El sacacorchos

Un invento que se mantiene impasible a lo largo del tiempo.

El sacacorchos de Samuel Henshall recibió la primera patente en 1795.

No hay nada más sencillo al momento de destapar una botella de vino que usar el sacacorchos, un artefacto que a través del tiempo adoptó múltiples diseños, pero conserva la maniobra esencial de un tornillo que da vueltas y vueltas hasta que se puede sacar el tapón.

Más de 4500 sacacorchos correspondientes a tres siglos aparecen en la publicación World-Class Corkscrews de los autores Donald Bull, Joseph Paradi y Bertrand Giulian. Esa cifra revela la enorme cantidad de artilugios creados, muchos de ellos patentados con la inmutable espiral metálica y montaje en materiales como la madera, el metal o el plástico.

El Screwpull es parte de la colección del MoMa.

“Nadie sabe exactamente cuándo se inventó el primer sacacorchos, pero probablemente se desarrolló junto con las mejoras en la fabricación de botellas de vidrio del siglo XVII”, comenta un artículo de National Geographic, que cita entre las primeras referencias escritas una de 1681 con la descripción de “un gusano de acero”, mientras en 1700 la herramienta fue conocida como “tornillo de botella”.

El sistema Coravin preserva vinos por semanas, meses o años.

La primera patente en la historia temprana del sacacorchos se remonta a 1795 y se adjudica al reverendo inglés Samuel Henshall, quien introdujo una sustancial mejora en el mecanismo de extracción al añadir un tope en el extremo superior del resorte que limitó la profundidad de perforación en el corcho. Un dato curioso es que en esa época el mango de madera incluía un pequeño cepillo para eliminar el polvo de las botellas que permanecían por largo tiempo en las bodegas.

Los dispositivos de ese tipo se fabricaron en masa y cada vez fueron más firmes y manuables con el ajuste de los ejes giratorios. Se estima que tan solo en Inglaterra, entre finales del siglo XVIII y principios del XX, se emitieron casi 350 patentes, según señalan registros de los récords Guinness.

Un mecanismo que con el tiempo inspiró diseños más modernos fue el modelo Thomason (creado por Sir Edward Thomason en 1802), compuesto por un cuerpo cilíndrico con doble tornillo —uno para insertarse en el corcho y el otro para tirar hacia arriba— y con movimiento giratorio del mango hacia la derecha.

Otros clásicos son el diseño plegable “waiter’s friend” (1882) del alemán Karl Wienke y que como su nombre indica fue muy bien recibido en bares y restaurantes; el muy usado ahora de doble palanca, piñón y cremallera con patente en 1930 para Dominick Rosati, y el Screwpull (1979) recubierto de teflón del industrial estadounidense Herbert Allen que forma parte de la colección del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).

Entre imperdibles no podía faltar la archiconocida navaja suiza (fabricada desde 1897 por la compañía Victorinox), que está presente en toda circunstancia, pues cabe en un bolsillo. Es apreciada por su diseño compacto y multiuso que integra varias herramientas, incluyendo sacacorchos y destapadores.

La historia del sacacorchos muestra un sinfín de soluciones de inventores e industriales que más bien han variado en formas y materiales, y van desde los descorchadores más usuales en forma de T, de palanca, alas y campana, hasta los eléctricos, inalámbricos y de aire comprimido.

La famosa navaja suiza incluye descorchador y destapador. Foto: Shutterstock.

Para los amantes del vino, por ejemplo, el placer comienza con la apertura de la botella, evitando que se rompa el corcho. La sofisticación es abrumadora y hay incluso sacacorchos que funcionan automáticamente al “detectar el corcho, quitarlo suavemente y expulsarlo en una sola acción”, como anuncia el modelo inalámbrico de la marca Cuisinart, o sistemas para la preservación del vino como el Coravin Timeless Three que incluye agujas de acero inoxidable diseñadas para perforar “corchos naturales, aglomerados o tapones de rosca y servir el vino sin abrir la botella”.

Tanta es la variedad de sacacorchos que estos objetos son atesorados por coleccionistas, por una organización internacional de adictos que agrupa expertos de diecinueve países (ICCA, por su sigla en inglés) y por exhibiciones como la del Museo Vivanco de la Cultura del Vino, en Briones (La Rioja, España), con una colección de alrededor de 3500 piezas, a partir de finales del siglo XVIII.

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