Por Daniela Merino Traversari ///
Fotografías cortesía del Museo Whitney ///
En el corazón del Meatpacking District de Nueva York se erige una especie de estructura náutica de características hipercontemporáneas. A la distancia podría parecerse más a una nave espacial que a una marítima, pero, de cerca, se trata de un gran barco futurista, a punto de navegar en el río Hudson. Hablamos del nuevo Museo Whitney de Arte Americano, un proyecto del arquitecto italiano Renzo Piano, que alberga las obras más emblemáticas de la historia del arte moderno y contemporáneo de Estados Unidos. O sea, una visita obligatoria para cualquier viajero.
Poesía de la construcción
Veamos el “poema” arquitectónico de Piano, cuyas amplias galerías invocan los grandes lofts de Nueva York, donde muchos artistas han concebido y concretado sus más insólitas ideas. Sus terrazas de metal se incrustan como olas en el paisaje, ofreciéndonos una pequeña historia del desarrollo urbano de la Gran Manzana: de cerca vemos los tradicionales brownstones del West Village, a lo lejos la Freedom Tower, al sur de la isla donde antiguamente estaba el World Trade Center, y justo abajo, al pie del edificio, está el principio del Highline, un parque lineal construido en la parte elevada de unas rieles de tren en desuso. Esta vista y este habitar sobre el paisaje neoyorquino nos recuerda a cada instante la ciudad en la que estamos, haciendo del paisaje una obra de arte más, quizá la más imponente de todas.
No bien entrar al museo se encuentran los ascensores, cuya fachada nos recuerda al antiguo edificio en la esquina de la calle 75 y avenida Madison. Hoy estos ascensores son también obras de arte que forman parte de la colección del museo, acentuando en la noción moderna de que el arte es parte de la vida cotidiana y no algo segregado de ella. Se abre la puerta y uno cree estar dentro de la canasta de un globo aerostático. Esta es la obra de Richard Artschwager, un artista conceptual que toma elementos que creemos conocer y los transforma para alterar nuestro sentido de realidad.
La obra en sí incluye los cuatro ascensores y se llama Seis en cuatro, tomado de la idea de seis objetos (una canasta, una mesa, una alfombra, una puerta, una ventana y un espejo) que el artista utilizó como ejemplos de objetos que pueden entrar en diferentes espacios y en diferentes posiciones, pero manteniendo siempre su identidad. Cualquiera de los cuatro ascensores de Artschwager, ya sea si nos toca entrar en esta canasta aeorostática, a un cuarto con puerta y ventana, a un corredor con una alfombra al infinito, o al interior de una escultura del artista, nos llevarán al octavo piso, encerrándonos en una atmósfera surreal. De allí descendemos a las otras galerías a través de estas terrazas que nos conectan directamente con la fuerza y la energía de la ciudad. Galería y ciudad, ciudad y galería. Es así como se percibe el concepto de este museo. Un museo que, además de ser una hermosa masa arquitectónica, es, sobre todo, idea y experiencia.
La ‘idea Whitney’ nació, casualmente, en este mismo barrio donde hoy se erige el museo. En 1930 la escultora y coleccionista Gertrude Vanderbilt Whitney fundó su propio museo en la West 8th Street, después de que el Museo Metropolitano rechazara su pequeña colección de 500 piezas. Gertrude Vanderbilt, proveniente de una familia muy acaudalada, estuvo expuesta al escenario artístico parisino de comienzos del siglo XX y pudo recibir clases de August Rodin y estudiar en el Art Students League de Nueva York. Su posición privilegiada la ayudó a comprender la difícil situación de sus colegas artistas y comenzó a coleccionar obras desde 1907 hasta su muerte en 1942. Luego, su museo cambiará dos veces de ubicación.
Highlights del Whitney
El Whitney posee más de 21 000 obras de más de 3 000 artistas. Su objetivo más importante es mostrar y enaltecer obras de artistas vivos, que en muchos casos están despuntando en sus carreras, de modo que el museo muta permanentemente, transformando sus conceptos con las nuevas generaciones, y dinamizando su espacio y sus contenidos. Sin embargo, el Whitney también cobija a sus obras mimadas, las que siempre estarán expuestas y son hitos para guiarnos dentro de la historia del arte.
Una de estas obras, y sin duda alguna, mi obra favorita, es El circo de Calder, de Alexander Calder. Construido en París, en 1926, es un ensamble de docenas de figuras móviles de metal: trapecistas, contorsionistas, payasos, leones, caballos, jirafas y todo lo que se pueda encontrar en un circo de verdad. Pararse frente a esta joyita del arte moderno es viajar a la magia de la niñez. A corta distancia, un video nos muestra a Calder dirigiendo la función y manipulando a las figuras circenses como en un acto de verdad, con un megáfono, música y sonidos. El creador transportaba su circo en una valija y daba presentaciones en sus estudios y en casa de amigos artistas como Marcel Duchamp, Joan Miró y Fernand Léger. Calder, que inicialmente fue ingeniero mecánico, hizo de esta obra el gran prólogo a sus emblemáticas esculturas móviles, habiendo sido esta la primera aproximación al arte performático del siglo XX.
En el mismo séptimo piso se encuentra una galería destinada al expresionismo abstracto, que marcó un antes y un después en la historia del arte moderno. Este fue el movimiento que trasladó la capital del arte de París a Nueva York en los años cincuenta, impulsando a los artistas a expresarse a través de un lenguaje visual que apelaba más a lo espiritual para confrontar la devastación que había dejado la Segunda Guerra Mundial.
En esta galería hay las clásicas action paintings de Jackson Pollock, algunos allover paintings de Barnett Newman, y hay Rothkos, Gorskys y demás representantes del movimiento. Una obra resalta al entrar: Mujer en bicicleta de William de Kooning, parte de la serie de Mujeres que el artista realizó entre 1950 y 1953. Parecería un cuerpo femenino desmembrado o un cuerpo que ha desbordado sus propios contornos para explorar la capacidad explosiva de la pintura. Cuerpo y pintura se yuxtaponen para no ser ni figura ni abstracción, sino una cacofonía cromática que pretende, indirectamente, violentar a las Mujeres de Avignon. No hay universalidad en esta pintura, no se pretende que haya. La obra no es de fácil contemplación, la mujer que ha dejado de estar contenida en una figura determinada nos devuelve la mirada, y es una mirada convulsionada pero satisfecha. Es la mirada que se ha posado en el vacío, en el vacío de los trazos que intentan marcar su cuerpo.
Otra obra prominente y enaltecida del museo es Railroad Sunset (1929) de Edward Hopper, que da el nombre a la galería donde se exhibe. Los rojos y azules feroces del atardecer nos enganchan en esta pintura melancólica que parecería que fue creada desde la cabina de un tren. El año que pintó esta obra, Hopper había viajado con su esposa de Nueva York a Charleston, y de Massachusetts a Maine, pero en vez de representar los lugares que visitaron, Hopper nos regala los paisajes solitarios de la mitad. Teniendo como referentes a los artistas de la Escuela del Río Hudson, de finales del siglo XIX, Hopper utiliza una técnica meticulosa y un entendimiento de lo sublime que se filtra en sus obras creando un sentido de lo mítico.
De Frank Stella a Laura Poitras
Hoy, el quinto piso del Whitney es ocupado por una retrospectiva del prolífico artista estadounidense Frank Stella, quien, durante sus 60 años de carrera, ha trabajado con una intensidad sin precedentes, produciendo más de mil obras entre dibujos, pinturas, impresiones y esculturas. La exhibición, la primera retrospectiva del artista en Estados Unidos después de treinta años, nos provoca la sensación de estar frente a un genio completo del arte moderno, que solo puede existir a sus anchas en las amplias galerías de un lugar como este.
La exhibición abre con dos obras que se yuxtaponen y son, aparentemente, opuestas en su fisonomía: Terremoto en Chile (1999) y Pratfall (1974). La primera es el ejemplo más significativo de lo que el propio artista denominó maximalismo y al mirarla es muy fácil entender la razón de este nombre. Es la inmediatez y la brutalidad de una catástrofe natural, el barroquismo de lo que no se puede controlar. Sin embargo, debajo de este caos, hay una simetría implícita que sostiene toda esa estructura avasalladora, la misma simetría que se presenta de manera clara y sencilla en la obra Pratfall. Y a la vez, esta misma obra esconde en sus cuadrados cierta característica teatral que hace que su geometría vibre, provocando una desestabilización muy perceptible. Stella osciló entre estos opuestos a lo largo de su carrera.
Al terminar esta exhibición, debutará la cineasta, periodista y artista Laura Poitras con su primera exhibición individual. La artista trabaja con el tema de la vigilancia masiva de un Estados Unidos post-9/11, la guerra en contra del terrorismo, la tortura y la ocupación. Poitras ganó este año un Óscar por su documental Citizen Four en el que explora el tema de la vigilancia gubernamental.
El título de la exhibición, Astro Noise, hace referencia a la débil perturbación de fondo que dejó como estela el Big Bang y es el mismo nombre que Edward Snowden dio a un archivo cifrado que contiene evidencia de vigilancia masiva de la Agencia de Seguridad Nacional y que Snowden compartió con Poitras en 2013.
Así de diversos son los artistas que el museo nos presenta. Así de diversos son sus temas y sus propuestas. El Whitney posee la colección de arte americano más fina y completa del siglo XX y comienzos del XXI. No solo fue el primero en Nueva York en presentar la mayor exhibición de videoarte en 1982, sino que dio las primeras retrospectivas de sus trabajos a artistas tan prominentes como Jasper Johns, Cy Twombly y Cindy Sherman, y hoy le ofrece a Poitras esa gran oportunidad. Este es el museo que enaltece el trabajo de artistas que están vivos y, junto a ellos, va descubriendo nuevas maneras de mostrar su arte. Es precisamente lo que diferencia al Whitney de todos los otros museos.