
Por Milagros Aguirre A.
Uno de los panaderos de mi barrio es un héroe. El sábado en la madrugada, cuando el pan sale del horno y su olor despierta los sentidos, él reparte el pan del día anterior, y también leche, a un grupo de personas hambrientas, todas de la tercera edad. El gesto solidario del panadero fue de boca en boca y, como el hambre se ha multiplicado, hoy son casi sesenta personas de la tercera edad las que hacen fila desde la noche anterior en la vereda, pasando tremendo frío, para recibir el pan. Una vecina, dueña de un pequeño bar restaurante, posteó en Facebook un par de fotos de los abuelos y abuelas que, cubiertos con cartones y abrigados por sus perros, esperan que amanezca para recibir el pan del sábado, haciendo un llamado a la solidaridad, pidiendo cobijas, ropas, alimentos, para ayudarlos.
Un grupo de vecinos, queriendo dar una mano en estos tiempos pandémicos, nos juntamos un domingo para apoyar con alimentos, y no solo con pan, a tanto viejito hambriento: hoy por ti, mañana por mí. El entusiasmo era visible: ¡organicémonos!, ¡entreguemos comida caliente!, ¿o mejor víveres? Enseguida empezamos a sumar voluntades y a conseguir ayudas.
Pero otro grupo de vecinos, en lugar de ayudar, decidió denunciar al municipio y a la policía que gente extraña, pobre y mal encarada, estaba apostándose en la vereda los viernes en la noche y sábados en la madrugada y que representan un peligro para la seguridad del barrio. El municipio no encontró mejor cosa que ir a inspeccionar a la panadería y al bar restaurante y a advertirles que no van a permitir que se haga ninguna entrega de comida o víveres a los mendigos. Por supuesto, no dijeron que ellos se harían cargo de darles el pan, la leche, el abrigo. Si las autoridades llegan, lo sabemos, no será para ayudar: será para desalojar, para sancionar, para molestar, pero no para dar pan al hambriento.
El panadero ha dado sus panes calladito y en solitario, y no ha tenido problema hasta ahora. Otro vecino, don Luis, ha repartido, también calladito y en solitario, mil almuerzos durante varios sábados en los días más duros del confinamiento. Él acudió a la policía para que le ayude a repartir y la policía no se pudo negar ante el gesto generoso.
Pero ahora, que vía redes sociales se ha hecho pública el hambre (y el hambre no tiene el rostro muy agradable), las autoridades no han encontrado mejor cosa que intervenir. La vecina del bar restaurante, queriendo hacer un bien, salió perjudicada. Los vecinos solidarios, quedamos impotentes y apenados: todos los esfuerzos de organización en tiempos de crisis se han visto empañados por un grupo de gente insensible y sin empatía, que no ha aprendido nada durante la pandemia. Y las autoridades han actuado como perro del hortelano, que no come ni deja comer.