Una cosa es contarlo y otra es verlo. Olerlo. Escucharlo. El Mercado de los Mostenses de Madrid es –literalmente- eso que algunos llaman Melting pot, la olla de la mezcla. Y justamente de ollas va la cosa porque aquí, en estos alucinantes dos mil metros cuadrados, se encuentran los ingredientes para prepararlo todo.
Por María Fernanda Ampuero
Fotos de Edu León
Desde cebiche (sí, hay corvina, sí, hay concha prieta) hasta cous cous, borsh, asado, pollo massala o esos deliciosos e impronunciables platos chinos que uno, como niño, tiene que señalar con el dedo. Paisajes de Las mil y una noches, el trópico más profundo, las pagodas, los zocos, un póster del Barcelona Sporting Club, un par de pandas dibujados, el Cristo de los Milagros, un gatito dorado con la pata levantada, un letrero de Hoy no fío mañana sí, incienso, las montañas de Cochabamba, un narguile, luces navideñas en abril… La decoración de los 99 puestos del céntrico mercado es una metáfora de la ciudad. La olla de la mezcla: el 17% de los seis millones de madrileños nació fuera de España. “¿Quién va?”, “¿qué más te pongo?”, “¿a cuánto el tomate?”, se funden diez, veinte, cincuenta acentos distintos entre el inconfundible aroma de las hierbas, las frutas y las especias que a cada uno, transportado a la infancia, le recuerdan la cocina de su casa, las manos de su madre. Magia. En el Mercado de los Mostenses también se vende magia.