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Diners 467 – Abril 2021. Fotografías: Shutterstock y Wikipedia
A lo largo de la historia han sido muchos los jefes de Estado y mandatarios de todo el mundo que han tenido un vínculo especial con su perro y han protagonizado curiosas anécdotas con este animal que desciende del lobo. ¿Qué será lo que les atrae de esta mascota?
El lobo no da un paso en falso, planifica cada movimiento antes de realizarlo, tal vez para evitar cualquier derroche de energía en actividades triviales. En el imaginario popular se le reconoce por su ferocidad, pero no es un enemigo, sino un hermoso ser vivo que solo caza para comer y mantiene un estricto orden social en la jerarquía de su manada. Es una especie majestuosa, con un porte imponente y una actitud desafiante ante la vida.
En definitiva, el lobo es poderoso en su hábitat. Si exceptuamos el atributo de la belleza… ¿Podríamos comparar sus cualidades con las de un jefe de Estado? Lo cierto es que, a lo largo de la historia, muchos mandatarios han tenido un vínculo muy especial con su descendiente directo, el perro, considerado un regalo divino por muchas culturas de la Antigüedad, en las que se le relacionaba con la muerte y las fuerzas del mal. Egipto fue la primera civilización que lo domesticó: Anubis, el dios de los muertos, se mostraba como un ser con cuerpo humano y cabeza de perro. En la cultura de los griegos, de los romanos e incluso de los aztecas, también se le dio una posición relevante de acuerdo con sus creencias y mitos.
George Washington fue amante de los perros.
Aunque de otra forma, han seguido estando presentes en las crónicas más recientes. A George Washington, primer presidente de Estados Unidos entre 1789 y 1797, le gustaban mucho los perros y se recuerda de él una emotiva anécdota, aunque no con una mascota de su propiedad… ¡sino de su enemigo! En una de las batallas de la guerra de la Independencia sus soldados encontraron a un pequeño terrier y descubrieron que pertenecía al general Howe, líder de los británicos. George Washington se ocupó de que le dieran agua y comida al animal. Decretó una tregua, colocó una carta en el collar del perro y envió a sus soldados a devolvérselo al general Howe, según la información que maneja el blog SrPerro.com.
Fala, el perro de Franklin Roosevelt.
George Washington fue el primer dignatario que inauguró la costumbre de integrar a su familia de cuatro patas en la vida presidencial y tuvo doce perros. De eso hace ya más de doscientos años y desde entonces han sido muchos los canes que han pasado por la Casa Blanca.
Antes de ser presidente, Abraham Lincoln siempre estaba acompañado de su inseparable perro Fido, pero cuando se tuvo que trasladar a Washington se vio obligado a dejarlo en casa de unos amigos en Illinois, a quienes les pidió que no lo regañasen si entraba en la casa con las patas llenas de barro. El mandato de Lincoln comenzó en 1861 y finalizó con su asesinato en 1865. Tras su muerte, entre los coleccionistas de recuerdos circuló una carte de visite de Fido, un tipo de reproducción fotográfica muy popular durante la guerra civil estadounidense.
Franklin Roosevelt acudía a muchas de sus citas con la prensa junto a su perro Fala, que también acompañó al presidente en algunos viajes oficiales y reuniones con dignatarios extranjeros. Se trataba de un terrier escocés que se convirtió en una parte más de la imagen pública de Roosevelt, que estuvo en la Casa Blanca de 1933 a 1945. La oposición quiso atacar al presidente y extendió el falso rumor de que el demócrata había destinado dinero público para traer a su mascota de vuelta a Washington, tras dejarla atrás en un viaje a las Aleutianas.
Eva Braun junto a Adolfo Hitler y su perra Blondie.
Roosevelt le quitó importancia al asunto al asegurar que, si bien él y su familia no se sentían dolidos por las críticas, Fala sí era rencoroso. El can aparece esculpido en piedra junto a la estatua de su dueño en el memorial a Roosevelt en Washington, tal como recoge La Vanguardia.
En esa misma época, en el continente europeo, Adolfo Hitler demostró ser uno de los máximos exponentes en lo que se refiere a las relaciones perrunas especiales. Incluso dicen que el führer amaba más a Blondi, una hembra de pastor alemán, que a la mismísima Eva Braun. El dictador alemán no mostró escrúpulos para aniquilar a millones de personas, pero era especialmente sensible con los animales y pasaba horas jugando con su perrita Blondi.
En el ocaso de la Alemania nazi, Hitler se trasladó al búnker de la Cancillería para ultimar los preparativos del suicidio que tenía previsto. Temía que los soviéticos vejaran o torturaran a Blondi si la encontraban con vida, así que también le dio la misma pastilla de cianuro que él y Eva Braun utilizaron para quitarse la vida, según consta en el diario ABC.
Mientras tanto, a Winston Churchill, el primer ministro inglés durante la Segunda Guerra Mundial, lo apodaban el Bulldog. Era un gran amante de los animales y durante toda su vida estuvo rodeado de mascotas. Con tan solo diecisiete años vendió su bicicleta para comprar a Dodo, un bulldog del que acabó heredando su sobrenombre.
Rufus, un popular caniche marrón, fue el compañero y amigo de Churchill durante toda la guerra. El can murió en 1947 y fue sustituido por Rufus II, según la información del blog Terránea. Se dice que cuando era primer ministro también adoptó a un pequeño perro callejero que un día irrumpió en la puerta de Downing Street. Cabe señalar una frase que una vez dijo Churchill: “Nunca llegarás a tu destino si te paras a tirar piedras a cada perro que pasa”.
En España, a Francisco Franco también se lo recuerda por una cuestión relacionada con los animales, aunque no precisamente tiene que ver con el amor hacia ellos. Al caudillo le gustaban mucho las cacerías, hasta tal punto que las llevaba a cabo con asiduidad en los bosques de El Pardo, su propia residencia. Según relata en su blog Justo Serna, escritor y profesor de historia contemporánea en la Universidad de Valencia (España), el dictador descuidaba sus obligaciones y hasta retrasaba sus tareas ejecutivas para entregarse a esta actividad cinegética, en la que contaba con perros de caza para ayudarlo a recoger las piezas. Francisco Franco fue investido como jefe de Estado en 1936 y la dictadura que implantó permaneció durante cuarenta años.
Los perros también están presenten en las monarquías europeas. Isabel II de Inglaterra, actual reina del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, adora a los corgis, una raza originaria de Gales, de los que ha tenido hasta treinta ejemplares a lo largo de sus 65 años de reinado. Siempre les consideró como parte de su familia y en el palacio de Buckingham han tenido su propia habitación, diseñada especialmente para ellos.
Isabel II recibió a los siete años su primera corgi, una perrita llamada Susan que le regaló su padre. Desde entonces, sus canes siempre estuvieron muy cerca de ella, la acompañaron a su luna de miel y a muchos otros momentos importantes de su vida. En la actualidad y dada la edad de la reina, que ya cuenta con 92 años, ella misma ha decidido terminar con esta tradición perruna para no dejar un engorro a sus herederos. Willow, el último superviviente de las catorce generaciones de corgi que han vivido con ella, falleció en 2018 a los catorce años. Extrañeza y vacío son las sensaciones que ahora le quedan a Isabel II, según el diario El Mundo.
Churchill y Rufu su popular caniche marrón.
Sofía de Grecia, madre de Felipe VI, actual rey de España, siempre ha apoyado la adopción de perros abandonados y esa actitud la ha demostrado en más de una ocasión como, por ejemplo, en la madrileña Feria 100×100 Mascota, donde adoptó a Pepita, una perrita abandonada. Casada con Juan Carlos I, mientras fue reina consorte, el palacio de La Zarzuela de Madrid siempre estuvo lleno de perros e incluso hay un cementerio de canes. En alguna ocasión, Sofía de Grecia ha dicho que los animales son los que la adoptan a ella.
En cuanto a los mandatarios contemporáneos, cabe destacar que el presidente ruso Vladimir Putin también es amante de los perros. En 2017 celebró su cumpleaños con un regalo muy especial del presidente de Turkmenistán, Gurbanguly Berdimuhamedov, un cachorro de pastor centroasiático que recibió el nombre de Verny, que en ruso significa fiel. En 2010 Putin tuvo un pastor búlgaro, llamado Buffy, como obsequio del primer ministro de Bulgaria, y dos años más tarde, un perro akita llamado Yume, que le regaló un dignatario japonés en 2012.
Los royal corgis junto a la Reina Isabel II.
En Estados Unidos, los Trump rompieron la tradición de tener mascotas en la Casa Blanca, pero ya han llegado los Biden para recuperarla y no han tardado en hacerlo público a través de la cuenta de Twitter que han abierto para sus dos perros. Su primer mensaje decía lo siguiente: “¡Hola, América!, ¡Hola, mundo! Somos nosotros, Champ y Mayor. Somos los perros de la familia Biden y los primeros ‘perros electos’ de Estados Unidos. Queremos agradecer vuestro apoyo compartiendo nuestras aventuras patadenciales aquí. ¡Guau! ¡Guau!”, recoge el diario El País.
Mucho más humilde es el origen de Manuela, una perrita cruce de varias razas, que acompañaba a entrevistas y actos protocolares al expresidente de Uruguay, José Mujica. La perrita, que tenía tres patas a causa de un accidente, falleció en 2018 a los veintidós años. De ella ha dicho Mujica que fue la integrante más fiel de su gobierno.
En Latinoamérica, donde tantos animales abandonados vagan sin rumbo por las calles y carreteras, los mandatarios podrían tomar el caso de Manuela como un ejemplo para adoptar un perro. ¿Y si fuera una forma de mejorar la política de estos países?