El padre Aurelio, un clásico

Por Gustavo Salazar Calle.

Fotografía: El Comercio.

Edición 459 – agosto 2020.

Humanista. Traductor. Ensayista. Creador de la biblioteca más importante del Ecuador. Colaborador de grandes proyectos editoriales. Políglota. Educador. Aquí un acercamiento a la vasta obra de este sabio jesuita, a sesenta años de su muerte.

Uno de los adagios más citados de nuestra cultura de raíz judeocristiana afirma que “los caminos del Señor son inescrutables”. En la historia humana, pese al desarrollo tecnológico, siempre se dará lo incomprensible, por lo que continuamos leyendo horóscopos, buscando la ventura en los juegos de azar, concediendo aún vigencia a los agoreros; antiguamente, para determinar el destino de una batalla, se abrían las entrañas de un animal y, al revisar sus vísceras, se acertaba… o no; no han faltado, por último, quienes venden elíxires mágicos que lo curan todo, y seguimos creyendo a políticos mesiánicos, con las evidentes consecuencias desastrosas para las mayorías.

Antonio Revuelto, superior provincial de la Compañía de Jesús en España, dispuso que Aurelio Espinosa Pólit —después de haber adquirido una sólida formación académica en Bélgica, Francia y España, y luego de haberse ordenado sacerdote— retornase al juniorado en Cotocollao, Quito, en 1928, decisión que truncó sus estudios de Lenguas Clásicas en Cambridge: sus superiores consideraban esencial su presencia en el Ecuador, tanto como para no permitirle culminarlos.

De hecho, si a nivel personal esta orden alteró el rumbo vital del padre Aurelio, el Ecuador, su cultura y educación ganaron: en 34 años de trabajo sistemático el sabio jesuita transformó algunos de sus aspectos esenciales; así que esta decisión aparentemente arbitraria resultó uno de los mayores aciertos para nuestro país, algo que indirectamente debemos al padre Revuelto.

Aurelio Espinosa Pólit (1894-1961) fue uno de los más brillantes humanistas iberoamericanos del siglo XX. Dentro de su importante trayectoria intelectual destacan, junto a sus traducciones de Sófocles, las Obras del poeta latino Virgilio y la Lírica de Horacio —que sobresalen por su fidelidad a los originales y por haber sido realizadas en perfecto verso castellano—; además, tradujo fragmentos significativos de Tucídides, Ovidio, Dante Alighieri, William Shakespeare, Víctor Hugo, Francis Thompson, Joan Maragall, Florence Bennett Anderson y Paul Claudel, por citar a algunos de los autores que frecuentó.

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