El teatro se ancla en el Carchi

El teatro se ancla

Por Galo Vallejos E.

Enclavada en las montañas carchenses, San Gabriel aparece más bien tímida para el afuereño. Los habitantes de esta pequeña población de la Sierra norte se dedican mayormente a la agricultura y son un pueblo fiel a sus tradiciones, a su historia, a la rutina que hace de esta pequeña ciudad un lugar apacible.

San Gabriel, que tomó ese nombre en el siglo XIX, luego de que en el pasado era conocida como Tusa, es cantón desde 1905 y es una ciudad que adquirió fama y orgullo propio a partir de 1926, luego de que centenares de pobladores, con pico y pala, abrieron una carretera de más de cien kilómetros, el llamado camino oriental, frente al olvido de las autoridades de entonces. Fue una demostración de la efectividad las mingas heredadas de la cultura indígena y luego adoptadas por el mestizaje podían dar al pueblo una vía de comunicación efectiva, en una época en la que los arrieros aún mantenían su vigencia. La vía incentivó al intercambio entre Carchi e Imbabura.

En el siglo XXI, San Gabriel aún muestra las características de pueblo chico, introvertido y generoso, pero también intenta abrirse hacia fuera. Con la gran mayoría de la población volcada a celebraciones como el Carnaval o el Año Nuevo, un grupo de lugareños tomó la iniciativa, hace más de un lustro, de hacer efectiva la afición enraizada en la Serranía por el sainete, la parodia y la caricaturización de los hechos cotidianos que suele ser tan común en tierras andinas.

La dramatización salió de la sala familiar a la plaza y de los espacios abiertos al teatro, recuerda Oswaldo Cepeda, encargado de cultura del Municipio de Montúfar. De ahí que en el pueblo siempre existió la expectativa de mostrar ese talento al exterior, hasta que esa intención por fin cuajó, en el 2006. Y convirtió a la ciudad en la capital cultural de Carchi, con el inicio del Festival Internacional de Teatro y la regeneración del principal escenario para este fin de la ciudad. Era la oportunidad para mostrar a la gente de afuera la riqueza agrícola y ganadera de la ciudad, la gastronomía con sus famosos cuyes asados a la cabeza, los atractivos naturales como el Lago de El Salado y el Bosque de los Arrayanes, las multicolores ferias de los sábados que se toman el pueblo… Y sobre todo la creatividad a la hora de subir a un escenario.

No fue una tarea sencilla. A Cepeda y otros soñadores el desafío los motivó. Empezaron a contactar a grupos de Quito y otras ciudades del país, y a través de ellos a los del exterior. San Gabriel, con colectivos como Mingueros, Pasto o Inunke, ya tenía cultures del teatro. Las condiciones estaban dadas.

Los grupos nacionales y extranjeros empezaron a llegar y a maravillarse de la capacidad de una población, que en su área urbana tiene apenas unos 12 000 habitantes. Los grupos se multiplicaron año a año. Llegaron colombianos, venezolanos, peruanos, argentinos, chilenos, españoles… La fama del festival salió fuera de las fronteras de San Gabriel y del país.

La colombiana Vilma López, líder del grupo colombiano Odeón, con sede en Pasto y especializada en títeres, fue una de las teatreras del extranjero que escuchó los alcances del evento. El año pasado, una vez que se enteró y se propuso participar en la cita sangabrieleña, cruzó la frontera y convenció a los organizadores de que la invitaran. Este 2011 participó por segunda vez.

En esta ocasión llegaron grupos tan lejanos como el Circo do Mato, del estado brasileño de Mato Grosso do Sul, una región prácticamente opuesta en condiciones climáticas al cantón carchense, que tiene un clima templado frío. De ahí que para ellos todo era nuevo, al igual que para los sangabrieleños lo fue la mezcla de danza y teatro del colectivo artístico del gigante sudamericano.

El grupo fue protagonista en el pregón del festival, que se realizó entrada la noche con una temperatura inferior a los diez grados. Entre los brasileños, Mauro Gimarães fue quien más sufrió del frío y no ocultó su decisión de calzarse fundas de plástico en los pies para calmarlo. A su compañera Aline Duenha le fascinó el entorno montañoso de la ciudad, pero no se atrevió a probar los cuyes, aunque sí se dejó seducir por el hornado. A todos los brasileños les sorprendió encontrar un festival teatrero enclavado en una ciudad andina y pequeña como San Gabriel para mostrar su propuesta alegre y optimista sobre las tablas.

Lo peruanos de La Gran Marcha de los Muñecones, por segunda vez en el cantón Montúfar, tomaron su participación con más familiaridad. En un espectáculo de zancos gigantes junto con alegorías y música, se robaron los aplausos de los carchenses como lo hacen a diario en su entorno natural de Lima, donde suelen presentarse ante cientos de personas para tratar temas cotidianos y burlarse de la realidad y de las autoridades de turno que no cumplen con sus promesas. No hay pueblo chico para un teatro creativo, dice el actor de la capital peruana Alonso Delgado, quien disfruta cada vez que llega a San Gabriel y recuerda el parecido que tiene esta ciudad con las poblaciones de los Andes de su país. Los peruanos, con su teatro callejero, como ellos lo califican, fueron uno de los grupos más entusiastas en el cantón carchense.

Desde Quito se hizo presente la Facultad de Artes de la Universidad Central con un nutrido grupo de estudiantes, bajo la dirección del experto Jorge Mateus, para quien presentarse en teatros tan acondicionados como el de San Gabriel beneficia a esta actividad en el país y contribuye a su profesionalización. Los capitalinos hicieron reír a los carchenses con su versión de Una balada para tres inocentes, de Pedro Mario Herrero, en una muestra de la sintonía del público local con el sainete. Pese a que la función se presentó una fría noche de mayo, la sala se repletó con asistentes de edades distintas, desde niños del brazo de sus madres hasta abuelos de poncho, tan tradicional en San Gabriel.

El orgullo pupo

El teatro de la ciudad es un sitio remodelado hace apenas un lustro y que en el pasado recibió a varios de los más renombrados cantantes en español como Los Panchos, Los Iracundos, Lucía Méndez, Piero, Alcy Acosta….

Quien recuerda muy bien el año y nombre de cada artista que llegó al Teatro de San Gabriel es Julio César González, un hombre maduro que hace más de dos décadas trabaja como técnico de sonido en ese lugar. Se declara un “oriundo, original y legítimo sangabrieleño”, que se caracteriza por ser “amable, alegre y muy verraco”. González, quien antes de dedicarse al teatro era radiodifusor, recuerda con nostalgia cuando más de un artista extranjero exhibió su vena bohemia y recibía al nuevo día en la tradicional Cantina de Don Plinio, ahora desaparecida y extrañada por los lugareños.

Acompaña en el cuidado del teatro de la ciudad Juan Carlos Landázuri, experto en iluminación, quien empezó a conocer el mundo de los escenarios una vez que consiguió su trabajo actual. Landázuri señala sin pensar dos veces que la otra actividad que se roba la atención de la gente de San Gabriel es el deporte. De ahí que no fue casualidad que un torneo de fútbol sala, organizado y jugado por padres de familia de niños de establecimientos educativos primarios, y que fue paralelo al Festival Internacional de Teatro, dividió a los lugareños a la hora de escoger opciones durante la primera semana de mayo.

Los teatreros extranjeros también se presentaron en las parroquias de San Gabriel: La Paz, Fernández Salvador, Cristóbal Colón, Chitán de Navarretes, El Chamizo, Piartal, y Canchahuano. Fue una experiencia adicional, porque les tocó actuar frente a un público mayoritariamente infantil, como recuerda la colombiana del grupo Odeón Vilma López.

Es que los extranjeros pudieron empaparse de la realidad rural que rodea a San Gabriel, de los mediodías agitados y alegres de la ciudad, una vez que cientos, decenas de estudiantes primarios y secundarios dejan las aulas, en la hora más bulliciosa del día en la ciudad. De las ferias sabatinas que prácticamente llegan a las puertas de la Plaza Central del pueblo y en las cuales se ofrece literalmente de todo, desde animales vivos hasta ropa colombiana.

Los jóvenes se van

San Gabriel es, además, Patrimonio Nacional, declarada en 1992, debido a que la gran mayoría de sus casas mantienen las fachadas y estructuras originales de los siglos XVIII y XIX, especialmente las que rodean al casco central. Un hecho que da aún más originalidad a su estructura es la Iglesia Matriz, que, a diferencia de otros pueblos en el Ecuador, no se encuentra en la Plaza Central. El templo religioso está a una cuadra de distancia y cumple con uno de los reglamentos que estableció en el siglo XVI la desaparecida Ley de Indias que regía a las colonias españolas.

La realidad de la ciudad, sin embargo, no ofrece oportunidades mayores a las nuevas generaciones y cada año decenas de jóvenes parten sobre todo a Quito para optar por una carrera universitaria. Lorena, quien salió hace varios años y prefiere omitir su apellido para esta crónica, dice que esa es la encrucijada de los sangabrieleños en el siglo XXI: quedarse o progresar. Según esta universitaria carchense que vive en Quito y que vuelve a su ciudad cada 15 días, la decisión no es muy complicada de tomar porque en el cantón Montúfar la posibilidad de encontrar empleo es sumamente reducida.

Pese a la sangría de talentos, la ciudad se ha convertido en eje cultural de la Sierra norte del país. Se trata de una región propicia para el olvido de los medios de comunicación tradicionales, que muy rara vez vuelven sus ojos hacia el Carchi, salvo, por lo general, para informar de crónica roja o sucesos en la frontera con Colombia. Este año, el Municipio de San Gabriel no pudo promocionar el Festival Internacional de Teatro, ya que los días previos a su realización coincidieron con la campaña por la Consulta Popular y aquello se volvió un impedimento. Con todo, la población respondió y acudió a las funciones.

Finalmente el teatro se convirtió en un pretexto para conocer a una ciudad pequeña, generosa y de distintas facetas. Para una población que apuesta por la cultura y se abre sin miedo, con sus propios recursos y sus limitaciones. Para un San Gabriel que no teme mostrarse tal cómo es y que vende cada año su cultura a un puñado de teatreros de América.

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