Por Milagros Aguirre
Ilustración Adn Montalvo E.
Según el relato bíblico, después del diluvio, todo el mundo hablaba la misma lengua. Personas de distintas regiones se podían comunicar y entender pues todos usaban las mismas palabras. Al emigrar los hombres desde Oriente, encontraron una llanura en la región de Senaar (Babilonia) y se establecieron allí. Comenzaron a construir una torre para llegar al cielo. “Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no andemos más dispersos sobre la faz de la Tierra”, se dijeron. Dios descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban edificando y dijo: “He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua; siendo este el principio de sus empresas, nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros”. En Babel confundió Dios la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie. Es ahí donde se originan las diferencias del mundo: los matices, los distintos pueblos con distinta lengua, las distintas culturas.
Este 2017 se cumplen diez años de la Declaración de las Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas. El año 2019 se declarará el Año Internacional de las Lenguas Indígenas para llamar la atención sobre su pérdida y sobre la importancia de su conservación. El Ecuador lleva orgullosamente un membrete en el pecho como si fuese una condecoración: la interculturalidad, en su Constitución y en sus leyes, pero… ¿es realmente el Ecuador un país intercultural? No. En la práctica no lo es. En la práctica las diferencias se han quedado en el folclore, en la retórica, en las postales, en los libros para los turistas y viajeros. La era global ha destruido cualquier posibilidad de convivencia intercultural, ha borrado lenguas y ha desaparecido culturas. La sociedad blanco-mestiza no ha hecho esfuerzos por mantener las diferencias, por incluirlas. Al contrario: ha exigido que los indígenas se despojen de sus lenguas, cultura y tradiciones para que puedan entrar dentro del sistema, para no quedar excluidos, para tener acceso a sus derechos fundamentales, como la salud o la educación.
Bastan dos ejemplos: ni los colegios ni las universidades han hecho esfuerzos interculturales (salvo alguna clase de kichwa en alguna de ellas). Los indígenas, para tener acceso a la educación superior, deben, ante todo, aprender español. En el caso de salud pasa lo mismo: algunos indígenas, sobre todo de las minorías del país, deben hacer esfuerzos sobrehumanos para hacerse entender en un sistema carente de traductores. Lo mismo pasa en temas de justicia o en el sistema político, donde los indígenas han tenido que adaptarse al mundo blanco-mestizo, incluso en sus formas de organización o participación para integrarse a la aldea global que es como regresar al inicio: a Babel, allí, donde las diferencias y las culturas no existen.