Nada es imperceptible al ojo humano, una expresión que cobra sentido con los lentes microscópicos, responsables de invaluables aportes a la investigación científica y médica.
Insectos, gotas de agua y espermatozoides fueron los primeros en estar en la mira de rudimentarios lentes que ampliaron el alcance de una simple mirada. El microscopio abrió una nueva perspectiva de la vida y del mundo, gracias a una larguísima lista de inventores que lograron instrumentos cada vez más precisos y potentes.
Sin los microscopios es poco probable que la ciencia se adentrara en la observación de estructuras diminutas y en los mínimos detalles de moléculas, células vivas, virus y bacterias, y alcanzara sólidos avances en estudios de la neurociencia, de procesos biológicos y de enfermedades como el Alzheimer y el Parkinson, además de proporcionar información para el desarrollo de las ciencias de los materiales y la electrónica.
Una apretada síntesis sobre el desarrollo de un maravilloso instrumento que ha llegado a escalas nanométricas y atómicas comienza con las lentes de aumento de antiguas civilizaciones como “la lente de Nimrud”, un cristal de roca del período neoasirio, datado entre 750 y 710 a. C., según el Museo Británico.
Las lupas antecedieron al primer microscopio compuesto del siglo XVI, que en realidad era un tubo con varias lentes. El crédito de la invención, en 1590, se atribuye a tres holandeses: Hans Janssen, su hijo Zacharias Janssen y Hans Lippershey. Galileo Galilei creó en 1609 un instrumento con lentes cóncava y convexa.
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