EDICIÓN 485
La elección de la pareja es una mezcla de factores que se relacionan con la química, la afinidad, pero también con nuestras historias pasadas y con esos misterios que guardamos muy dentro de nuestro ser.
Pareja más bella no podía haber (aunque para ser justos él —veintidós años mayor que ella— ya no estaba en su momento de mayor esplendor físico). Aun así, Johnny Depp y Amber Heard eran la encarnación de la “perfección”. Guapísimos, millonarios, famosos, enamoradísimos. Sobre todo, eso: locos el uno por el otro. Tanto, que dejaron a sus respectivos compañeros para vivir ese romance de película. ¡Por fin se habían encontrado!
En 2015 se casaron en una isla privada e idílica, como no podía ser de otra manera. El protagonista de Piratas del Caribe y la actriz de Aquaman encarnaban los sueños románticos de media humanidad. “Atenta, cariñosa, inteligente, amable, divertida, comprensiva”, así hablaba él de ella. “Felizmente casada”, se definía ella.
Sabemos cómo acabaron las cosas, dos años después de la romántica ceremonia. Enorme decepción, malos tratos, humillaciones y un juicio mediático en el que se develaron los detalles más escabrosos de la caída al infierno de ese amor supuestamente arrollador que podía contra el mundo.
Ambas estrellas descubrieron en el otro un ser desconocido, capaz de dañarlos profunda y cruelmente. “Parecía la pareja perfecta”, diría el decepcionado y famoso pirata, en medio del millonario juicio que le planteó por supuestas difamaciones, cuando ella denunció públicamente su maltrato. Parecía. ¡Ay, ¡cuánto cuesta ese verbo a veces, en las historias de amor!
Es sabido que en la primera etapa del enamoramiento la pasión es totalmente entregada, ciega y acrítica. Según los expertos, el éxtasis dura de seis a ocho meses, después de los cuales, ese cóctel efervescente de serotonina, oxitocina y dopamina que revoluciona el cerebro de los enamorados se asienta poco a poco. Idealmente, la relación de pareja empieza a afianzarse con un sentimiento más sereno y sólido.
Pero eso no siempre sucede así, porque más allá de nuestra elección supuestamente libre y consciente de pareja, hay fuerzas inconscientes que determinan nuestra decisión. Fuerzas que tienen que ver con la forma en que fuimos criados y con la versión que vimos del amor (o el desamor).
Lo que sabemos es solo la punta del iceberg
No. No elegimos de forma totalmente libre a quien amar. La atracción física, la afinidad de intereses y valores, la química sexual, la ternura… son los factores que aparentemente determinan una de las elecciones más importantes de nuestra vida. Pero en realidad son solo la punta del iceberg. Todo lo que está detrás de ello y que la mayoría no conocemos de nosotros mismos es lo que verdaderamente define nuestra decisión.
Si no, que lo explique un experto. Francisco Prado Saona, analista junguiano, lo resume así: “Cuando nos enamoramos, actúan en nosotros un nivel consciente y dos inconscientes. En el primero está la imagen externa, la atracción sensual y sexual; los puntos de encuentro: afinidades en el pensamiento, en la parte espiritual, en lo afectivo. Todo lo que podemos percibir con nuestros sentidos de la otra persona”. Es decir: todo eso que creemos que forma el universo de la relación. Pero —y aquí viene el resto del iceberg— están los niveles inconscientes, esos que nos empujan, a ciegas de nosotros mismos, a decir: ¡Este es! O este no. ¡Esta es! O esta no. Y son esos mecanismos profundos de la psique los que tantas veces llevan a tanta gente a “equivocarse” (las comillas tienen una razón: el error puede ser un gran aprendizaje, si hay un trabajo personal).
En ese nivel, dice el psicólogo quiteño, hay dos caras, como todo en la vida. A la primera, Prado la define como “constructiva y positiva”. “Atraemos inconscientemente a la persona que va a ser nuestra pareja, como un opuesto a nosotros. No hablo solo de género, pues también aplica para relaciones homosexuales; me refiero a la persona que tiene ciertos elementos que nos hacen falta a nosotros y que atraemos para ser más completos, más maduros, más íntegros”.
La otra cara de la moneda es lo que la psicología junguiana llama “la sombra”: “Ciertas heridas, ciertos traumas, figuras parentales con carencia, exceso de protección o ausencias que repetimos. La parte sombría sería la repetición que implica atraer figuras que se parecen a nuestros progenitores, tanto en sentido positivo como negativo. Esa reedición es buscar de forma inconsciente vivir la misma historia que vivimos con nuestros padres o figuras sustitutas: hermanos, abuelos, tíos. Es una repetición que no nos lleva a un crecimiento, sino a caminar en círculos o quedarnos estancados en el mismo lugar”.
¿Los puedes ver rotos?
Durante las semanas que duró el juicio de Johnny Depp contra Amber Heard, la prensa del corazón hizo su agosto. Las tintas cargaron contra ella, a quien, sobre todo en redes, se trató de loca, mentirosa y violenta. La fama de él, así como la tremenda maquinaria mediática puesta en marcha a su favor, reforzaron su imagen como la de una víctima.
Todo lo que podía decirse de esta pareja descendida a los abismos se dijo. Pero entre la marea de chismes, juicios, memes y burlas, algunos abogaban por una mirada más humana y más profunda.
Cynthia Cevallos Lalama, quiteña, psicoterapeuta humanista Gestalt, fue una de esas voces. Junto a una foto en primer plano de los rostros devastados de ambos actores, que Cevallos posteó en su FB, ella pedía “una mirada compasiva, más allá del cotilleo”.

“Este es un ejemplo claro de relaciones que se dan desde el dolor; dos personas que se encuentran desde sus vacíos y sus carencias, esperando que el otro las pueda solventar o llenar. Son personas que se ven a sí mismas como incompletas”.
“¿Puedes ver sus caras de dolor? ¿Los puede ver rotos?”, preguntaba la analista. “Sin querer etiquetarlos con diagnósticos, existen hechos irrefutables: ella es hija de un padre maltratador y él de una madre maltratadora. Los hijos de padres que son abusadores crecen así, con el alma rota. En su edad biológica son adultos, pero en su desempeño diario y en sus relaciones amorosas son niños aterrados, seres que no saben mucho más que defenderse”.
“Existe 50 % de población mundial que se relaciona desde un lugar seguro y forman parejas estables y sanas. En el otro 50 % estamos quienes hemos tenido que vivir para aprender a punta de desaciertos y desamor”, dice Cevallos. Y plantea varias preguntas: ¿Las relaciones de pareja deben ser tan complejas? ¿Qué tanto has sanado tus heridas de infancia? ¿Eres todavía un niño con miedo o ya te puedes ver a ti mismo como un ser completo? Si la respuesta es no, ahí está el quid del asunto y siempre nos relacionaremos para sufrir.
La psicoterapeuta explica que las personas dependientes emocionales se relacionan normalmente con personas evasivas y con falta de compromiso, llevando la relación por caminos empedrados y sinuosos.
No vemos lo que es, sino lo que queremos que sea
Imago, el ideal construido por nuestras expectativas amorosas, nace en la infancia y en los esquemas afectivos que vivimos en nuestra familia de origen. Cuando nos enamoramos, sin la conciencia que resulta del autoconocimiento, proyectamos en el otro aquello que deseamos o aquello que nos faltó.
“Si vimos una buena relación de nuestros padres, queremos que eso se repita; si eso nos faltó, tenemos la expectativa de llenarlo, de conseguir lo que no tuvimos, de sanar la herida de ausencia. Y si vivimos cosas muy duras, traumáticas o violentas, el inconsciente tiene la tendencia a repetirlas. Todo lo que es inconsciente regresa como patrones recurrentes”, dice el analista Francisco Prado.
Cynthia Cevallos agrega que el dependiente emocional busca cercanía y contención, mientras el evasivo quiere siempre una puerta de escape, no necesariamente físico. En ese contexto las personas pueden acudir a varias técnicas, entre esas la desconexión, el mutismo, coquetear con otras personas, enviar mensajes ambiguos, no comprometerse, no cumplir con su palabra.
“Estas técnicas evasivas causan muchísima ansiedad en el dependiente emocional y provocan lo que se conoce como activación del mecanismo de protesta. Es ahí cuando se inicia el conflicto. Ninguno de los dos sabe comunicarse asertivamente y empieza una dinámica de muchísimo dolor y sufrimiento. Son relaciones destinadas a fracasar”, explica Cynthia Cevallos.
Ella, además, recalca que amamos desde lo que conocemos. Por ejemplo, la forma en que nos amaron es la forma en que vamos a amar. “Si en tu casa viste un padre que te insultaba y maltrataba o que era ausente, vas a buscar ese tipo de persona en tu vida. Y si fuiste alguien a quien no atendían emocionalmente y te dejaban solo de niño, así es como vas a ser de adulto”.
Yo creí que. Parecía que…
“Hace dos años conocí a un muchacho del que me hice novia. Pasaron seis meses y él me dijo que no podía seguir viviendo lejos de mí. Y así entró en mi familia. Era muy cariñoso, le gustaba estar en todos lados juntos y nos llevábamos bien. Pero desde hace unos meses comenzamos a pelear por todo. Me grita, me insulta. Lo peor es que me manipula diciendo que se va a ir”.
“Salgo con un hombre que da señales confusas. Al principio me hablaba, era tierno, cariñoso, decía que solo salía conmigo. Ahora me dice que no quiere tener novia, que no quiere estar atado a alguien. No sé qué le pasó de un día a otro, no me esperaba eso”.
Una vuelta por los consultorios sentimentales de Internet permite encontrar —además de preguntas estrambóticas y respuestas para enmarcar— varios testimonios de esas “sorpresas”, frente al supuesto cambio repentino de la pareja.
La imagen idealizada —el imago— conduce al error. La sorpresa: “Parecía ideal”; la decepción: “Ha cambiado tanto” y la repetición de patrones son consecuencias de los “enamoramientos” inconscientes.
Otra vez un hombre infiel.
Otra vez una mujer fría.
Otra vez un hombre inmaduro.
“Nos toma desprevenidos. Pero nos toca ensuciarnos con la vida, caer, tropezarnos, y después aprender sobre la marcha las lecciones que dejan esas caídas y esos ‘errores’, entre comillas, porque no lo son”, dice Prado.
Y anota que nadie se libra de caer en estos rollos amorosos, de escoger supuestamente mal, pero son experiencias vitales que pueden permitirnos tomar conciencia de cosas, profundizar el autoconocimiento, ubicar algunos problemas.
Pero, por lo general, no se trata de un cambio brusco e inexplicable de la persona que se ha convertido en nuestra pareja. No es la “gran mentira” montada por el otro lo que nos hace sufrir. Es nuestra propia idealización, construida por esas proyecciones inconscientes que nos manejan.
“Siempre que nos comprometemos con alguien, aparecen poco a poco esos contenidos; estos problemas, esta crisis, este desencanto que con el tiempo se da la pareja. Al comienzo estás superenamorado y con el tiempo te desencantas. Es inevitable que esa parte inconsciente se exprese siempre así. Y debe ser así”, dice Francisco Prado.
¿Cómo? ¿Debe ser así? El experto aclara que la idea es que las crisis de pareja nos hagan tomar conciencia de que esos contenidos son nuestros. Por lo tanto, hay un mecanismo inconsciente del que tenemos que hacernos cargo para trabajarlo en una terapia o en un proceso de autoconocimiento.
Cómo nos amaron, amaremos
El afecto que recibimos, el que nos hubiera gustado tener pero no tuvimos, el afecto que dimos y fue acogido con cariño, el que entregamos y fue rechazado: estos cuatro factores conforman, según los expertos, nuestro “mapa del mundo”, a partir del cual proyectamos nuestro ideal de pareja. Pero esa proyección inconsciente no siempre coincide con la realidad, aunque nuestra idealización nos haga creer que sí. Entonces llegan las sorpresas.
En palabras de Cevallos: “La arquitectura de nuestro cerebro ha sido establecida desde nuestra infancia. Los seres humanos al nacer somos completamente inmaduros y son nuestros adultos cuidadores quienes lo van moldeando”. Ahí está el origen de nuestras heridas emocionales y también —dice la analista— es ahí donde está el trabajo por hacer para escoger mejores parejas y tener relaciones más sanas.
¡Aquí las buenas noticias! Esta no es una condena, sino una oportunidad de trabajo personal y autoconocimiento. “La ventaja que tenemos es la maravilla de la neuroplasticidad y neurogénesis”, dice Cevallos. Esto quiere decir que, si nos descubrimos a nosotros mismos en algunas de estas formas de relacionamiento, existe la posibilidad de que con terapia podamos hacer nuevas conexiones neuronales, desconectar las viejas formas y conectar desde el lugar que ahora como adultos podemos escoger. “Sanamos lo antiguo para ser quienes queremos ser”, enfatiza.
Así, aunque las historias de amor no siempre acaben bien o incluso tengan finales desastrosos, como la del famoso Pirata del Caribe y la esposa de Aquaman, el trabajo personal, la terapia, la relación consciente de pareja, es un camino de aprendizaje personal. El trabajo con un terapeuta es casi siempre una garantía de un mejor camino y una relación más sana, es decir, lo más parecido a un final feliz.
“Imago en latín significa imagen pero, en psicoanálisis freudiano y en otras escuelas de psicología profunda, se ha utilizado la palabra como un concepto que define la representación interna que se tiene de una persona. Por ejemplo: la imago de la madre (o la representación interna suya de lo que fue su madre, con base en lo que fue la realidad externa).
Puede tener una imago negativa si su madre fue una persona muy rígida o ausente, fría o agresiva. O puede tener una imago positiva, si fue distinta. Sobre todo se aplica a los padres, pero pueden ser otras personas importantes de su infancia, que determinan que su imago masculina o femenina sea positiva o lo contrario. En psicología junguiana se llama el complejo (materno o paterno), que ya es un contenido personal del inconsciente, del que uno tiene que hacerse cargo, para no seguir culpando a otras personas sobre su destino o su suerte, sino hacerse cargo de sus propias imagos internas”.
Francisco Prado
Una experiencia de crecimiento
Tuve una relación que duró cuatro años, con una persona menor que yo. Solo después de perderlo, varios años después, he entendido muchas cosas sobre mí misma. La idea del amor incondicional y romántico me hizo llegar a extremos emocionales críticos. Creo que proyecté en él mi necesidad de cuidar algo, de tener el control para que no se destruyera, como pasó con la relación de mis padres.
Al final, la relación se acabó y yo reviví el sentimiento de abandono que tuve cuando era niña. Tras un año de no aceptar que no podía sola con ese proceso, busqué ayuda y terminé en un psiquiátrico. Viví tres años de abstención emocional, en los que a través del arte (hice ocho esculturas con las cartas que me había escrito esta persona), empecé a encontrarme conmigo misma en otro territorio. El feminismo me ayudó a conectar con las cosas que espero de mí y las que proyecto en otros. Creo que, después de todo, fue una experiencia de crecimiento.
Ana Tijeras, 34 años

Conocí a un chico por Internet. Nos escribimos y luego nos conocimos en persona. Parecía dulce, tímido, curioso, interesado por aprender. O quizás eso era lo que yo quería ver. Con el tiempo, vi que hacía cosas solo por complacerme. Tuvimos desacuerdos que se volvieron más grandes. Es como una especie de cebolla a la que le quitas una capa y otra, y te das cuenta de que la realidad es diferente a la que tú querías ver. Al final, todo eso acabó sumando y rompimos.
Cuando analizo qué pasó, me doy cuenta de que esto me ha pasado varias veces: las personas fingen un interés que luego no se sostiene, solo para agradarme, esa no es una buena estrategia a largo plazo. Puede ser que busque alguien como mi padre. Pero por otra parte, no quiero alguien a quien tenga que cuidar como a mi padre enfermo. Quiero alguien que me cuide a mí.
Lorena T, 48 años