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Diners 467 – Abril 2021.
Por Daniela Mejía Alarcón Fotografías: Cortesía Estudio Mutante
Un corto que recorre el último día con vida de Rodolfo Walsh estuvo preclasificado a los Premios Óscar 2021. Se trata de una pieza audiovisual que humaniza al hombre detrás del periodista y escritor, y rescata su causa y lucha.
En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires hay una esquina que estará por siempre vinculada al periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh. Es la esquina de Entre Ríos y San Juan, donde desemboca una estación de la línea E de la red de subterráneos que desde 2013 lleva su nombre. Y lleva su nombre porque en esa esquina Rodolfo Walsh fue emboscado por un Grupo de Tareas de la Armada Argentina un día después del primer aniversario de la que fue la última dictadura cívico-militar argentina (1976-1983).
Era marzo. El día 25. Era 1977. Era Walsh a pie. Era Walsh armado con una pistola calibre 22 porque era un hombre que ya vivía en la clandestinidad, que ya había conocido de cerca la muerte. Era un hombre que corría riesgos porque estaba comprometido en la lucha contra la dictadura. Era un hombre que como militante revolucionario ya caminaba al filo del peligro. E intuía quizás el final porque, aunque todavía pocos lo decían, todos conocían cuál era el final de quienes libraban esa lucha.
Era el autor de Operación masacre, metiendo personalmente en buzones de la ciudad copias de su Carta de un escritor a la Junta Militar, en la que hacía un balance de los errores, crímenes y calamidades de ese “infausto gobierno”, en la que denunciaba los secuestros, asesinatos y desapariciones que perpetraba “implantando el terror más profundo que ha conocido la sociedad argentina”. Era un escritor repartiendo esa carta con su firma “sin la esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido”.
Así fue.
Sobre ese fatídico último día de vida de Walsh se vuelca el cortometraje Un oscuro día de injusticia, el único corto animado argentino que ha estado prenominado para competir en los Premios Óscar. Aunque ya había sido presentado e incluso ganado en su categoría en importantes encuentros como el Festival de Cine de La Habana, el Festival Internacional de Cine Político, el Festival de Cine de Derechos Humanos, el Anima Latina o el Chilemonos, tuvo su premier mundial el pasado 8 de febrero en la página web de la Televisión Pública Argentina.
Lamentablemente, un día después, los realizadores del cortometraje se enteraron de que quedaron fuera de la carrera por la prestigiosa dorada estatuilla, al igual que todos los competidores iberoamericanos. En el retrogusto de la noticia está por lejos el desaliento, pero queda un dejo de tristeza. Daniela Fiore no lo niega.
Ella y Julio Azamor son los directores de esta obra artesanal. Artesanal, sí. Porque se trata de una pieza dramática de animación 2D, de tinta sobre papel, una técnica que, si bien estuvo supeditada al presupuesto acotado de las producciones independientes, tiene un sentido supremo porque es a su vez un homenaje a lo que hacía Walsh: “Usando algo tan simple como el papel y la tinta, se pueden decir muchas cosas”, sostiene Fiore.
También es esta una pieza que precisamente por emplear una técnica más rudimentaria resultó más trabajosa. Conllevó un total de 11 520 hojas de dibujos. Al menos doce de estas hojas se usaron para cada segundo de animación del cortometraje de diez minutos. “Al plantearnos la narración tuvimos en cuenta todas las limitaciones en cuanto a la producción y buscamos contar la historia de manera simple. Esto le sumó al relato un plus, ya que nos concentramos en resaltar las sensaciones del personaje”, comenta.
En efecto, la apuesta de Fiore y Azamor, que son socios en el estudio de animación Mutante, es apelar a la sensibilidad del espectador, mostrándole las emociones y los afectos del hombre detrás del periodista y escritor. Lo hacen no solo a través de la acentuación de sus movimientos y expresiones, sino de su vínculo con quien fuera su última compañera, Lilia Ferreyra, y con una de sus dos hijas, Vicki, quien también fue abatida en la última dictadura y quien como su padre pertenecía a Montoneros.
En el corto ese hombre común despierta la mañana del 25 de marzo en su casa en la localidad de San Vicente. Al levantarse de la cama, el gato sale a su encuentro, frota la cabeza en su pantorrilla hasta que él avanza hacia al baño. Lilia despierta también, su imagen aparece en el espejo, mientras él lava su cara para luego seguir redactando copias de su “Carta a la Junta” en su máquina de escribir. Al lado hay una foto de Vicki, un detalle no menor, considerando que a Walsh le resultaba muy difícil mirar las fotos de su fallecida hija. Luego la pareja desayuna. Sus manos se rozan mientras comparten el mate. Hay amor, hay complicidad.
Es la humanización total de Walsh el rasgo más fuerte del cortometraje. Daniela Fiore, además coguionista de Un oscuro día de injusticia, dice que quisieron rescatar esa faceta “porque más allá de ser un militante y revolucionario, era un hombre con miedos y afectos que dio su vida por sus ideales. Nos parecía interesante mostrarlo y a su vez complementa el relato político que tiene la historia”.
La historia de este cortometraje está basada en un relato sobre el último día en la vida de Rodolfo Walsh que escribió Julio Azamor Origone, padre de Azamor, para la revista La mirada cautiva del Museo del Cine. Azamor Origone confiesa sentir “un particular afecto y una gran admiración” por la figura y la obra de Walsh, a quien considera “un exponente del periodismo honesto”.
Admiración hacia Walsh siente todo el equipo de este cortometraje que busca recordarlo y rendirle homenaje. Les pregunto por qué 44 años después de su muerte y desaparición hay que seguir recordándolo, por qué es importante no olvidar quién fue. Azamor Origone contesta que “es importante mantener viva la memoria no solo de Rodolfo Walsh, sino también la de muchos otros periodistas y artistas asesinados por las dictaduras de América Latina, especialmente en momentos en que el neoliberalismo ataca a las democracias populares con noticias falsas, operaciones de prensa y corrupción en los respectivos poderes judiciales”.
Hay en ellos entonces, al igual que hubo en Walsh, una motivación política y es que lo personal es político, tal como enseñaron las feministas de la segunda ola. Para Azamor Origone el que, a raíz de la repercusión que ha tenido el corto, Rodolfo Walsh vuelva a estar presente y a él le estén preguntando sobre su vida, militancia y lucha por justicia “justifica el esfuerzo de los que trabajaron en la película”.
Fue un trabajo de dieciocho meses y un proceso difícil. Si bien Argentina es un país que cuenta con una industria cinematográfica sólida, Fiore afirma que “para los realizadores independientes hacer cine es muy difícil”. Señala, por ejemplo, que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, el ente público que fomenta y regula la actividad, “no tiene una política pensada para apoyar largometrajes animados. Mucho menos cortometrajes”. Solo facilita fondos a través de un único concurso anual, Animate, que fue lanzado en 2015. Un oscuro día de injusticia fue uno de los cinco ganadores de aquella primera edición.
Pese a las dificultades, ellos continúan apostando por el cine de animación porque lo que los motiva, moviliza y recompensa, dicen, es hacer lo que les gusta. “Nosotros hacemos animación porque es nuestra manera de contar historias y contar historias propias es un placer enorme. Cuando se hace un proyecto independiente se apuesta a todo y las dificultades son un desafío que hay que saltar”, considera Fiore.
Todos los caminos llevan a Walsh
Rodolfo Walsh, escritor, periodista y militante revolucionario.
Un oscuro día de injusticia como título del cortometraje juega con el de uno de los cuentos de Rodolfo Walsh: “Un oscuro día de justicia”, escrito en 1968 y que transcurre en un internado manejado por curas irlandeses, una experiencia que desde muy joven vivió el propio Walsh.
Se trata del más famoso de la serie de sus cuentos irlandeses. El protagonista es el pequeño Collins, quien es obligado por el loco celador Gielty a participar en peleas clandestinas nocturnas hasta que llega el día en el que, cansado de la violencia, se le ocurre como “la grandiosa idea de salvación” escribirle una carta a su tío Malcolm. Él acude a su rescate y se enfrenta en un duelo en el que termina derrotado por Gielty, como Walsh lo fue por la dictadura, si nos ceñimos estrictamente al plano de lo físico.
Como seguidora de la obra de Walsh, a la autora de este texto, desde una mirada reivindicativa, le resulta inevitable no querer ver un reflejo de Walsh en el tío Malcolm. Ambos ponen el cuerpo por el otro. Malcolm para salvar a su sobrino, en tanto que el rol de Walsh en Montoneros tuvo que ver con una lucha colectiva. Por su parte, el escritor argentino Hernán Ronsino, en su artículo “Entre ‘Un oscuro día de justicia’ y ‘Carta abierta de un escritor a la Junta Militar’”, compara a Walsh con Collins a partir de la figura de la carta.
“De algún modo, lo que pone en práctica en su “Carta a la Junta”, pero también en su vida como militante, es lo opuesto a lo que hace Collins (…). Walsh escribe la “Carta a la Junta” como intelectual y miembro de Montoneros, una organización revolucionaria. Es decir, está dispuesto a pelear como parte de un movimiento colectivo. Entonces, pone el cuerpo para transformar la realidad. Y la carta no está dirigida a un salvador sino al propio poder, a la propia Junta”.
Lo claro es que en ambas producciones Walsh sabe y plantea que la liberación debe venir “del propio pueblo”, no de un héroe. “El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza”, escribe Walsh en los últimos párrafos de “Un oscuro día de justicia”, cuento en el que el tío Malcolm, aunque lo intenta, termina alcanzado por un último golpe que lo deja del otro lado de la cerca, como “un héroe en la mitad del camino”.
Walsh lo intentó también y de hecho no murió por su “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, porque apenas había repartido algunas copias, sino por su militancia. Es su accionar, al igual que el del tío Malcolm, lo que perdura, la enseñanza que queda y para no olvidarla se necesita memoria. En este sentido también funciona el cortometraje.
Al final del corto, cuando Walsh cae en escena herido atacado por los represores que son representados por lobos, su cuerpo desaparece, pero quedan sus cartas, que salen volando y se dispersan como pájaros o aviones de papel. “La eternidad lo cobija, junto a tantos muertos sin sepultura. Rodolfo, a su manera, triunfó”, sentencian los realizadores en la secuencia posterior.
Y con esa metáfora visual, comenta Azamor Origone, buscaron precisamente “representar la permanencia y la intangibilidad de una obra que aún hoy permanece vigente y es un ejemplo de buen periodismo y también de buena literatura”. Aclara que la adaptación del título del corto al título del cuento es solo eso, una adaptación. No obstante, apunta, la “justicia” del cuento “tiene un amargo sabor a injusticia”.
El desenlace que tuvo la búsqueda de justicia que perseguía Walsh también dejó ese injusto amargo sabor.
Aunque tarde, un poco de justicia
Rodolfo Sánchez.
Tras varios intentos de extradición y pedidos de captura, en mayo del año pasado la policía de Brasil detuvo al exprefecto y represor Gonzalo Chispa Sánchez, uno de los imputados por el secuestro de Rodolfo Walsh en la última dictadura. De acuerdo a la causa judicial, Sánchez integró el grupo operativo que emboscó a Walsh el 25 de marzo de 1977 en el barrio porteño de San Cristóbal. Su cuerpo habría sido posteriormente trasladado a la Escuela Superior Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los más conocidos centros de detención, tortura y exterminio que desplegó la dictadura en el país.
Según los testimonios de los sobrevivientes, Gonzalo Sánchez, ahora de setenta años y acusado de crímenes de lesa humanidad, era uno de los represores que más estaba en el sector donde alojaban a los secuestrados que recién llegaban a ESMA. Chispa era también uno de los represores más jóvenes e integraba el temible Grupo de Tareas 3.3.2 de la Armada que, además, fue responsable de la muerte y desaparición de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor, Esther Ballestrino de Careaga y María Ponce; y de las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon.