El maestro Manzano se jubila

Por Fernando Larenas.

Un testimonio musical. La partitura de Salgado que llegó a la Casa de Beethoven. Los egos de los músicos. Su mudanza del norte al Centro Histórico de Quito.

Fotografías: Juan Reyes.

El estudio-oficina del maestro que dirigió la Orquesta Sinfónica Nacional (OSN) durante veintiséis años parece una biblioteca: Cervantes, Tolstói, Pushkin, Dostoievski, Vargas Llosa, García Márquez… Una antigua máquina de escribir marca Continental, de cinta bicolor y que además funciona, contrasta con su moderna Mac sobre un enorme escritorio. Muy cerca, un cuadro original de Guayasamín y un objeto de enorme valor para Álvaro Manzano: un piano vertical de color blanco, coreano, que se compró en Quito después de su frustración porque el piano que se había traído de Moscú llegó con el arpa metálica destrozada. Explica el sentimentalismo musical ruso (parecido a nuestro pasillo), ama toda la música de Bach y de Shostakóvich, defiende a Chaikovski y considera muy poco a Paganini. Aquí va su testimonio.

EL PREMIO EUGENIO ESPEJO. El anuncio fue en una cadena nacional del presidente. Me enteré con enorme sorpresa porque no esperaba este premio, era una terna complicada, uno de los finalistas hizo muchísima publicidad, pero resulté ganador. Fue el 9 de agosto, no lo olvidaré; era el Día Nacional de la Cultura y el Premio Espejo, paradójicamente, fue instituido en la dictadura de Rodríguez Lara (ríe), eso es increíble.

LA BECA A LA URSS. Durante seis años postulé para una beca a varios países; estuve a punto de ganar una a Italia, otra a Estados Unidos, pero por alguna situación de último momento no se concretó y finalmente me fui a la Unión Soviética. No sabía hablar ruso, pero allá se aprende, cuando uno está en un país extraño, en el cual no sabes el idioma, aprendes a la fuerza, en seis meses ya hablaba ruso.

LA DESPEDIDA DE LA SINFÓNICA. Para mí fue una suerte enorme haber dirigido la principal orquesta del país, la más antigua. Es honroso haber sido el director que la ha tenido por más tiempo: veintiséis años en total. Con el año 2020, tan especial en la historia, se terminó mi gestión, pero no me voy a alejar, seguiré siendo parte de esta orquesta, sin sueldo. He hablado con las autoridades de la orquesta, regresaré frecuentemente para dirigir sin cobrar un solo centavo, simplemente a dirigir obras que me gustan, por el placer de dirigir. La orquesta ha cambiado: antes era muy hete­rogénea, había quizá tres músicos de buena categoría, el resto se había preparado por sí mismo. En 2001, cuando salí la primera vez, se me acusaba de todo, de ser un tirano, has­ta me decían que me aprovechaba moneta­riamente de la orquesta; que todas las cosas que yo hacía, por ejemplo, la ópera, lo hacía para ganar dinero.

EXPERIENCIA INTERNACIONAL. En 2001 me llamaron a República Dominicana. También estuve en Perú, ahí fui parte de la creación de una orquesta maravillosa: la Filarmónica de Lima, que ya no existe, fun­cionaba solamente en las épocas de verano boreal (junio, julio, agosto, septiembre). Iban de todo el mundo grandes directores, músicos excelentes, todos eran escogidos con base en auspicios de la empresa privada, que era muy generosa en Perú; aquí no lo es, lamentablemente.

LA JUVENTUD Y LOS PENDIENTES. En la actualidad los músicos son más jóvenes, más preparados. Cada uno ha estudiado y esa es la gran diferencia; hay muy pocas ex­cepciones. Si tú escuchas un concierto con una obra grande, donde se utilicen muchos instrumentos, la vas a oír muy bien. Dejo pendiente el número de músicos, la orques­ta se ha mantenido en los límites de una or­questa sinfónica y esto es lamentable. Pero no depende de la orquesta ni depende de uno, sino de los gobiernos, que cada vez, en lugar de darnos fondos, nos han ido quitando y, por lo tanto, despidiendo mú­sicos. Ahora son setenta, una gran orquesta debería tener 110 músicos, hay algunas que tienen más.

MÚSICA Y EGOS. Una vez se juntó la OSN, la de Guayaquil, la de Cuenca y la de Loja, un gran número de músicos, pero era terri­ble porque los músicos tienen mucho ego. Cada uno cree que es el mejor del mundo, es un problema que existe en todas las orques­tas. Entonces, reunir orquestas es ¿quién se sienta en la primera silla?, si el de Quito, el de Guayaquil o el de Cuenca. Después cada uno quería lucirse más, lanzaba un sonido más estridente que otro; visualmente muy bonito, pero musicalmente nada.

LA MÚSICA RUSA. Me encanta Shostakó­vich, amo a Shostakóvich, con él me eduqué dirigiendo todas sus sinfonías y obviamente con Chaikovski también, son los sinfonistas más característicos. Shostakóvich murió el año que llegué a ese país y eso me dio mucha pena. Dirigí la Décima sinfonía de Shostakóvich en 1999 con una orquesta muy pobre, pero lo hice y lo volví a hacer hace unos tres años; tuve el gusto de dirigir a Shostakóvich porque se contrataron mú­sicos extras, quince más, que reforzaron la orquesta que sonó muy bien. Entonces me di el enorme gusto de hacer la Séptima (Le­ningrado), la de la guerra, que es una sinfo­nía que te pone los pelos de punta, sientes el sufrimiento de esa gente que luchó en la guerra. Esa la estrené con esta orquesta, fue muy bello y la iba a presentar nuevamente este año, la estaba estudiando, pero no se pudo, ya sabes (por la pandemia).

DEFENSA DE CHAIKOVSKI. Es un músico controversial, extremadamente sufrido en su vida, muchos críticos hablan mal de él, lo califican de superficial. Están equivocados, lo defiendo porque lo conozco bien, lo he estudiado a fondo y es muy profundo. En­tre las sinfonías que más me gustan está la Cuarta que es más personal diría yo que la Quinta, que se abre en fanfarrias enormes, es una buena sinfonía también y, por su­puesto, la Sexta, que es un monumento a la tristeza, a la desesperación y a la muerte. Es el réquiem que se escribe a sí mismo, el últi­mo movimiento es lento, triste, siempre en escalas descendentes, todo va hacia abajo, todo va hacia la muerte. Chaikovski, luego de estrenar esa sinfonía, tomó un vaso de agua sabiendo que había contaminación de cólera en San Petersburgo y murió; fue un suicidio. Estaba siendo perseguido por las autoridades de Rusia por sus inclinaciones y no quería saber más de la vida. Murió de la misma manera que vio morir a su madre cuando niño… y eso es muy duro.

EL GRUPO DE LOS CINCO. Muy buenos com­positores, entre ellos pienso que el mejor sin lugar a dudas fue Músorgski, el más grande de todos. Sin embargo, el más famoso es Rimski-Kórsakov, por esas cosas del desti­no, un gran orquestador. Músorgski es un compositor impresionante, llega a las venas. Él era un borracho que murió con cirrosis hepática, como los rusos en general, y hay un retrato famoso, donde lo pintan borra­cho (muestra el retrato). De César Cui hay una famosa obra para piano que se conside­ra una de las más complicadas, se llama Sa­lomé (los otros integrantes del grupo fueron Mili Balákirev y Aleksandr Borodín).

RAJMÁNINOV, ¿DIFERENTE A CHAIKOVSKI? Sí, son diferentes. Rajmáninov fue a Estados Unidos y tuvo una gran influencia de la mú­sica estadounidense, su estilo pegó mucho. Sin embargo, Rajmáninov tiene obras total­mente rusas, sin ninguna influencia; tiene varios poemas sinfónicos como uno que se refiere a la religión ortodoxa y obras gran­diosas que son absolutamente rusas, cosa que los críticos al parecer no conocen. En sus conciertos para piano es donde más se siente esta alma grandiosa de Rajmáninov, esa vena romántica que fluye enormemente, que pienso y me atrevo a decir que viene de Chaikovski.

EL ALMA RUSA. El alma rusa es muy es­pecial, en cierto modo tiene rasgos de la nuestra por el sentimentalismo, diferente a Alemania, donde uno no puede ceder a los sentimientos, debe primar la cabeza, pero en Rusia no. Eso tiene mucho que ver con el trago, como aquí. Yo he tocado allá pa­sillos en la guitarra, y ¡les encanta!, porque los pasillos son tremendamente cortavenas; esa especie de sufrir gratuitamente como en los pasillos nuestros. Me los hacían volver a tocar una y otra vez, con la guitarra, en las reuniones. Y esto que digo prima en la mú­sica rusa, también en la folclórica y ese mis­mo ingrediente cogieron los compositores, reelaborado obviamente, lo que hace que su música llegue al alma. Compositores alema­nes como Bruckner no te llegan al alma de una, te llegan después de varias audiciones; pero Chaikovski te llega de una. Cuando vamos a interpretar una de las sinfonías de Chaikovski se llena el teatro, porque saben que van a sufrir con esta música (sonríe), pero ese sufrimiento es una catarsis.

EL NACIONALISMO, LISZT… Liszt es todo lo contrario, es un músico muy desigual, muchas de sus obras son escritas para la ga­lería, para la parte de allá atrás, ¿no? Liszt tiene ciertas obras que obviamente son muy buenas. La música nórdica, ahí incluyo a Finlandia y Noruega, esos países son muy evocadores del paisaje. Esas grandes llanu­ras llenas de lagos, los fiordos en Noruega, todo eso se siente en músicos como Sibelius en Finlandia y Grieg en Noruega. En sus obras Sibelius no está hablando del paisaje, pero se siente en la sinfonía, en cualquiera de ellas. Yo pasaba mucho en Finlandia y cuando escucho o dirijo a Sibelius, siento eso. Liszt alabó en grandes términos a Grieg y eso le dio mucha tranquilidad, el concier­to para piano es muy bien logrado.

LA FAMOSA PARTITURA DE LUIS HUMBERTO SALGADO. A comienzos de los años no­venta, cuando todavía la capital alemana era Bonn, recibí una llamada de Ramiro Dávila, lo había conocido cuando estuve en Argentina, tenía un puesto importante en la embajada y me llama de Alemania, me dice: Álvaro, fui a la biblioteca de la Casa Beethoven y encontré una partitura de Sal­gado. Entonces me interesé inmediatamen­te y resulta que era la Séptima sinfonía, de la cual aquí no se tenía idea; era un hueco que había entre las sinfonías, la Séptima, porque simplemente Salgado la escribió y sin más la envió a Alemania, se la dedicó a Beetho­ven. Aquí no quedó ni un solo borrador ni nada, entonces eso para mí era oro en polvo, porque una sinfonía de la cual no se sabía nada fue encontrada aquí. Le rogué a Rami­ro que, por favor, copiara esa partitura. Aquí tuvimos que copiar cada una de las partes instrumentales, que es un trabajo fuerte, en esa época estaba recién empezando la com­putación. Copiamos a mano cada una de las partes para cada instrumento, la tocamos y resultó ser una sinfonía muy bonita. La es­trenamos con la OSN el viernes 8 de mayo de 1998 en el Teatro Politécnico. Fue para mí uno de los más grandes gustos que he te­nido: estrenar a un compositor nacional, el más importante y una de sus mejores obras. Envió la partitura a Alemania porque no te­nía confianza en los músicos de aquí. Esto no está escrito; él decía: “Estos pinches mú­sicos de aquí, jamás van a poder tocar esta obra”. No es oficial, no está escrito en ningu­na parte, pero gente que lo conoció, alum­nos de él, le escucharon decir eso. Ahora esa sinfonía está editada en computadora, como se debe hacer, después la estrenaron en Guayaquil; incluso la orquesta de Gua­yaquil la llevó a una gira por Argentina y Chile.

LA ÓPERA EN EL ECUADOR. Ahí me ha quedado un clavito (tenía dos), el uno me lo quité. Uno era Carmen, felizmente con el nuevo Teatro Sucre, después de su restaura­ción, se la logró estrenar. Queda pendiente Tosca de Puccini, que es una ópera fantás­tica, termina con la muerte de Tosca, lan­zándose al vacío del castillo de Sant’Angelo. Quiero hacerla, ojalá pueda algún rato. En el Teatro Sucre comenzamos la ópera en los años ochenta con esfuerzo absolutamente ecuatoriano, moviendo montañas, se formó una asociación que eran los amigos de la ópera, el presidente era René Ortiz (actual ministro). Pero no se pudo continuar por falta de dinero y auspicios.

EN EL CORAZÓN DE QUITO. En los años ochenta un amigo alemán que optó por ve­nir al Ecuador se compró una casa del siglo XVII y me decía: Álvaro, si tú eres músico, ¿cómo puedes vivir en el norte? Es una vergüenza que vivas en el norte, insistía. Matthias Abram era de Bolzano, norte de Italia, cuya capital es Tirol, donde viven mu­chos alemanes y austríacos. Fue el último sabio de Europa que vino acá, un erudito, tiene una biblioteca enorme solo de prime­ras ediciones acerca del Ecuador. Hablaba kichwa perfectamente y me convenció de venir y le agradezco, porque al venir acá he descubierto la esencia de esta ciudad. Pido perdón para los que pueda ofender, pero considero que vivir fuera del centro es como vivir en cualquier parte. En Quito tenemos la suerte de tener un bellísimo Centro His­tórico, un poco maltratado sí, pero aguan­ta todos los embates de gobiernos y malos alcaldes, me siento feliz en esta casa. Últi­mamente no salgo mucho a caminar por la pandemia. He ido un par de veces a la Plaza Grande, pero me he deprimido; locales ce­rrados, indigentes y la miseria que se siente.

En pocas palabras

—¿Un compositor ruso?

—Shostakóvich.

—¿Una sinfonía de Chaikovski?

—La Cuarta o la Sexta.

—¿Una sinfonía de Stravinski?

—Me quedo con Petrushka. Cuando hicimos Petrushka, te cuento entre paréntesis, hay un personaje que es el moro que hace de malo; porque Petrushka, que es un títere, se enamora de la muñeca y el moro acaba matándolos y este moro, ¿sabes quién lo hizo? Michelena (Carlos, el actor de la calle).

—¿Una sinfonía de Brahms, de las cuatro?

—Voy a decir lo que para muchos es una barbaridad, pero me quedo con la Primera, porque el germen del genio está ahí.

—¿Una sonata de Beethoven?

—(Tararea). La Número 29 en si bemol mayor.

—¿Un concierto de los cinco de Beethoven?

—El Número 4.

—¿Una sinfonía de Beethoven?

La Tercera (Heroica), definitivamente ahí nace el Romanticismo y, como verás, yo encuentro obras en las que nace algo.

—¿Lo mejor de Bach?

—Todo, absolutamente todo de Bach.

—¿Lo mejor de Paganini?

—Nada, tal vez sus caprichos, son muy lindos, son útiles, pero como música es muy poca la de Paganini.

—¿Una sinfonía de Mahler?

—La Segunda (Resurrección).

—¿Una obra de Berlioz?

—Ahí es más complicado porque tiene un réquiem muy bello, la Sinfonía fantástica, pero me quedo con Romeo y Julieta.

—¿Mencióname un concierto para violín que te llene?

—El de Brahms.

—¿Una ópera francesa?

—La de Offenbach, que es germano – francés, me quedaría con Los cuentos de Hoffmann; esta ópera tiene mucho de alemán y mucho de francés, pero la hizo en Francia.

—¿Una ópera alemana?

El cazador furtivo (Der Freischütz) de Carl Maria von Weber.

—¿Una ópera italiana?

Otelo, de ley Otelo. Aquí no se ha hecho, encontrar un barítono para esto es cosa de otro mundo.

—¿Un réquiem, de tantos que hay?

—El réquiem alemán de Brahms y el de Mozart.

—¿Una cantata?

—La Número 45 de Bach.

—Un compositor español.

—Manuel de Falla, gracias al Amor brujo, pienso que ahí está España.

—¿Un compositor vienés?

—Mahler pues, ¿quién más?

—¿Un compositor contemporáneo?

—A propósito, un paréntesis, hasta el año 2001, que me fui a República Dominicana, se interpretaba muchísima música contemporánea y desde que regresé casi nada por los derechos de autor; resulta que el Ecuador entró en esto de los derechos de autor y son tan caros.

—¿Un escenario del Ecuador para la música?

—El Teatro Sucre.

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