nos catalogaría como un híbrido entre lo utópico y lo distópico.

Quizá lo que habitamos es una maravillosa y única “miopía”.

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