
George Burbank es circunspecto, reservado, de pocas palabras. Quiere salir como sea de la soledad impuesta por una vida en un gran rancho de ganado en el estado de Montana, en Estados Unidos, en 1925. Phil Burbank, su hermano, en cambio, es carismático, autoritario y brillante. Su mundo es el rancho, los caballos, las vacas y la memoria de su mentor, Bronco Henry.
Con el relato de cómo son estos dos hermanos —por lo menos en la superficie—, arranca la narración de Jane Campion en El poder del perro, filme disponible en Netflix y que es fuerte contendiente a ganar el Premio Óscar en marzo.
Temprano en el filme, George decide casarse con Rose, una viuda que administra una posada de viajeros. Ese matrimonio rompe el delicado balance en el rancho de los Burbank. La llegada de Rose, y de su hijo adolescente Peter, impone nuevas reglas, nuevos alcances y, sobre todo, nuevos deseos en el rancho.
Campion es conocida por sus poderosos y sensuales retratos femeninos, sobre todo en El piano (1993) y Retrato de una dama (1996). El poder del perro, sin embargo, puede ser entendido, principalmente, a través del relato de las masculinidades, sobre todo las de Phil y Peter.
Phil actúa como un hombre recio, ingobernable y por momentos tiránico, aunque también sabemos que es un ser ilustrado, graduado en Yale. Peter es un joven delicado y sensible, que se ve siempre ineficaz en la vida rural. Ellos entablan una relación compleja, en principio de mala sangre, luego de mutua aceptación y, finalmente, lo que parece devenir en una historia de amor se convierte en una de revancha.
Deseos enredados

Campion nos hace saber, hacia la mitad del filme, que este es un relato no sobre dos hermanos, los Burbank, sino sobre dos hombres con deseos y propósitos muy enredados, Phil y Peter. Benedict Cumberbatch y Kodi Smit-McPhee producen interpretaciones justas y convincentes.
Rose, cuñada humillada por Phil y madre de Peter, interpretada de forma simple pero efectiva por Kirsten Dunst, tiene sus propios rollos. Su vida en el rancho es traumática, y su escape es el licor. Sus demonios no la dejarán tranquila, aunque al final recibirá las joyas. Su esposo, George, nunca parece entender a cabalidad todo lo que pasa en frente suyo. Phil y Peter, mientras tanto, se acercan de formas inesperadas.
La cámara muestra una montura profusamente aceitada, una cuerda cuidadosamente tejida, unos látigos, unas flores de papel, unos cuerpos masculinos; todos son objetos que catalizan deseos reprimidos. Nos muestra también una naturaleza poderosa, una geografía dura que ladra rabiosamente (curiosamente, la película no fue rodada en el oeste norteamericano, sino en los campos de Nueva Zelanda) y una fauna potencialmente mortal.
Son muchas las capas para ver y entender, muchas las relaciones entre una cosa y otra, entre un hombre y otro, a veces solo evidentes en una segunda o tercera visionada de esta compleja y brillante película.